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Memoria recobrada (1931-1939) II


Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega ofrece una panorámica, muy genérica, de la actuación sistematizada y criminal de las diversas milicias de las formaciones políticas, y organizaciones afines, integradas en el denominado Frente Popular.

El poder de las milicias del Frente Popular

El diputado socialista Juan Simeón Vidarte —que desempeñó el cargo de subsecretario de Gobernación durante la guerra— aseguraba a Santiago Casares Quiroga —cofundador e integrante destacado de Izquierda Republicana, otro de los impulsores del Frente Popular y Presidente del Consejo de Ministros en las primeras horas del Alzamiento cívico-militar de julio de 1936, sustituido al cabo por Diego Martínez Barrio y este a su vez por José Giral el día 19 de julio— que los socialistas del PSOE disponían de mandos y organización para que la medida de armar al pueblo —concedida por el gobierno de José Giral, de la azañista Izquierda Republicana— no condujera a una situación de inseguridad y desórdenes. Mentira.
    Con miles de activistas transformados en hombres armados, las milicias del Frente Popular se convierten en un poder de hecho y su objetivo, en pura mentalidad revolucionaria, será la aniquilación del enemigo político en la propia retaguardia. En Madrid, tras la toma del Cuartel de la Montaña, el día 20 de julio, los asaltantes habían obtenido 100.000 fusiles; es decir, más fusiles que combatientes. Desde el día anterior funcionaban ya cinco unidades de milicias organizadas —llevaban cinco años preparando con carácter revolucionario al estilo soviético sus milicias estas formaciones políticas—, pero ni los socialistas ni los anarquistas las movilizaron para el combate. Sólo las milicias comunistas estaban dedicadas al esfuerzo de guerra. De hecho, hasta el 27 de septiembre de 1936, ya con la ciudad de Toledo y su emblemático Alcázar en manos Nacionales, no se movilizará militarmente a las milicias socialistas y anarquistas.
    ¿Qué hacían hasta entonces? Dedicarse a la represión —su gran deseo y experiencia—. Exactamente lo mismo acaece en Barcelona: en las columnas de mando anarquista que avanzan sobre Aragón militan 18.000 milicianos y 4.000 soldados regulares, pero en Cataluña su gobierno —sumado al del Frente Popular— dispone de 100.000 fusiles. ¿Qué se hacía con los 78.000 fusiles que no fueron al frente? Matar “fascistas”, en versión de quienes cometían los crímenes, dedicados en cuerpo y ansia a la caza.
(Entre otras fuentes: Ricardo de la Cierva, Historia de la II República y la guerra de España 1936-1939, Ed. Fénix. José Manuel Martínez Bande, Los años críticos, Ed. Encuentro. José Javier Esparza, El terror rojo en España, Ed. Áltera.
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A la caza de la persona

Continúa la persecución y consiguiente eliminación iniciadas en ámbitos sociales determinados en el año 1931; ahora, a partir del verano de 1936, generalizándose incrementada la saña y la codicia. Es una cacería mayor, sistemática y permitida —consentida, tolerada, encubierta en su primera fase—, cuya pieza es la persona elegida para ser cobrada y en no pocas ocasiones expuesta al público goce. Aunque las persecuciones y las matanzas se ejecutan al margen de la estricta orden de las Instituciones del Estado, no es ciega ni desorganizada.
    Las bandas de milicianos nacen de las agrupaciones locales o de barrio de los partidos de izquierda, así en las grandes ciudades como en las pequeñas localidades; su violencia se dirige muy concretamente hacia enemigos identificados de antemano por la prensa y por los líderes revolucionarios. En función de esos enemigos es posible describir tres líneas de acción en el Terror:
La primera, de clase: aniquilación de aristócratas, de religiosos, de burgueses y de empresarios, comerciantes y propietarios agrícolas sin distinción del tamaño o número de empleados de la empresa, comercio o propiedad.
La segunda, política: persecución y muerte de los enemigos políticos en un ancho marco que va desde los partidos falangistas, tradicionalistas o monárquicos hasta los republicanos de derecha, de centro e incluso contra aquellos que se habían manifestado opuestos al Alzamiento cívico-militar; y, por supuesto, contra los significados como católicos cuya fe era vista por las milicias como una actitud antirrepublicana o, en su jerga tan ignorante como sectaria, “fascista”.
La tercera, motivos y decisiones individualizadas propias de las guerras civiles: querellas personales que se saldan al amparo de la fiebre de sangre desatada en las retaguardias.
    En pocos días caen asesinadas miles de personas en toda España. Especialmente en las zonas rurales o en ciudades pequeñas donde todo el mundo se conoce y es difícil escapar o esconderse, el inicio de la guerra actúa como detonante inmediato del crimen. Las milicias frentepopulistas diversificadas por formaciones políticas y sindicales acuden a buscar al cura, al notario, a la “gente de orden”, al católico o al guardia civil. Las víctimas son asesinadas sin mayor trámite, con alguna frecuencia junto a sus propias familias. Pero si esto es así en el campo, las víctimas no están más seguras en las grandes ciudades donde las milicias, muy numerosas en integrantes —y respaldo de dirigentes políticos de varias nacionalidades y activistas sindicales— y bien armadas, actúan con entera libertad —y aplauso de los citados.
    Ha comenzado el ritual de los “paseos”: la víctima es detenida —cazada— en su domicilio, empujada o arrojada a la visión pública de quienes aguardan constantemente al acecho —delatores, espías, simples arribistas del poder instituido desde tales fundamentos—, paseada por las calles a pie o en vehículo y conducida a una cárcel improvisada, a la checa de unas siglas perfectamente reconocibles o a un lugar cualquiera: una carretera, una zanja previamente habilitada para contener cadáveres, las tapias de un cementerio, un descampado cerca o lejos del núcleo urbano, un embalse, río o pozo, donde es asesinada con parafernalia de mofa y befa las veces que así se dispone por el grupo o escuadrilla —la del amanecer, por ejemplo— criminal. Las prisiones improvisadas en conventos, escuelas o dependencias municipales pronto se verán atestadas; en miles de casos serán la antesala de la muerte. Desde muy pronto reciben el nombre de checas, al estilo soviético —espejo en el que se miran quienes así proceden y así obedecen a los asesores soviéticos, agentes comunistas de diversas nacionalidades.
    Es un rosario de crímenes que se extiende por toda España. La mecánica es simple e idéntica: las milicias del Frente Popular, armadas por expreso designio de los dirigentes políticos componentes del gobierno frentepopulista, aplican su violencia sobre las personas señaladas como enemigas, mientras las instituciones formales de Orden Público asisten al proceso mirando para otro lado o desde la impotencia, en contados casos, o desde la complicidad.
    Cientos de personas sufren este acoso y expeditiva resolución contra sus vidas por parte del Terror instituido. Poca resistencia puede ofrecer la mayoría de las víctimas o potenciales víctimas, generalmente inermes, a un enemigo omnímodo, consciente de su adquirido poder desde el que intensifica la práctica de la represión y el exterminio —también genocida.
(Explicitado por toda fuente solvente oficial y particular, documentada, contrastada, corroborado por el aporte testifical de encausados, arrepentidos, liberados y sobrevivientes de la época).
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Las cifras de las dos últimas semanas de julio de 1936

Reveladoras las cifras del Terror en tan breve espacio de tiempo. En Madrid son asesinadas 726 personas; en Aragón, 488; en Cataluña, 730; entre Murcia, Valencia —Comunidad valenciana, hoy —y Baleares, 467; en Andalucía, 478; en Extremadura, 67; en La Mancha —Castilla-La Mancha, hoy—, 409; en Asturias, 218; en Santander —Cantabria, hoy—, 44; en las Provincias Vascongadas —País Vasco, hoy—, 79.
    La extinción del Orden Público en la zona frentepopulista —que luego denominarían roja los impuestos en el gobierno y que la historiografía presente se obstina tendenciosamente en calificar de “republicana”, como si el resto de España y la España que se iba liberando del Terror rojo-frentepopulista no fuera una República— es un hecho. Las Instituciones legales de la II República carecen de medios para frenar el barrido de crimen y violencia, si e que hubieran deseado poner fin a la barbarie; pues el crimen y la violencia están siendo ejercidos por las milicias de los partidos y organizaciones que sostienen el Gobierno de la República, milicias a las que el Gobierno ha armado y que, constituidas en comités de salud pública o bajo cualquier otra denominación, se han lanzado al exterminio del rival o el envidiado o el superior o el considerado enemigo por lo anterior, por su sentimiento nacional, por su previa actividad política o social. (Ángel David Martín Rubio, Paz, piedad, perdón… y verdad, E. Fénix. Causa General, obra en extracto publicada por la Ed. Akrón. Pío Moa, Los crímenes de la Guerra Civil, La Esfera de los Libros. Ángel David Martín Rubio, Los mitos de la represión, Grafite Ediciones. Ramón Salas Larrazábal, Pérdidas de la guerra, Planeta. Ramón Salas Larrazábal, Los datos exactos de la Guerra Civil, Ed. Rioduero. Y registros oficiales dados a conocer en publicaciones especializadas).
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Testimonio de Honorio Manso Rodríguez, médico forense del Juzgado de Instrucción de Gijón, distrito de Oriente

“Y así seguimos un día y otro día, encontrándonos al acudir todas las mañanas al depósito judicial con verdaderos montones de cadáveres. El día 14 de agosto —de 1936— con 91 cadáveres, el 21 del mismo mes con 142, el día 27 con 32, el 28 con 20, el 30 con 47, el 6 de septiembre con 25, y otros muchos días con cifras superiores a 10 cadáveres. Todavía no constituyen la totalidad de las personas asesinadas en Gijón, pues una tercera parte, o más, de los asesinados fueron arrojados al mar. Por último se dio orden terminante de que no fuesen conducidos más cadáveres al depósito judicial, sino que fuesen llevados directamente al cementerio.”
(Ángel David Martín Rubio, Paz, piedad, perdón… y verdad, p. 330. Archivo Histórico Nacional, Causa General, legajo 1.338).
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Testimonio del abogado García Torres, ejerciendo su cometido en la zona frentepopulista —dícese hoy republicana—, que informa sobre la situación en Valencia

Enrique García Torres ocupó el cargo de Fiscal en el Tribunal Popular n.º 1 de Valencia.
“En la segunda decena de agosto ya estaba montada la máquina judicial con los nuevos elementos. Triste es confesarlo; pero el caso es que, por debilidad, impotencia e imperativo de las circunstancias, la función de los jueces se reducía a recibir las fotografías y partes de cientos de cadáveres encontrados por las afueras de la ciudad y por los caminos y carreteras de la provincia. Asesinatos y robos por doquier. Y para colmo de tal situación se constituyó en la capital un llamado Comité de salud Pública, cuyos componentes actuaban dando ciento y raya a las checas de los pueblos. Las violaciones, robos y asesinatos so pretexto del fascismo eran el pan nuestro de cada día; surgían las comisarías Antifascistas aprendiendo pronto a robar, asesinar, violar, incautar impunemente, pues raras excepciones podrían consignarse del hombre que, sintiendo el momento histórico, se dedicara al restablecimiento del orden; nadie estaba tranquilo en su fábrica, taller, comercio o labores de las tierras, y mucho menos en su domicilio particular. Ni siquiera se estaba tranquilo en los centros oficiales del Gobierno Civil que sacaban a los funcionarios y se les asesinaba; de la Jefatura de Policía, a los agentes, pues ni en uno ni en otra se ejercía función alguna de autoridad. Todo lo acordado era letra muerta, porque ni mandaban ellos ni el comité del Frente Popular ni las organizaciones de milicias o guardias antifascistas… ni siquiera el titulado Comité de Salud Pública, porque por encima de todos estaban las cuadrillas de ladrones y asesinos que enrolados en todos esos organismos disponían de vidas y haciendas, que no obedecían más que al mandamás que las capitaneaba.”
(El fragmento procede del informe que García Torres elevó al Ministerio de Justicia el 16 de agosto de 1937, Causa General, anexos al capítulo “Justicia Roja” pp. 349 y ss., numerado como Anexo XI, números 11 A y siguientes).
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Progresión del desarrollo revolucionario que había de eclosionar la primavera de 1936, adecuando las fechas sobre la marcha, según iban cumpliéndose las fases preordenadas por la dirección soviética; los documentos inciden en la estructura y coordinación de las avanzadas políticas denominadas “Frentes Populares”, sus objetivos y medios para alcanzarlos.

Irrupción masiva de especialistas en procesos revolucionarios, soviéticos y españoles, en la primavera de 1936, y llegada a Sevilla y Algeciras de los primeros envíos de armamento procedentes de la Unión Soviética

En el mes de marzo de 1936, un numeroso grupo de especialistas en revolución entre los cuales destacaban Primakov, Riedel y Lezeoski, se estableció en Barcelona.
    El 14 de abril llegó a Madrid un primer contingente de 124 revolucionarios españoles que tras las jornadas de octubre de 1934 —el proceso revolucionario y secesionista— habían ido a Rusia a perfeccionarse en el arte de la guerra civil.  “La Internacional Comunista” publicó la lista de sus nombres entre los que figuraba el siniestro de Margarita Nelken, la diputada extremeña que se hacía fotografiar portando una pistola al cinto. El 16 de abril, un grupo de expertos soviéticos, concentrados en París, fue enviado urgentemente a Madrid. El Komintern empleaba sus sabuesos más astutos, sus agentes más experimentados en golpes de fuerza. Así fueron llegando a España sin interrupción Ilya Ehrenburg, Tchemodanow, Loumoviow, Tourochoff Raymon de Guyot (Secretario General de las Juventudes Internacionales Comunitarias), Enrique Fisher, Neuman —el carnicero de Cantón—, Ventura —destacado activista de la Tcheka—, veteranos de la guerra civil rusa —utilizando seudónimos, apodos o alias— que habían practicado las tácticas diseñadas en Ucrania, Hungría, Alemania, Méjico y China.
    Al mismo tiempo, los sóviets o soviets comenzaron sus envíos de armas. En el mes de marzo, de 1936, el buque ruso Neva desembarcó en Sevilla armas y municiones para los grupos revolucionarios. A principios de abril, tres meses y medio antes del previsto comienzo de la revolución, el vapor soviético Yerek trajo a España un cargamento que desembarcó, primero en Algeciras y a continuación en Sevilla, un total de 128 grandes cajas conteniendo pistolas automáticas destinadas a las células comunistas de Granada, Almería, Valencia, Badajoz, Córdoba, Cáceres y Jaén.
(Fernando y Salvador Moreno de Alborán y de Reyna: La guerra silenciosa y silenciada, p. 105, Madrid. Nicolás Salas, Sevilla fue la clave, Editorial Castillejo, Sevilla).
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Asignación por regiones de mandos y efectivos de las milicias comunistas

En documento estrictamente confidencial del Estado mayor comunista —”Información confidencial n.º 22″—, tras confirmar las fechas del 11 de mayo o 29 de junio para el inicio del movimiento subversivo en España, la revolución de corte soviético, se asigna los siguientes nombramientos: Soviet Nacional, Presidente: Largo Caballero. Asesor de la Presidencia: Ventura Delgado, de la III.ª Internacional. Plana Mayor del Movimiento: Largo Caballero, Hernández Zancajo y Francisco Galán. Jefe Superior del Movimiento: Ventura, plenipotenciario de la URSS y de la III.ª Internacional.
    Los encargados de dirigir los movimientos en las regiones españolas eran: Rafael Pérez, en Vizcaya; Pedro Aznar, en Cataluña; Escandell, en Levante; Jaume, en Baleares; Mitge, en Canarias; Bolívar, en Andalucía; José Luis y Andrés Manso en Castilla; Pavón; en Aragón; Romero Robledano, en Galicia; Belarmino Tomás, en Asturias; Margarita Nelken, en Extremadura. Las milicias se dividieron en tres grupos, cada uno con una función especial; a saber: el grupo de asalto, el grupo de detención y de defensa, el grupo encargado de provocar la suspensión de toda vida económica.
    Los efectivos de estos grupos eran, respectivamente, los siguientes:
En Madrid:         25.000      25.000     25.000
Extremadura:     15.000      10.000     20.000
Cataluña:           30.000      20.000     40.000
Andalucía:          15.000      12.000     15.000
Galicia:               15.000      10.000     20.000
    Las circulares secretas n.º 3 y n.º 22 del Comité Central Revolucionario describían el modo de llevar a cabo la movilización y el alistamiento y utilización de los efectivos, en instrucciones sumamente precisas.
    Así se supo que las fuerzas de asalto, con las que se contaba en junio de 1936, ascendían a 150.000 elementos perfectamente preparados, y las de detención a 100.000; ambas facciones revolucionarias convenientemente armadas.
(José Díaz de Villegas, La paz española, p. 37, Editora Nacional, Madrid. Fernando y Salvador Moreno de Alborán y de Reyna: La guerra silenciosa y silenciada, pp. 107-108, Madrid).
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Instrucciones concretas para el ataque a los cuarteles y el asesinato de los generales, jefes y oficiales

Extracto de las circulares n.º 32 y 33 del Comité Revolucionario Español.
“Una vez comenzada la lucha entre el grupo de choque-asalto y el personal del cuartel, el grupo de choque-ataque penetrará y se pondrá en contacto con el comité para poner en ejecución el plan de ataque del interior del cuartel”.
“Los encargados del ataque a los generales con mando estarán constituidos por diez hombres, de los cuales dos llevarán pistolas ametralladoras. Hay que tener en cuenta que estos generales tienen dos ayudantes y un secretario. En consecuencia habrá que proceder al ataque en el propio domicilio (pabellón) de cada uno de ellos. La eliminación se llevará a cabo por tres hombres del grupo, encargados especialmente del general pero sin retroceder ante ningún obstáculo y actuando contra cualquier persona que se les oponga sin distinción de edad o sexo. El resto del grupo actuará según las circunstancias y, en lo que respecta a los ayudantes, de acuerdo con las instrucciones recibidas sobre cada uno”.
“Los grupos de ataque contra los oficiales que se dirijan a los cuarteles estarán compuestos de forma análoga, pero será preciso tener cuidado que, como las fuerzas militares fascistas disponen de automóviles protegidos a disposición de los oficiales, los grupos de nuestros militantes deberían situarse en puntos estratégicos, armados y con automóviles para atacar de flanco, en los cruces de las calles, a los vehículos militares. El fuego se abrirá con pistolas ametralladoras”.
“Desde el comienzo de la rebelión, grupos de militantes vestidos con prendas civiles o de asalto, detendrán a todos los jefes de los partidos políticos con el pretexto de su protección personal y seguirán con ellos las instrucciones dadas para la eliminación de los generales sin mando. Paralelamente, grupos uniformados, y también bajo el pretexto de la protección, procederán al arresto de los grandes capitalistas que figuran en el apéndice B de la circular n.º 32”.
“Por otra parte, no se hará uso de la violencia, salvo caso de resistencia, y se exigirá la entrega de los saldos de sus cuentas corrientes y de los valores depositados en los bancos. En caso de falsificación se les aplicará la eliminación integral, incluso de sus familiares sin excepción alguna. Será conveniente que los grupos uniformados a los que se confía esta misión contra los grandes capitalistas les conozcan de forma precisa y busquen cómplices entre su servicio doméstico. Los chóferes y los sirvientes pueden ser de gran utilidad”.
“Habrá que activar la instrucción de los movimientos de nuestras milicias, así como la de las armas de fuego para la buena disciplina y la eficacia en el empleo de estas armas, habituarles a cumplimentar sin la menor duda la misión encomendada a cada uno y hacerles ver las consecuencias de la traición.”
    En el apéndice B de esta circular secreta n.º 32, de la que se aprehendió un ejemplar en el local del Comité Revolucionario de Tetuán, estaba contenida una relación de los grandes capitalistas en la que se incluía la de los propietarios de los principales medios de comunicación. Al final figura la siguiente frase: “En caso de resistencia estas personas deberán ser inmediatamente suprimidas, así como toda la familia sin excepción alguna. Si alguien movido por un sentimiento humanitario desea oponerse a la ejecución de esta orden, hará falta, a su vez, suprimirlo de inmediato”.
    A continuación, en anexos independientes, figuran varias instrucciones sobre el modo de organizar, diariamente, a la caída de la noche, la operación de guerrilla urbana.
    Una prueba de la determinación de llevar a cabo acciones salvajes semejantes a las propuestas en el documento trascrito, la dio el 19 de julio de 1936 la columna de cerca de trescientos mineros de la cuenca de Huelva, reclutados, encabezados y alentados por los diputados socialistas Luis Cordero Bell y Juan Gutiérrez Prieto y el dirigente sindicalista Antonio Cabeza, que en catorce camiones, de los cuales dos iban cargados con cincuenta cajas de dinamita, se dirigieron a Sevilla con intención de volar la Giralda, los puentes de Triana y San Telmo, la sede de la II Región Militar y varios edificios del Paseo de la Palmera. La operación se malogró a causa de las medidas preventivas adoptadas por el general Gonzalo Queipo de Llano.
(José Díaz de Villegas, La paz española, p. 34, Editora Nacional, Madrid. Marcel Chaminade, Feux croisés sur l’Espagne, Editorial Denoël, París. Nicolás Salas, Sevilla fue la clave, Vol. II, pp. 409-418, Editorial Castillejo, Sevilla.)
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Medidas acordadas en la reunión del 16 de mayo de 1936 para llevar a cabo un alzamiento comunista en España y Francia simultáneamente en el mes de junio

1.º Trasladar la organización central de propaganda a la calle Montpellier n.º 85 de Marsella, al local designado con el nombre “Estudio internacional”.
2.º Provocar en las fechas indicadas una agitación mundial de carácter antifascista para demostrar de forma inequívoca la adhesión a este movimiento de toda la clase obrera.
3.º Designar, a tal efecto, un comité de enlace compuesto por Ventura, Comlin, Magne, Loupi, Soupovine, Basternier y Aznar, comité al cual convendrá adscribir a Loumoviov y Tourochoff, citados anteriormente.
4.º Organizar de modo sistemático en todas las ciudades españolas huelgas de carácter económico-social, a fin de darse cuenta del grado de penetración del sindicalismo revolucionario y de la capacidad de resistencia de las organizaciones. Varias de estas huelgas están ya preparadas en Madrid y provincias.
5.º Eliminar del poder a Casares Quiroga, bien por una votación hostil en el Parlamento o por otro procedimiento. Parece indicado renunciar al atentado personal porque Casares Quiroga está muy bien protegido.
6.º Atacar y desacreditar a los elementos directivos del partido Socialista tachados de reformistas o centralistas, tales como Prieto, Besteiro, etc. Esto deberá hacerse de forma pública y clamorosa. Si se aplaza el Congreso del Partido Socialista como desea la fracción prietista, provocar la ruptura de la UGT —Unión General de Trabajadores— con el Partido en los primeros días de junio, dando carácter oficial a la disidencia.
7.º Provocar huelgas en Asturias, Huelva y Bilbao, regiones especialmente apropiadas porque, en ellas, esos señores —Prieto, Besteiro, etc.—, así como González Peña, tienen influencia.
8.º Celebrar el 10 de junio próximo en Madrid una reunión en el local de la Biblioteca Internacional de Chamartín de la Rosa, calle Pablo Iglesias n.º 11, a la que están invitados Thorez, Cachin, Auriol, Fonchaus, Ventura, Dimitrov, Largo Caballero, Díaz, Santiago Carrillo, Guillermo Aznar, Antón, Pestaña y García Oliver.
9.º Encargar al comando n.º 25 de Madrid, compuesto por agentes de la policía gubernamental en activo, la eliminación de personalidades políticas y militares susceptibles de jugar un papel destacado en la contrarrevolución.
    Tres de las personas convocadas a la reunión de Chamartín el 10 de junio, a que hace referencia el punto 8.º, eran miembros permanentes del Bureau del Komintern de París: Thorez, Cachin y Díaz.
    Asimismo, en esa próxima reunión se ultimarían los detalles concernientes a la insurrección de Moscú; debería tener lugar también en Francia. De acuerdo con el programa previsto se trataba de sincronizar los dos movimientos, el de Francia y el de España, y a este respecto la llegada al poder del Frente Popular en Francia, ya instalado en España, ofrecía las condiciones más favorables.
(Fernando y Salvador Moreno de Alborán y Reyna. La guerra silenciosa y silenciada, pp. 113-114, Madrid. Marcel Chaminade, Feux croisés sur l’Espagne, Editorial Denoël, París. Resoluciones del comité revolucionario francés y los delegados de la III Internacional y del Komintern, diversos estudios especializados).
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Preparativos en Francia para el alzamiento comunista

Los preparativos en Francia para llevar a cabo un movimiento revolucionario simultáneo al de España eran análogos a los realizados, o en curso de realización, en España e iban encaminados tanto a crear el ambiente adecuado como a establecer las normas concretas para pasar a la acción.
    Las medidas para “preparar el ambiente” abarcaban diversos campos de actividad tales como el cine, la radio, libros y publicaciones. En este último aspecto el esfuerzo fue particularmente intenso, como indican los siguientes datos.
    Además de L’Humanité existían en Francia 39 periódicos comunistas regionales. Solamente en París aparecían o se distribuían regularmente 26 periódicos y revistas bolcheviques: Los documentos de la nueva RusiaLa Rusia de hoy, Literatura InternacionalLa URSS en construcciónEscritos revolucionariosLa revista de MoscúLa VanguardiaRegardsEl camino de la felicidadNuestra juventudLa infanciaMi camaradaLa defensa (órgano del Socorro Rojo Internacional), La vida obreraLa lucha —órgano de los trabajadores sin Dios—, El despertar de los combatientesEl grito de los paradosVigilanciaLos cuadernos de la antienseñanza proletariaPaz y LibertadLa TierraEl clamor de la Virgen de África —destinado a las colonias—, etc. A esta profusión de periódicos se suman cuatro revistas: La correspondencia internacionalLa Internacional Comunista —edición francesa—, Los cuadernos del bolchevismo y Los archivos del agitador.
    Las fábricas importantes solían redactar sus propias publicaciones con arreglo al patrón de El Incorruptible —órgano de los obreros comunistas de la Renault.
    El estallido de la revolución en Francia —o complot contra las instituciones estatales, sociales y políticas y los sectores económicos— se dispuso para el día 12 de junio de 1936, tras haber sido pospuesta la fecha del 1 de mayo a petición de los comunistas franceses por no estar material ni moralmente preparados.
    Las normas de acción o métodos preconizados para la conducción revolucionaria tanto en París como en Madrid son similares —establecimiento de listas de sospechosos barrio por barrio, calle por calle, casa por casa, órdenes de asalto a puntos preestablecidos, composición de los grupos de asalto, división de la capital y otras ciudades de importancia en zonas de actuación, establecimiento de los puntos de concentración, etc.— ya que revelan la identidad de su origen.
    Al igual que en Madrid, se había elaborado una lista de arrestos para llevar a cabo inmediatamente. Se componía de tres grupos: el primero, que debería ejecutarse sin demora, estaba formado por una quincena de personas que serían fusiladas; para el segundo y el tercero se preveía un procedimiento sumarísimo con un simulacro de juicio.
    El ministro del Interior francés se vio obligado a reconocer el 2 de febrero de 1937, ante el Senado, la existencia de este plan de ataque con todas las características distintivas que se reconocen en el preparado por el comité revolucionario en España.
    El cotejo de los documentos españoles y franceses es concluyente en cuanto a la identidad de su única dirección.
    El itinerario de las columnas en Madrid las hacía converger en la Puerta del Sol por las calles carretas, Montera, Mayor, Correos, Arenal, Preciados, Carmen, San Jerónimo y Alcalá. En París, la operación correspondiente desembocaba, a través de un triple dispositivo concéntrico, en el centro neurálgico de la ciudad, en una zona circunscrita a San Agustín, L’Etoile, el Trocadero, metro Pasteur y la glorieta de Sevres-Babylone y todo el barrio de los ministerios.
(Jacques Bardoux: El complot del 12 de junio. Revista de París, 15 de agosto de 1936. Fernando y Salvador Moreno de Alborán y de Reyna: La guerra silenciosa y silenciada, pp. 115-116, Madrid).
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Composición o estructura de la III Internacional

Se conoce como la Tercera Internacional el conjunto de tres organismos integrados: la Internacional Comunista, la Internacional Sindical Roja y el Politburó. La primera organización dirigía el conjunto de partidos comunistas mundiales y su Comité Ejecutivo era el Komintern; la segunda organización encuadraba y dirigía las organizaciones sindicales controladas por los comunistas; la tercera organización se situaba en un plano superior a los otros dos organismos y su jefe, entonces Iosif David Vissarion Djugashvilli —también Iosif Vissarionovich—, alias Kochba, más conocido por Stalin, era el secretario general del partido comunista. Las tres se hallaban radicadas en Moscú.
(Diversos estudios especializados)

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