El imperio en América y Oceanía: Almirante Isabel Barreto
Segundo viaje a las islas Salomón y travesía hasta Filipinas
Abril de 1595 a febrero de 1596 en el océano Pacífico
Las dotes de mando son innatas en algunas personas con independencia de su sexo y la época en que les toca vivir. Isabel Barreto de Castro es un buen ejemplo y, además, de valor y tenacidad. No es la única mujer que ocupa plaza en la didáctica de la historia de España, ni tampoco una excepción en los nombres femeninos que participaron activamente en la exploración y asentamiento de los territorios del Nuevo Mundo y la Mar Océana de uno a otro confín. Su peculiaridad es el alto cargo que llegó a desempeñar: almirante de la Armada española.
Nacida gallega en, parece ser, 1567, y bautizada en la parroquia pontevedresa de Santa María la Mayor, Isabel era hija de personaje encumbrado (o marino y gobernador o conquistador en el imperio inca), ascendencia noble y vinculada al mar por sangre y suelo.
Ya de niña su carácter descollaba por la determinación y por algún destello déspota y cruel. Difícil por lo tanto de embridar, pero abierta las experiencias que una vida tendente a la aventura ofrece. Su educación fue esmerada y el aprovechamiento de la misma notorio. Culta, audaz y arriesgada, Isabel creció dotada de ínfulas de grandeza, que a la postre convirtieron lo probable en cierto.
Con su familia partió hacia el Nuevo Mundo en 1585, recalando en la capital del virreinato del Perú, llamada entonces Ciudad de los Reyes, y en la actualidad Lima.
La sociedad del virreinato, instalado en el nuevo mundo, presidida por españoles de linaje, tomó del viejo la cultura, la religión y la forma de organización pública: las leyes. Lima, como la capital de ese vasto territorio, un imperio en sí mismo, fue el centro de actividades y decisiones. En tal ambiente y con su preparación, Isabel Barreto fue alguien y dispuso su vida sin demasiadas cortapisas.
En 1585 Isabel conoció al Adelantado Álvaro de Mendaña, navegante español que en 1567 había descubierto las islas Salomón pero aún no tomado posesión de ellas para la Corona de España. La colonización era asunto que reservaba para su siguiente viaje. Ese mismo año de 1585, o quizá uno después, contrajeron matrimonio en Lima Álvaro e Isabel, y ya fueron uno en propósitos y misiones.
Conseguidos permiso y financiación, bendecido el viaje por el virrey García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, el 9 de abril ó el 16 de junio de 1595, según las fuentes, pudo zarpar del puerto de El Callao una expedición de cuatro navíos y 378 personas embarcadas, entre marineros, soldados y civiles, con rumbo a las islas Salomón, al mando de Álvaro de Mendaña. Isabel Barreto también subió a bordo para correr la misma suerte y alcanzar idéntica gloria que su marido. Pero no fue la única mujer ni la única representante de su familia, pues tres de sus hermanos la acompañaron. Y el marino y cronista Pedro Fernández de Quirós, contrario al embarque de mujeres en las expediciones, poco adicto al inesperado gobierno posterior de Isabel, quien refirió para la historia las peripecias sufridas y el testimonio de los protagonistas. El enfrentamiento entre Isabel Barreto y Pedro Fernández de Quirós fue público y notorio desde el primer momento, aunque acrecentado con la muerte del capitán y guía Álvaro de Mendaña, también marido y legador de la aventura y su mando.
El Adelantado Álvaro de Mendaña y Neira, navegante, cartógrafo y explorador, había descubierto las islas Salomón en 1568 y aproando el paralelo 10 descubrió las islas Marquesas (islas Marquesas de Mendoza) el 21 de julio de 1595, durante la travesía de este segundo viaje a las esquivas islas Salomón, que no reconoció a distancia, para tomar posesión de ellas en nombre de España y explorarlas.
Pero no pudo consumar su pretensión. La malaria acabó con su vida en las islas de Santa Cruz (una parte del archipiélago de las islas Salomón, descubiertas el 7 de septiembre), donde había fundado una colonia, el 18 de ese año 1595. En trance de agonía, adivinando que para él no habría más viaje ni nuevos descubrimientos, delegó en su esposa Isabel su responsabilidad como gobernador y en su cuñado, Lorenzo Barreto, el título de almirante y la tarea de proseguir la expedición; fueron legales los nombramientos ya que una cédula particular otorgada por el rey de España a su persona lo permitía. Solución provisional, no obstante, plazo breve e la posesión del privilegio. Lorenzo falleció a las pocas fechas de haberse elevado en condición frente a marinos, soldados y civiles. Así que, siguiendo la línea dinástica, Isabel, cual heroína señalada por la ventura y las desventuras, ocupó los cargos heredados de marido y hermano sin mediar otra voluntad que la suya ni más consejo que el propio. Por lo tanto, Isabel Barreto reunió en su persona los títulos de almirante de la flota y Adelantada del mar océano, desempeñándolos desde el galeón Santa Isabel, su nao capitana. La primera mujer almirante de la Armada española.
La situación en Santa Cruz, confusa y revuelta, con los indígenas soliviantados y los soldados y civiles de la expedición con el espíritu sumido en contradicciones y rebeldías, obligaba a la Adelantada, almirante y gobernadora a tomar una pronta determinación. Que fue la de levar anclas el 18 de noviembre de 1595 hacia la segura Manila, en el archipiélago filipino, en busca de refuerzos humanos y materiales para completar la exploración de todos los territorios descubiertos y el decidido asentamiento de los colonizadores.
Rumbo a Filipinas, la almirante tuvo que demostrar sus dotes de mando a una tripulación y un pasaje poco convencidos de su valía, no en vano hasta entonces, aunque dando muestras de su iniciativa y arrestos, no pasaba de consorte. Puede que excedida en las formas, a la fuerza o de grado, impuso su voluntad. En contra de opiniones y gestos, alzada sobre el murmullo y los conatos de oposición, Isabel Barreto guió la nave hasta su destino, enfilando en ruta las islas de los Ladrones (actual Guam).
Cerca de quinientas almas compartiendo el reducido espacio del galeón, entre marineros, hombres de armas, civiles de ambos sexos y experimentados navegantes, supusieron un desafío a la convivencia y a la jerarquía, pronto con el único objetivo de sobrevivir para empezar de nuevo o para cambiar de sino.
Severa fue su mano rectora, y más que eso, dura e inapelable, pero no hay que olvidar que parte de la tripulación se correspondía con individuos malcarados, pendencieros y displicentes, dados a la picaresca y al follón antes que al sometimiento voluntario de obligaciones y fatigas. Déspota y caprichosa, la describieron los afectados o los reacios a cumplimentar esa autoridad heredada. Hubo justicia en su trato con los amotinados y rebeldes, aunque poca o ninguna piedad. Mandó, dirigió y se hizo obedecer pese a opositores y adversidades.
Pedro Fernández de Quirós, piloto y cronista, dejó escrita su impresión sobre Isabel Barreto: “De carácter varonil, autoritaria, indómita, impondrá su voluntad despótica a todos los que están bajo su mando, sobre todo en el peligroso viaje hacia Manila”.
Avistaron Filipinas y pusieron pie en tierra en su capital, Manila, el 11 de febrero de 1596. Final de trayecto, un azaroso viaje de resultado incierto pero, al cabo, feliz para los afortunados que habían llegado a ese confín del mundo conocido y civilizado.
En Manila, conocida la proeza de la viuda, Isabel fue homenajeada por todas las instancias insulares y el común de los lugareños: les visitaba una heroína.
Aproximadamente al año de estancia en las islas Filipinas, Isabel contrajo segundas nupcias en la capital, Manila, con el general y caballero de la Orden de Santiago Fernando de Castro.
Impelidos los esposos del espíritu aventurero, quedándoles pequeño cualquier espacio terrestre que abarcara la vista, en 1597 organizaron una expedición marítima por el océano Pacífico, primero hacia la costa de México, y después hacia las costas de la américa meridional.
Concluida la travesía, sin noticia relevante de la misma, Isabel y su marido volvieron a Perú.
A partir de entonces se pierde el relato fehaciente y surge la leyenda. Según algunos biógrafos, Isabel Barreto acabó su peripecia viajera con esta travesía por el inmenso océano pacífico, viviendo el resto de sus días en Perú donde falleció en la ciudad de Castrovirreina el 3 de septiembre de 1612, recibiendo cristiana sepultura en el convento de santa Clara de Lima. Para otros biógrafos, sin embargo, Isabel optó por embarcarse hacia España con el propósito de reclamar sus derechos, y los de su primer marido, sobre las islas Salomón, las Marquesas y las de Santa Cruz, y que sin lograrlo murió en su Galicia natal el año 1610.
Antes de su reclamación, Pedro Fernández de Quirós, acérrimo enemigo de quien fuera Adelantada, gobernadora y almirante, había conseguido de Felipe III una Real cédula que le otorgaba el derecho a regresar y cristianizar las Islas Salomón, anulando los títulos anteriores heredados por Isabel.
Como fuere, razones de Estado o personales aparte, Isabel Barreto es un nombre propio en la historia del imperio español ultramarino.