El Imperio en Europa: el coronel Diego García de Paredes Salía de su ciudad, con la aurora el cielo despertando, el hijodalgo Diego García de Paredes, caballero en un cuartago tordo de gran alzada y anchos pechos, canturreando la copla: Porque me parto lejos llora mi amor; ya reirá cuando vuelva, si lo quiere Dios. Recordaba uno de sus galanteos nocturnos, más célebre y narrado de boca en boca porque “arrancó la reja que le molestaba mientras cortejaba a una dama”, “la prenda de su alma a quien no vería sino en sueños al llegar el alba, y Dios sabe si nunca ya con los ojos”. “Dejadme estar a vuestro lado” — pidió a ella — “que es estar en el cielo, y yo haré que el agua no pueda denunciarnos”. En aquel instante de arrebato amoroso, víctima del que fue la reja, la lluvia era tromba y el viento vendaval. Horas después las nubes vacías arrumbaban otro horizonte y la Luna reflejaba su esplendor en los charcos. El mozo y gallardo Diego salía por el espacio mismo de la
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