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Antes quemados que rendirnos. Torre óptica de Colón

Guerras ultramarinas en el siglo XIX: Zona de Puerto Príncipe

20 de febrero de 1871

Alférez Cesáreo Sánchez, corneta Máximo Garrido y la guarnición de la Torre Óptica de Colón



La Torre Óptica de Colón o de Pinto, que por ambas denominaciones era conocido este puesto de vigía, estaba situada a cuatro leguas de la ciudad de Puerto Príncipe, en la isla de Cuba.
El mirador o puesto avanzado del Ejército español, fue atacado al amanecer del 20 de febrero de 1871 por una tropa de 500 insurrectos al mando de los coroneles cubanos Agramonte, Yaguajay y Rodríguez.
Componían la guarnición el alférez Cesáreo Sánchez Sánchez, el sargento José Garabito Fernández, tres cabos, un corneta y 21 soldados, auxiliados por tres paisanos.
El enemigo trató de incendiar la Torre, pero pudieron ser rechazados a bayonetazos a pesar de la intensa humareda y la consiguiente asfixia. Muertos o heridos gravemente más de la mitad de los defensores, entre ellos el alférez jefe del destacamento, el resto se juramentó para morir abrasados antes que rendir la posición y sus personas.
La reiteración en el ataque enemigo y la escasez de municiones hizo plantear una alternativa a la heroica resistencia. El corneta Máximo Garrido Andreu se ofreció para tratar de sobrepasar el cerco y las líneas enemigas a continuación para, ya en territorio propio, solicitar auxilio a los suyos.
Triunfó la estrategia y el arrojo del corneta Garrido. Llegaron los refuerzos a tiempo y los sitiadores huyeron a la desbandada.
Durante la defensa de la Torre resultaron muertos dos cabos y dos soldados; el alférez, un cabo y 11 soldados heridos y el resto de la guarnición contusa. Al cabo de unos días, el alférez Sánchez dirigió al Comandante general del Departamento el siguiente informe sobre lo acaecido en la Torre Óptica de Colón.
“No habiendo podido por el estado de mi salud participar a V.E. oportunamente lo ocurrido en la mañana del día 20 en la Torre Colón, cuyo puesto me hallaba mandando, tengo la honra hoy, repuesto ya algún tanto, de elevar a V.E. el siguiente parte detallado.
El 19 por la tarde, observé que por las inmediaciones del punto, aunque fuera del alcance de nuestras armas y en además hostil, cruzaron seis o siete hombres a caballo, y con este motivo determiné redoblar la vigilancia durante la noche, manteniendo la mitad de la gente en pie sobre las armas y la otra mitad sentada al pie de ellas; y alternando de esta forma se pasó la noche sin más novedad que un disparo de un centinela de la parte superior de la Torre, con motivo de un ruido extraño que se oyó en un palmar inmediato.
Media hora antes de hacerse de día, coloqué toda la fuerza en los sitios que debía ocupar en caso de un ataque al amanecer, destinando a las clases el sitio más conveniente. Estando en esta disposición, amaneció, y al ver que no se oía ruido alguno ni se alcanzaba con la vista nada que hiciera sospechar podíamos ser atacados, dispuse que saliera el ranchero que debía hacer el café de la tropa; pero al mismo tiempos e destacaron del palmar arriba citado algunos hombres a caballo, haciendo señas con un pañuelo blanco. Yo les contesté en la misma forma, creyendo que serían presentados como otras veces se había verificado, pero ellos, moviendo sus sombreros y a las voces de Cuba libre, emprendieron su marcha precipitadamente hacia la Torre. Instantáneamente, y como obedeciendo a este primer movimiento, se precipitaron, saliendo de la Manigua y envolviendo la Torre por todos los frentes, como unos 500 hombres, y éstos lo hicieron con tal rapidez que las tres familias que se hospedaban en los Conucos inmediatos a la Torre no tuvieron lugar de salir de sus casas y únicamente tres hombres pudieron llegar a tiempo para entrar en el fuerte, y aún el último de éstos recibió en el corto trayecto que tuvo que recorrer dos heridas de machete, causadas por los insurrectos que tenía delante; esta circunstancia impidió levantar el puente en la forma más conveniente para que sirviera de blindaje a la puerta y tuvo que levantarse hacia uno de los lados.
Al propio tiempo que el enemigo se precipitaba sobre la Torre, se rompió el fuego por nuestra parte de la manera más eficaz, y tuve ocasión de observar que el enemigo adelantaba en tres líneas: la primera la constituían en su mayor parte negros que venían escudados con faginas de rellenar, llevando además escalas y herramientas; la segunda estaba formada por los blancos mulatos y chinos a pie; y la tercera y última por la gente a caballo. A retaguardia de cada una de estas líneas marchaba uno a caballo con bandera desplegada. La primera línea consiguió su principal objeto, que era colocar las faginas para que les sirviera de defensa contra los fuegos de la Torre y arrojar algunas al foso para cegarlo y facilitar el asalto, pues el número considerable de bajas que experimentaban a consecuencia del certero y nutrido fuego que desde la Torre se les hacía, no les permitía aproximarse lo bastante para arrojar aquellos objetos al foso ni colocarlos convenientemente alrededor de la estacada. A consecuencia de esto, vimos que los dos Jefes que mandaban la primera y segunda línea, que se habían ya confundido en una sola, alrededor de la Torre, se adelantaron animando a su gente con las voces de “a ellos que no son más que veinte”, y hostigándolos y castigándolos de la manera más bestial, consiguieron que se arrojaran algunos negros al foso salvando todos los inconvenientes.
Este nuevo aspecto que tomaba el ataque no fue motivo para que nuestros soldados se desanimaran en lo más mínimo, a pesar de que habían ya caído mortalmente heridos dos cabos y un soldado, y de mucha gravedad el sargento y tres soldados. En esta disposición, mandé que los dos paisanos que quedaban útiles de los tres que se habían guarecido en la Torre, cogiesen dos armas y suplieran a los que con tanta abnegación y patriotismo acababan de sucumbir.
Los negros que habían conseguido llegar hasta el foso incendiaron algunas faginas y trataron de aproximarlas a las maderas de la Torre, pero nuestros soldados les obligaban, clavándoles las bayonetas en la cara o en el pecho, a descender otra vez al foso para no volver a subir; yo me coloqué en la puerta en aquellos momentos, por considerar aquél el punto más débil, y fui herido en una pierna; este nuevo incidente exasperó más y más el ánimo de mis subordinados y motivó el que se redoblará su energía y su entusiasmo.
En esta forma continuó el combate por una y por otra parte por espacio de cerca de una hora, hasta que el enemigo se vio precisado a distraer una gran parte de su gente para retirar e internar en la Manigua sus muertos y sus heridos, en cuyo tiempo se notó habían disminuido notablemente sus fuegos. Pero después que vieron conseguido esto, volvió a empezar de nuevo, hasta que con motivo de haber caído del caballo uno de sus mandarines, se declararon todos en retirada en distintas direcciones, siéndome absolutamente imposible evitar que en su retirada se llevaran sus heridos ni la mayor parte de los efectos de guerra pertenecientes a las bajas que habían tenido; pues de los 26 hombres que constituían este destacamento, habían sido muertos dos cabos y un soldado, y heridos un sargento, un cabo y once soldados, la mayor parte de gravedad, y los restantes casi todos contusos o lastimados con las astillas o residuos que despedían las balas. Sin embargo, dejaron en la estacada y en el foso cuatro hombres muertos, tres armas de fuego, algunas cartucheras y macutos con municiones, cuatro machetes y algunos efectos de su uso particular, más unas doscientas faginas y dos escalas.
Al retirarse dejaban también en los Conucos inmediatos a la Torre las señales más convincentes de su salvaje y feroz instinto: habían asesinado un hombre y una mujer y herido tres mujeres y un niño de corta edad; llevándose otra mujer por espacio de un cuarto de hora, hasta que la infeliz pudo escaparse por lo precipitado con que huían. Con referencia a ésta, se sabe que en su retirada llevaban muchos heridos cruzados en sus caballos y algunos muertos arrastrando; también manifiesta aquella señora que le pareció ver entre los insurrectos a Espinosa, Madriñales y Manuel Agramonte.
Debo manifestar a V.E., para que conste de una manera solemne, que al continuar los insurrectos su ataque con mayor empeño por última vez, los soldados que quedaban en pie decidieron libre y espontáneamente carbonizarse dentro del Torreón antes que consentir que ninguno de aquellos salvajes profanara el estrecho recinto donde estaban tendidos sus compañeros. Y, por último, debo citar al corneta Máximo Garrido, que voluntariamente se prestó a llevar el aviso de la ocurrencia al puesto más inmediato a fin de que por la superioridad se mandaran los recursos y auxilios que se necesitaban y que con tanta oportunidad V.E. se dignó hacer llegar a la Torre aquel mismo día.
Todo lo que me honro en poner en superior conocimiento de V.E. Dios guarde a V.E. muchos años. Puerto Príncipe, febrero de 1871″.
Al alférez Cesáreo Sánchez le fue concedida la Cruz laureada de San Fernando en octubre de 1871; y al conjunto de los defensores, individualizada, en septiembre de 1880.

Relación de los componentes de la heroica guarnición de la Torre de Colón:

Alférez: Cesáreo Sánchez Sánchez.
Sargento segundo: José Garabito Fernández.
Cabo primero: José Suárez Cruz.
Cabo segundo: José Brías Vizcarri y Lucio Herrero Herranz.
Corneta: Máximo Garrido Andreu.
Soldados: Rafael Ariza Castellanos, Juan Capell Morales, Álvaro Cebriola Blanes, Ángel García Rodríguez, José Gual Abril, Joaquín Izquierdo Villanueva, José López Cabello, Juan López Sanz, Juan Murgui Murgui, Gregorio Oché Targa, Clemente Puig Casadems, Pedro Puig Doménech, Pedro Ridao Martín, Andrés Rodríguez Chamizo, José Rodríguez Moreno, Manuel Solá Galera, Miguel Tirado casado, Eugenio del Valle Rico, Luis Ventura Vel, Juan Vilá Piñeiro y Mateo Vilella Llansas.
Paisanos: Pedro Esquivel, Carlos Junco Gómez y José Martínez Quesada.
Artículo basado en la obra Caballeros de la Real y Militar Orden de San Fernando (Infantería), de José Luis Isabel Sánchez, publicación del Ministerio de Defensa


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