Qué hermosa es la nostalgia si evoca un tiempo feliz. El otoño, dicen las voces que así lo sienten, es la estación del recuerdo. En esta época, como en cualquier otra de buscarlos, acuden a la memoria activa esos episodios que describen el paisaje y las personas entre sones bien conocidos, muy queridos, siempre presentes; con sus respectivas letras, con sus respectivas imágenes que a fuerza de voluntad permanecen imborrables. Cuando imponderables como el tiempo transcurrido y la distancia física, también la ausencia de los protagonistas en sus diferentes grados, dejan únicamente lugar a la evocación, es precisamente entonces, y con ansia enamorada, momento de escuchar los sonidos de la vida; momento de reproducir lo que fue y jamás ha de perderse mientras acompañe la intención y el deseo por vencer a la desidia, a la imposición, a la falacia, al sibilino mercantilismo, a las espurias inercias que acaban hasta con la fragancia de las flores, hasta con esos detalles, entrañables
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