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El llamado Arte Nacional. Nicolás Fernández de Moratín

Epístola sobre la Fiesta Nacional

25 de julio de 1776



Carta histórica sobre el origen y progresión de las fiestas de toros en España, que por encargo del príncipe de Pignatelli, escribió don Nicolás Fernández de Moratín el año 1776.
El poeta y dramaturgo Nicolás Fernández de Moratín, literato y jurista, fue catedrático de poética en el antiguo colegio Imperial. Neoclásico militante, colaboró en la fundación de la tertulia de la fonda de San Sebastián y número de la Academia de los arcades de Roma, en donde se le conocía por el seudónimo de Flumisbo Thermodonciano. Padre del también poeta y dramaturgo Leandro Fernández de Moratín.
El príncipe de Pignatelli pudiera ser Antonio Francesco Pignatelli Pinelli Ravaschieri y Aymerich, III marqués de San Vicente; descendiente de Antonio Pignatelli y Váez, quien fuera virrey de Navarra y de Galicia en el reinado de Carlos II.
A continuación se transcribe la carta que resume la historia del arte taurino en España.

Excmo. Sr. Príncipe de Pignatelly:
El asunto sobre que V. E. se ha dignado mandarme escribir, ha sido siempre tan olvidado como otras cosas de nuestra España; por lo que faltándome Autores que me den luz, diré las pocas noticias que casualmente he leído, y algunas que de las conversaciones se me han quedado en la memoria.
Las Fiestas de Toros conforme las ejecutan los Españoles, no traen su origen, como algunos piensan, de los Romanos, a no ser que sea un origen muy remoto, desfigurado y con violencia; porque las fiestas de aquella Nación en sus Circos y Anfiteatros, aun cuando entraban Toros en ellas, y éstos eran lidiados por los hombres, eran con circunstancias tan diferentes que si en su vista se quiere insistir en que ellas dieron origen a nuestras fiestas de toros, se podrá también afirmar que todas las acciones humanas deben su origen a los antiguos y no al discurso, a la casualidad o a la misma Naturaleza.
Buen ejemplo tenemos de esto en los indios del Orinoco, que sin noticia de los Espectáculos de Roma, ni aun de las Fiestas de España, burlan a los caimanes ferocísimos con no menor destreza que nuestros Capeadores a los Toros: y el burlar y sujetar a las fieras de sus respectivos países ha sido siempre ejercicio de las Naciones, que tienen valor naturalmente, aun antes de ser esto aumentado con artificio.
Pero pasando de los discursos a la Historia, es opinión común en la nuestra que el famoso Rui Ruy, o Rodrigo Díaz de Vibar Vivar, llamado el Cid Campeador, fue el primero que alanceó los toros a caballo. Esto debió de ser por bizarría particular de aquel Héroe; pues en su tiempo sabemos que Alfonso el VI, otros dicen el VIII, en el siglo X tuvo unas Fiestas públicas que se reducían a soltar en una Plaza dos Cerdos, y luego salían dos hombres ciegos, o acaso con los ojos vendados, y cada cual con un palo en la mano buscaba como podía al Cerdo, y si le daba con el palo era suyo, como ahora al correr el Gallo, siendo la diversión de este regocijo el que, como ninguno veía, se solían apalear bien.
No obstante esto, el Licenciado Francisco de Cepeda, en su Ressumpta Historial de España, llegando al 1100, dice: “Se halla en memorias antiguas que (este año) se corrieron en Fiestas públicas Toros, espectáculo sólo de España, etcétera, etc.”
También se halla en nuestras Crónicas, que el año 1124, en que casó Alfonso VII en Saldaña con Doña Berenguela la Chica, hija del Conde de Barcelona, entre otras funciones hubo también Fiesta de Toros.
Entonces se cree que empezaron a componer las Plazas, y se fabricó la antigua de Madrid, y se hizo granjería de este trato habiendo arrendatarios para ello, que sin duda serían Judíos. Y esto lo acredita aquel cuento, aunque vulgar, del Marqués de Villena, y de aquel Estudiante de Salamanca de quien fingen que llevó a su dama en una nube a ver la Fiesta de Toros, y se le cayó el chapín, etc., etc. Y lo cierto es que cuando este monarca Don Juan se casó con Doña María de Aragón en 20 de octubre de 1418, tuvieron en Medina del Campo muchas Fiestas de Toros.
Prosiguió esta gallardía en tiempo de los Reyes Católicos, y estaba tan arraigada entonces que la misma Reina Doña Isabel, no obstante no gustar de ella, no se atrevía a prohibirla, como lo dice en una Carta que escribió desde Aragón a su confesor Fray Hernando de Talavera, año de 1493, así: “De los toros sentí lo que Vos decís, aunque no alcancé tanto; mas luego allí propuse con toda determinación de nunca más verlos en mi vida, ni ser en que se corrían; y no digo defenderlos (esto es, prohibirlos), porque esto no era para mí a solas.”
En efecto, llegó a autorizarse tanto, que el mismo Emperador Carlos V, aun con haber nacido y criándose fuera, mató un toro de una lanzada en la Plaza de Valladolid en celebración del nacimiento de su hijo el Rey Felipe II. También Carlos V estoqueó desde el caballo, en el Rebollo de Aranjuez, a un jabalí que había matado a quince sabuesos, herido a diecisiete y a un montero, lo cual es una especie de toreo. También Felipe II mató así otro jabalí en el bosque de Heras, donde le hirió el caballo, y otra vez en Valdelatas donde le rompió el borceguí de una navajada.
Felipe III renovó y perfeccionó la Plaza de Madrid en 1619. También el Rey Don Felipe IV fue muy inclinado a estas bizarrías, y además de herir a los toros mató a más de cuatrocientos jabalíes, ya con estoque ya con la Lanza y ya con la Horquilla.
Así prosiguieron las Fiestas por todo el reinado de Carlos II, las cuales cesaron a la venida del Señor Felipe V, y la más solemne que hubo fue el día 30 de julio del año de 1725, a la que asistieron los Reyes en la Plaza Mayor de Madrid; y aunque en Andalucía vieron algunas, y otra en San Ildefonso, siempre fue por ceremonia y con poco gusto, por no ser inclinados a estas Corridas; y esto produjo una nueva habilidad y forma una cierta y nueva Fiesta de los Toros.
Estos espectáculos, con las circunstancias notadas, los celebraron en España los Moros de Toledo, Córdoba y Sevilla, cuyas Cortes eran en aquellos siglos las más cultas de Europa. De los Moros lo tomaron los Cristianos, y por eso dice Bartolomé de Argensola:
Para ver acosar toros valientes
Fiesta un tiempo africana, después Goda,
Que hoy les irrita las soberbias frentes…
* * *

Pero es de notar que eran estas Funciones solamente de Caballeros, que alanceaban o rejoneaban a los toros siempre a caballo, siendo esto empleo de la primera Nobleza y sólo se apeaban al empeño de a pie, que era cuando el toro le hería algún chulo hombre que en las fiestas de toros asiste a los lidiadores y les da garrochones, banderillas y demás útiles de la lidia o al caballo, o se perdía el rejón, la lanza, el estribo, el guante, el sombrero, etc.; y se cuenta que los Caballeros Moros, Cristianos, que en tal lance, hubo quien cortó a un toro el pescuezo a cercén de una cuchillada, como Don Manrique de Lara y Don Juan Chacón, etcétera.
Los Moros torearon aún más que los Cristianos, porque éstos, además de los juegos de cañas, sortijas, etcétera, que también tomaron de aquellas Empresas, Aventuras, Justas y Torneos, de que fueron Teatros Valladolid, León, Burgos y el sitio del Pardo; pero extinguidas las contiendas con los hombres, por lo peligrosas que eran, como sucedió en España, y aún más en Francia, todo se redujo acá a las Fiestas de Toros, a las cuales se aficionaron mucho los Reyes de la Casa de Austria, y aún en Madrid vive hoy un Padre que se acuerda de haber visto a Carlos II, a quien sirvió autorizar las Fiestas Reales, de las cuales había tres votivos al año en la Plaza Mayor a la vista del Rey, sin contar los extraordinarios y los de fuera de la Corte. Ya se ha dicho que estas fiestas eran solamente empleo de los Caballeros entre Cristianos y Moros; entre éstos hay memoria de Muza, Malique-Alaber y el animoso Gazul.
Entre los Cristianos, además de los dichos, celebra Quevedo a Cea, Felada y Villamor; al duque de Maqueda, Bonifaz, Cantillana, Ozeta, Zárate, Sástago, Riaño, etcétera. También fue insigne el conde de Villamediana y don Gregorio Gallo, caballerizo de S. M., y de la Orden de Santiago, fue muy diestro en los ejercicios de la Plaza e inventó la espinillera para defensa de la pierna, que por el se llamó Gregoriana.
El poeta Tafalla, celebra a los caballeros llamados Pueyo y Suazo, que rejoneaban en Zaragoza con aplauso, a fin del siglo pasado, delante de Don Juan de Austria; y si V. E. me lo permite, también diré que mi abuelo materno fue muy diestro y aficionado a este ejercicio, que practicó muchas veces en compañía del marqués de Mondesor, conde de Tendilla. Y el duque de Medina-Sidonia, bisabuelo de este señor que hay hoy día, era tan diestro y valiente con los toros que no cuidaba de que fuese bien o mal cinchado el caballo, pues decía que las verdaderas cinchas debían ser las piernas del jinete. Este caballero mató dos toros de dos rejonazos en las bodas de Carlos II con Doña María de Borbón, año de 1679, y rejonearon el de Camarasa y Rivadavia y otros.
Don Nicolás Rodrigo Novella imprimió en 1726 su Cartilla de torear, y en su tiempo eran buenos caballeros Don Jerónimo de Olaso y Don Luis de la Peña Terrones, del hábito de Calatrava, caballerizo del duque de Medina-Sidonia; y también fue muy celebrado Don Bernardino Canal, Hidalgo de Pinto, que rejoneó ante el Rey con mucho aplauso el año de 25 1725, y aquí se puede decir que se acabó la raza de los Caballeros (sin quitar el mérito de los vivos), porque como el señor Felipe V no gustó de estas Funciones lo fue olvidando la Nobleza.; pero no faltando la afición de los Españoles, sucedió la plebe a ejercitar su valor matando los Toros a pie, cuerpo a cuerpo con la espada, lo cual no es menor atrevimiento, y sin disputa (por lo menos su perfección) es hazaña de este siglo.
* * *

Antiguamente eran las Fiestas de Toros con mucho mayor desorden, y amontonada la gente, como hoy en las novilladas de los lugares o en el toro embolado o el jubillo de Aragón, del cual no hablaré por ser barbaridad inimitable, ni de los despeñaderos para los toros de Valladolid y Aranjuez, porque esto lo puede hacer cualquier Nación; y así se dice que en unas Fiestas del Rey Chico de Granada, mató un toro cinco o seis hombres y atropelló a más de cincuenta. Sólo se hacía lugar a los Caballeros y después tocaban a desjarrete, a cuyo son los de a pie (que entonces no había toreros de oficio) sacaban las espadas, y todos a una acometían al toro acompañados de perros; y unos le desjarretaban (y la voz lo está recordando) y otros le remataban con chuzos, y a pinchazos con el estoque corriendo y de pasada, sin esperarle, y sin habilidad, como aún lo hacen rústicamente los mozos de los lugares; y yo lo he visto hacer por vil precio al Mocaco de Alhóndiga.
Hoy esto es insufrible; y no obstante en la citada fiesta del año 25, delante de los mismos Reyes y en la Plaza de Madrid, se mataron a sí los toros desjarretados, y que vive quien lo vio y lo pinta así la Tauromaquia escrita aquel año; prueba evidente de que no había mayor destreza. Los que desjarretaban eran esclavos moros; después fueron negros y mulatos, a los que también hacían los señores aprender a esgrimir para su guarda; lo segundo se colige de Góngora y lo primero de Lope de Vega, quien hablando en su Jerusalén de desjarretar dice:
… Que en Castilla los esclavos
Hacen lo mismo en los toros bravos.

Cuando no había Caballeros se mataba a los toros tirándoles garrochones desde lejos y desde los tablados, como se colige de Jerónimo de Salas Barbadillo, Juan de Yaque y otros autores de aquellos tiempos; y hasta que tocaban a desjarretar los capeaban también, cuyo ejercicio de a pie es muy antiguo, pues los moros lo hacían con el albornoz y el capellar.
Mi anciano padre cuenta que en tiempos de Carlos II, dos hombres decentes se pusieron en la Plaza delante del balcón del Rey, y durante la fiesta, fingiendo hablar algo importante, no movieron los pies del suelo por más que repetidas veces les acometiese el toro, al cual burlaban con sólo un quiebro del cuerpo u otra leve insinuación; lo que agradó mucho a la corte.
El año 1726, se evidenció por Noveli que todavía no se ponían las banderillas a pares sino cada vez una, que la llamaban arpón. Por este tiempo empezó a sobresalir a pie Francisco Romero el de Ronda, que fue de los primeros que perfeccionaron este Arte usando de la muletilla, esperando al toro cara a cara y a pie firme, y matándolo cuerpo a cuerpo, y era una cierta ceremonia, que el que esto hacía llevaba calzón y coleto de ante, correón ceñido y mangas atacadas de terciopelo negro para resistir a las cornadas.
Hoy que los diestros ni aun las imaginan posibles, visten de tafetán, fundando la defensa no en la resistencia sino en la destreza y agilidad. Así empezó el estoquear, y en cuantos libros se hallan escritos en prosa y en verso sobre el asunto, no se halla noticia de ningún estoqueador, habiendo tanta de los Caballeros, de los Capeadores, de los Chulos, de los Parches y de la Lanzada de a pie; y aun de los Criollos, que enmaromaron la primera vez al toro en la Plaza de Madrid en tiempo de Felipe IV.
También debo decir, no obstante, que en la Alcarria aún viven ancianos que se acuerdan de haber visto al nombrado abuelo mío tender muerto a un toro de una estocada; pero esto o fue acaso o gentileza extraordinaria, y por lo tanto muy celebrada en su tiempo. En el de Francisco Romero estoqueó también Potra el de Talavera y Godoy, caballero extremeño.
Después vino el fraile de Pinto y luego el fraile del Rastro; y Lorenzillo, que enseñó al famoso Melchor, y el célebre Martincho con su cuadrilla de navarros, de los cuales ha habido grandes banderilleros y capeadores como lo fue, sin igual, el diestrísimo licenciado de Falces.
Antiguamente hubo también en Madrid Plaza de Toros junto a la Casa del Duque de Lerma, hoy el de Medina-Celi, y también hacia la plazuela de Antón Martín, y aún dura la calle del toril, por otro nombre del Triste.
* * *

Poco después que se hizo la plaza redonda en el Soto Luzón, y luego donde ahora está, trajo el Marqués de la Ensenada cuadrillas de navarros y andaluces que lucieron a competencia. Entre estos últimos sobresalió Diego del Álamo, el malagueño, que aún vive; y entre otros de menor nota se distinguió mucho Juan Romero, que hoy está en Madrid, con su hijo Pedro Romero, del cual, con Joaquín Rodríguez, ha puesto en tal perfección este Arte, que la imaginación no percibe que sea ya capaz de adelantamiento.
Algunos años ha, con tal que un hombre matase a un toro, no se reparaba en que fuese de cuatro a seis estocadas ni en que éstas fuesen altas o bajas, ni en que les despaldillase o le degollase, etcétera, pues aún a los marrajos o cimarrones los encojaban con la media luna, cuya memoria ni aún existe. Pero hoy ha llegado a tanto la delicadeza, que parece que se va a hacer una sangría a una dama y no a matar de una estocada a una fiera tan espantosa.
Y aunque algunos reclaman contra esta función llamándola barbaridad, lo cierto es que los facultativos diestros la tienen por ganancia y diversión; y nuestra difunta Reina Amalia, al verla, sentenció: “Que no era barbaridad, como la habían informado sino diversión donde brilla el valor y la destreza.”
No me detengo en pintar las circunstancias de cada clase de estas fiestas, ni las vastas de toros, ni creo que no reste que decir, pues obras de esta naturaleza deben su perfección a la casualidad y al tiempo que va descubriendo más noticias.
Quedo no obstante, muy gozoso de haber servido a V. E. en esto poco que puedo, y deseo que prosiga honrándome con sus preceptos, como que le guarde Dios muchos y felices años.
Nicolás Fernández de Moratín.
Madrid, 25 de julio de 1776.



Nicolás Fernández de Moratín



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