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En la calle del Turco. El asesinato del general Prim


Al salir de las Cortes para dirigirse a su residencia oficial en el palacio de Buenavista la tarde noche del 27 de diciembre de 1870, algunas voces tan precavidas como temerosas de lo que pudiera acontecer, previa y sibilinamente anunciado, dijeron a Juan Prim, presidente del Consejo: “No salga usted de casa, que le quieren herir”.
Minutos después, coordinada la actuación, le dispararon a bocajarro.
Profundamente caló en el alma popular aquel ignominioso asesinato perpetrado la noche del 27 de diciembre de 1870, en la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, que inauguraba la serie de asesinatos de presidentes del Gobierno de España.

Resumen de los antecedentes
Salió elegido Amadeo I de Saboya, duque de Aosta, el 16 de noviembre de 1870, candidato favorito de Juan Prim y de los diputados españoles por inmensa mayoría; por lo que desde ese momento los partidos opuestos a esta candidatura, básicamente republicanos y alfonsinos, se aprestaron a luchar contra ella, incluso antes de su efectiva proclamación, en la persona del general Prim.
Como aviso de los futuros acontecimientos, el periódico La Federación Española publicaba el 13 de diciembre: “Circulan rumores alarmantes de nuevos y más grades atentados por cierta agrupación de hombres de todos conocida”.
Pero el gobierno presidido por Juan Prim, de manera equivocada, restó importancia a las amenazas y a las advertencias. Mientras tanto había salido una comisión de las Cortes Constituyentes para ofrecer la corona de España a don Amadeo de Saboya y traerlo a España. Las Cortes reanudaron sus tareas el 15 de diciembre, y desde entonces se vio que los contrarios, despechados con el desenlace político de la nueva monarquía, intentaban poner obstáculos a la próxima llegada del nuevo rey. Pero el general Prim impuso su criterio a la soliviantada oposición, la cual puede juzgarse por lo que lanzaba El Combate al grito de ¡viva la república federal!, el 25 de diciembre, con la dirección de José Paúl y Angulo, y bajo la redacción de Ramón Cala, José Guisasola, Francisco Córdoba López, Francisco Rispa y Perpiñá y Federico Carlos Beltrán.
Así se expresaba dicho periódico:
“Cuando la violencia y la fuerza son las únicas armas de un gobierno usurpador, los defensores de los derechos del hombre y de las libertades patrias deben cambiar la pluma por el fusil y repeler la fuerza con la fuerza.
“Una mayoría constituyente facciosa, prostituida y encenagada hasta la hediondez más repugnante, votó en la madrugada de ayer su deshonra y la de la nación española, maniatando traidoramente su soberanía a la espuela del dictador Don Juan Prim. El golpe de Estado es ya un hecho; es la declaración de guerra proclamada parlamentariamente por un gobierno usurpador, que cínica e impúdicamente conculca la ley, pisotea el derecho, arrastra la libertad y barrena la Constitución.
El Combate cree haber representado en el corto periodo de su publicación las ideas, los sentimientos y la voluntad del pueblo, una vez más arteramente herido y vilmente engañado; que no en balde tiene declarada en sus columnas guerra sin cuartel al traidor Prim, a sus Cortes constituyentes, cómplices de un crimen nacional, y a ese dios terrenal asalariado, a ese tirano extranjero que se llama duque de Aosta.
“Ciudadanos españoles: la patria está en peligro. Cuando el tirano extranjero coloque su inmunda planta en tierra española, que esta afrenta sea para todos la señal de exclamar con el coraje de los pueblos ultrajados: ¡Al combate! ¡Abajo lo existente! ¡Viva el ejército español horado! ¡Viva la soberanía nacional! ¡Viva la revolución!”
Esto se publicaba el 25 de diciembre; y el 27 por la tarde se materializó el atentado a Juan Prim.
No por casualidad, ese domingo 25 de diciembre de 1870, José Paúl y Angulo (que fue considerado uno de los autores del magnicidio) daba por terminada la vida de su periódico con el ejemplar número 54, de una sola hoja en vez de las cuatro habituales e impresa por una sola cara. Contenía un Llamamiento al pueblo español, ya extractado, y una nota A los republicanos de Madrid, con el siguiente texto:
“Necesario es todavía marcar en la hora oportuna el momento mismo de la lucha armada.
“El partido republicano de Madrid iniciará o secundará, según convenga, el movimiento revolucionario que, al grito de ¡ABAJO LO EXISTENTE! ¡ATRÁS EL EXTRANJERO! Concluya con la farsa indigna que nos empobrece y nos deshonra.
“Los hombres de EL COMBATE recomiendan a sus correligionarios de Madrid tanta subordinación como energía, y se reservan prevenirles en la última hora.”
Había algo preparado de extraordinaria entidad contra Juan Prim, planeado por grupos ideológicamente dispares pero coincidentes en sus objetivos e inquina contra el general; aunque años después, en su acomodo de París finiquitada tiempo ha el esperpento, tragicómica experiencia de la I República, y su periplo americano de escape principalmente en Perú, José Paúl y Angulo (José Paul y Angulo según las fuentes), que tan vehemente se manifestara en las páginas de su periódico y en los ambientes enemigos de Prim, declarara su desconcierto por el atentado, además de la imparcialidad y delicadeza de los republicanos en las objeciones a la persona y la obra de Prim: “Los republicanos no perturbamos el orden; como que el asesinato de Prim fue para nosotros la más grande de las sorpresas”.
No obstante esta declaración exculpatoria, en la que el asombro viste de sarcasmo, José Paúl y Angulo ha sido, y es, considerado el ejecutor material del asesinato al frente de un grupo de nueve republicanos, contando con la complicidad del coronel Solís y Campuzano, ayudante del duque de Montpensier, cuñado de Isabel II, candidato al trono de España, quien sería en última instancia instigador del mismo.
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El relato de los hechos en el siglo XIX
Síntesis de varias fuentes.
Al retirarse el general Prim del Congreso terminada la sesión de aquella tarde fue asaltado su coche en la calle del Turco por varios asesinos que estaban ocultos en dos berlinas de plaza situadas en la misma calle, en opuesta dirección y casi juntas como para impedir el paso al coche que conducía al general.
Los asesinos dispararon ocho tiros apuntando a quemarropa al general Prim y sus ayudantes Sr. Moya y Sr. González Nandín. El general Prim fue herido de dos balazos en el antebrazo izquierdo y en la mano derecha, de la cual hubo necesidad de amputarle un dedo.
En los primeros momentos se dijo que la herida era leve; pero pronto se supo por todo Madrid la dimensión del suceso criminal. En efecto, después de dos días de mortal ansiedad, el caudillo de los Castillejos, dominado por una congestión irresistible, sucumbió a las cinco y cuarenta y cinco minutos de la tarde del 30 de diciembre, víctima de los partidos, y fundador de una dinastía nueva que pasó como un relámpago.
Juan Prim fue depositado en la Basílica de Atocha, y allí le visitó el nuevo monarca que con tan tristes y siniestros auspicios entraba en España.

El relato de los hechos en el siglo XX
Investigación de Eduardo Comín Colomer, historiador de la Policía.
Aquella noche del 27 de diciembre de 1870, Juan Prim y Prats, grado 33 de la Masonería, hermano Washington y capitán de Guardias del Supremo Consejo del Grado 33 —entonces correspondiente a la segunda jerarquía de tal sociedad secreta— iba a acudir al ágape fraternal que el Grande Oriente celebraba en la fonda Las Cuatro Naciones, en la madrileña calle del Arenal. Desde el Congreso había previsto desplazarse al citado lugar de encuentro, pero necesitado a última hora de atender un asunto en el palacio de Buenavista, su residencia oficial como presidente de Consejo y también sede del Ministerio de la Guerra, decidió presentarse en la fonda sólo para el brindis. Así lo avisó a los hermanos de logia por mediación de su amigo Ricardo Muñiz; una de las personas de su confianza que le había advertido de las amenazas que pendían sobre él y que también se gestaban en las filas republicanas de las Cortes cuyo dirigente y portavoz más acentuado era el periodista José Paúl y Angulo, director del periódico El Combate, otrora amigo de Prim y hoy su mayor enemigo declarado.
En la calle de Floridablanca esperaba el cupé, coche de caballos, del presidente del Consejo. Subió al vehículo Prim con Sagasta, hermano Paz y Herreros de Tejada; quienes al poco trecho se despidieron del general para acudir al banquete masónico del solsticio de invierno. Al abandonar el carruaje ambos políticos es cuando montaron los ayudantes del general Prim señores Moya y González Nandín. Diversos historiadores aseguran que a partir de aquel instante, desaparecidos de la escena Sagasta y Herreros de Tejada, comenzó a funcionar lo que Roque Barcia, político del Partido Republicano Federal y uno de los máximos impulsores de la rebelión cantonal durante la I República (iniciativa de la que posteriormente abjuró), llamó “telégrafo fosfórico”. Escribió al respecto: “Un hombre encapado, que estaba en la acera de enfrente, enciende un fósforo. Otro hombre encapado que estaba en la esquina del mismo palacio del Congreso, por la calle del Sordo (hoy de Zorrilla), enciende en el acto otra cerilla. La misma operación ejecuta otro encapado que vigilaba en la embocadura de la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas).
Llegó el coche a las proximidades de la calle de Alcalá y allí un vehículo le interceptó el paso. El ayudante Sr. Moya, atisbando por la ventanilla, exclamó: “¡Mi general, nos hacen fuego!” En ese instante, según reseña de La Federación Española, en su número del 6 de enero de 1871, uno de los asaltantes “se aproximó al coche, rompió el cristal con la boca de su trabuco y exclamó a media voz: Prepárate, vas a morir.”
Otro grupo, en el costado opuesto, realizó la misma acción. Consumado el atentado los asesinos desaparecieron como fantasmas, con el único vestigio de su presencia en una huella de mano con resto chamuscado del fogonazo del arma disparada en la pared donde quiso limpiarse. Tras las descargas simultáneas, los ejecutores oyeron la voz de Prim, lo que les indujo a creer que habían marrado en su propósito y a que desistieran del previsto movimiento insurreccional cometido el acto criminal los cómplices que aguardaban en la plaza de la Cebada la confirmación de la muerte. Otros grupos implicados en el mismo magnicidio aguardaban en la plaza de Santo Domingo una señal que se dio para lanzarse a la revuelta con agitación y propaganda a la vista pública.
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Acto seguido del suceso criminal comenzaron los interrogantes, y las acusaciones. Fue señalada la Ronda secreta policial, es decir, los policías de vigilancia en los trayectos efectuados por el presidente del Consejo, que el día de autos dejaron expedita de cuerpo de seguridad la ruta a los asaltantes; señalado el diputado periodista José Paúl y Angulo, por sus escritos y declaraciones contra la figura de Prim; señalado y procesado por el juez Francisco García Franco el secretario del duque de Montpensier, Felipe Solís, a quien se halló en el registro de su domicilio “una comprometedora Memoria, escrita de su puño y letra, más tarde desaparecida de los autos”; por supuesto los detenidos, algunos de los cuales, reclutados en La Rioja para la comisión del crimen, declararon que “se les había asegurado que tan luego como se perpetrase, todas las tropas de la guarnición proclamarían a Montpensier rey de España”; también recibió señalamiento el propio juez instructor, García Franco, quien no llegó a tomar declaración al general, pese a que éste sobrevivió varios días al atentado, alegando en su descargo que no quería agravarle la salud con un interrogatorio y otras razones coincidentes con el argumento principal que, al cabo del tiempo, pasados unos años, dieron pie en 1885 a un comentario en el diario Fígaro de París del siguiente tenor: “La circunstancia de haber esperado este juez [Francisco García Franco] tantos años para dar estas explicaciones [excusas], indicio es también de que halló para hacerlo antes algún temor que le detuvo”.
Las sospechas sobre Antonio María de Orleans, duque de Montpensier (hijo y nieto de masones, quizá también lo fuera él), como instigador del atentado aumentaron, toda vez que Juan Prim había sido el mayor contradictor de su candidatura; por cierto, mínimamente secundada por el voto presente. Tesis que sostienen investigadores del atentado como Antonio Pedrol Rius y Javier Rubio.
Cuando Amadeo de Saboya visitó a la viuda del general Prim, Francisca Agüero González, le garantizó que buscaría a los asesinos por todos los medios para hacerles pagar su delito. A lo que la viuda respondió: “Pues no tendrá V. M. que buscar mucho a su alrededor”.
Las sospechas por el asesinato alcanzaron al general Francisco Serrano, duque de la Torre, regente del Reino. Al respecto de su posible participación se dijo: “El sereno o vigilante que prestaba servicio en la calle del Turco, salía, a la hora en que se cometió el crimen, de una taberna de la misma calle, y después de las detonaciones vio correr a cuatro embozados que se escondieron en el palacio que hoy ocupa la Presidencia del Consejo de Ministros, en donde, como es sabido, habitaba el Regente”.
Algunos de los detenidos como partícipes en el atentado murieron repentinamente, como Paúl y Angulo, o de forma misteriosa, los personajes de menor talla política.
La realidad es que no hubo un interés verdadero por esclarecer los hechos.
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Lo que pudo demostrarse del atentado contra el general Prim
Traslación del estudio realizado por el investigador Eduardo Comín Colomer.
Con quienes por uno u otro concepto estuvieron involucrados en el atentado del presidente del Consejo, Juan José Rodríguez López elaboró una tesis por entregas, “por hojas”, bajo el título Asesinato del General Prim, editada en Zaragoza entre el 21 de marzo y el 15 de octubre de 1886, compuesta por 29 números con un total de 250 páginas.
Juan José Rodríguez López, el autor del citado amplio y detallado testimonio, estuvo procesado y fue encarcelado, acusado de participar en una acción contra la vida de Juan Prim, y cuyas denuncias se produjeron los días 14 y 16 de noviembre de 1870. Por ese motivo criminal mantuvo una estrecha relación con Felipe Solís y Campuzano, ayudante del duque de Montpensier, quien le comisionó personalmente para realizar el atentado. Sometidos a careo Rodríguez y Solís, este último negó cualquier clase de concomitancias entre ellos.
Rodríguez López fue trasladado desde la cárcel del Saladero, situada en la madrileña plaza de Santa Bárbara a una prisión militar, para después retornar al Saladero. Sufrió dos intentos de envenenamiento: el primero por disolución de fósforos en el botijo del agua, el otro con dos pasteles que le habían sido regalados y que iba a compartir.
De las múltiples actuaciones judiciales efectuadas tras el atentado, quedaron claramente definidos tres núcleos de complotados. El que comenzó el acuerdo mediante una reunión celebrada en la ciudad de Bayona en febrero de 1870 con Juan López (nombre de guerra de Juan José Rodríguez López), Enrique Sestrada y su cuñado Pedro Acevedo. Este trío constituyó una célula de actuación denominada La Internacional, al servicio del duque de Montpensier. Valga un inciso en el relato: téngase en cuenta que el almirante Topete estuvo dispuesto a proclamar reina de España a la infanta doña Luisa Fernanda, esposa del duque de Montpensier; probablemente así hubiera ocurrido de haber embarcado a tiempo el general Serrano, pero como fue el general Prim quien llegó antes, el recibimiento ofrecido a él por la oficialidad y marinería de la fragata Zaragoza no permitió otra interpretación que la del manifiesto de ¡Viva España con honra! (que se expone al final del artículo). También se dijo que el duque de Montpensier participó en la trama criminal con ideas y dinero y ánimo de reponer en el trono a Isabel II. A este núcleo inicial de activistas pronto se adhieren nuevos elementos, distribuidos en un grupo de riojanos y otro de valencianos; de los primeros aparecía como jefe José López con Ruperto Merino, Martín Anedo y Esteban Sáez, en tanto que los segundos estaban comandados por Sostrada con Acevedo, Genovés y Tomás García Lafuente. Éste denunció al resto por la recompensa de cincuenta mil duros a los ejecutores del crimen.
La segunda fracción de aspirantes a magnicidas tenía como cabeza visible a José Paúl y Angulo, director propietario del periódico El Combate, que había liquidado buena parte de su patrimonio financiando complotes dirigidos en su momento por Juan Prim, del que era gran amigo; Adrián Ubillos, Francisco Huertas, Ramón Armella, Montesinos y Ángel González Guerrero eran componentes de la cuadrilla.
La tercera fracción la mandaba José María Pastor, responsable de Orden Público de Madrid, y con él figuraban el ya citado Ángel González Guerrero, guarda de El Pardo, Pascual García Mille, Porcel y Joaquín Fenellosa.
En la hoja del domingo 23 de marzo de 1886, primera de la publicación, se lee:
“A Pascual García Mille le sacó del presidio de Ceuta Joaquín Fenellosa y Segura, casado en Valdepeñas, cuñado del genera don Pascual Gaminde, con el objeto de preparar una conspiración carlista.
“Aprehendidos en Ceuta estuvieron en varias cárceles, ingresándoseles en la baja de Granada, donde en lugar de desertores de presidios se hicieron pasar por presos carlistas. Les acompañaban “los fugados de Ceuta: Pantaleón Polo y Cervera, escribiente del ayudante del presidio; José Grané, escribiente del furrielato; y Andrés Bailón, consorte de la Bernaola.
“El conocimiento y relaciones de García Mille con José María Pastor se dice que fueron a consecuencia de haber sido preso el primero y conducido al Gobierno Civil de la provincia, e influyendo con el inspector de Orden Público don Juan Figuerolas, alias Duende, para que lo pusiesen en libertad, como así lo hicieron.
“José María Pastor, como jefe de todos los sujetos referidos (se incluye a Porcel y Manuel García García), les propuso toda clase de fechorías non sanctas y entre ellas la del asesinato del excelentísimo señor don Juan Prim pero, a pesar de que Pastor les daba seguridades de que, según le había dicho cierto Marqués y Duque, les indultarían de sus penas, hubo quien no quiso tomar parte en el asesinato.”
Por otra parte, que ha de ser contemplada, Juan José Rodríguez López había actuado también por cuenta de Prim en París, poco antes del verano de 1870. Esto es lo que explica en su testimonio por entregas:
“La misión mía en París en aquella época era la de cumplir fiel y exactamente al lado de la embajada española, que tan dignamente desempeñaba don Salustiano Olózaga, las órdenes y misión que de toda confianza me había confiado el malogrado general Prim; y como quiera que en esas órdenes y en esa misión entraba la necesidad de saber cuánto se tramaba allende los Pirineos contra el gobierno provisional de la revolución de 1868, he aquí demostrados la clase de trabajos en que me ocupaba, pudiendo, desde luego, sacar por ellos la consecuencia inmediata de los tratos y contratos que, referentes al asesinato del general Prim puede tener con los que, interesados en ocupar el trono de España (como le sucedía al excelentísimo señor duque de Montpensier) les interesaba también, y entraba en sus planes, la desaparición del general Prim, único que podía contrariárselos.”
Rodríguez López detalla los numerosos cambios de domicilio a los que José María Pastor sometió a Pascual García Mille, Antonio Roca y Juan Fenellosa Segura, a los pocos días de verificado el magnicidio, así como de los diversos delitos cometidos por la banda y hasta de las heridas que sufrió García Mille en tiroteo con sus compinches al oponerse que cierto robo planeado terminara con el asesinato de la víctima de la depredación. Asimismo aporta una relación de individuos conforme resultaba del proceso:
Pascual García Mille, que cumplía dos cadenas perpetuas, Joaquín Fenellosa y Segura, cumpliendo la pena de cadena perpetua, igual que Pantaleón Polo y Cervera, José Grané, Andrés Bailón, José Barreras Esteller, Antonio García. Joaquín Lafuente, Pedro Núñez, Julián Sen y Ramón Cervera, cumpliendo cadena perpetua y a quien se atribuía la muerte de los Solas de San Roque. Todos estos sacados del presidio de Ceuta para asesinar al general Prim y para otras fechorías previas y posteriores.
Los que contribuyeron a sacarlos y a cuyas órdenes estuvieron hasta después de la muerte de Prim fueron José María Pastor, jefe de la ronda secreta del general Serrano, duque de la Torre, Rafael Porcel y Blanca, jefe de bandidos y José Roca, también bandolero y al mando de una partida.
Los que fueron presos como implicados en el asesinato eran Roque Barcia, Ramón de Cala, Francisco Córdoba López, Manuel Rodríguez (el cochero que se atravesó en la calle del Turco y que conducía a algunos de los asesinos), García del Campo, José María Pastor (jefe de la ronda secreta del general Serrano), Jaime Alsina, Cipriano González, Rafael Porcel y Blanca, José Roca, Mariano González, Clemente Escobar, José Anselmo Clavé, Miguel Pastor Casau, José Menéndez, Manuel Torregrosa, Enrique pato Sáenz, y otros.
Los presos que murieron fueron Ruperto Merino, Tomás García Lafuente y Mariano González (asesinados); José Roca, José Genovés y Clemente Escobar (fallecieron en la sala de presos del hospital); José Menéndez, Francisco Córdoba López, Miguel Pastor Casau, José Anselmo Clavé, Manuel Torregrosa y Enrique Pato Sáenz (murieron una vez puestos en libertad).
En los partidarios alfonsinos, continuadores de la dinastía de la Casa de Borbón, lógicamente también recayeron sospechas y acusaciones por el atentado a Prim, puesto que a ellos afectaba directamente la determinación del presidente del Consejo de no restituir a dicha familia en la jefatura del Estado; pero con poco o nulo resultado para la atropellada investigación.
El colofón a esta crónica del atentado y muerte de Juan Prim y Prats lo protagoniza la carta que el aludido Juan José Rodríguez López dirige a la viuda del general y a varias personas, en número considerable, que le habían sido afectas y a terceros que, acaso, tuvieron alguna participación en el crimen.
Escrito que acompaña a la carta:
“Señor D… Muy señor mío y de toda mi consideración: Tengo el honor de remitir a usted copia de la carta que dirijo a la excelentísima señora duques de Prim, con motivo de las inesperadas amenazas y vejaciones que estoy sufriendo.
“Si al cabo de tres años de injusta prisión y de sufrir todo género de penalidades veo que no sólo mis afanes son inútiles, sino que mi vida y el porvenir de mi inocente familia se hallan amenazados, no es extraño que, poniéndome al amparo de la justicia para que proteja mi vida, me disponga por todos los medios posibles a que la opinión pública conozca bien a todos los que han mediado en el inicuo crimen de la calle del Turco, y en la causa formada por tal motivo.
“Suplicando a usted aprecie la rectitud de mis intenciones, tengo el honor de ofrecerme de usted afectísimo servidor Q.B.S.M., José López.”
Misiva a la duquesa de Prim, viuda del general:
“Excma. Señora Duquesa de Prim: Señora: Ninguno de los amigos de vuestro ilustre esposo (Q.E.P.D.) ha hecho ni hace nada para vengar su muerte.
“Por más que yo los he buscado en todas formas (hoy que para nada me necesitan) el silencio o el mayor desprecio es lo que encuentro.
“En vista del abandono con que todos aquellos que tanto le deben al que fue arcabuceado en la calle del Turco, ha hecho de su memoria, me propuse censurar su conducta y concluir presentando a los autores del crimen, para lo cual fundé un periódico titulado Los Canallas. Al hallarse el número tercero en prensa, una medida arbitraria del señor alcaide, por mandato del señor gobernador, me ha obligado a que suspenda la publicación. Toda clase de amenazas e insultos, con no menos vejaciones, han pesado y pesan sobre mí. Al juzgado he acudido y a la audiencia también en demanda de amparo y para que se asegure mi vida, amenazada de mano airada, pues no habrá nada, absolutamente nada, que me haga cejar en mi propósito. Tengo ofrecido denunciar y probar ante el tribunal de justicia y el de la opinión pública quiénes fueron los autores y alguno de los ejecutores; y, hoy mismo, así lo he manifestado al juzgado que ha acudido a mi llamamiento. Pero si esto, además de causar mi muerte, como es consiguiente, ha de dejar a mi esposa e hijos en la más triste miseria, desamparo y completa desolación, prefiero ir a la tumba con el secreto. V. E. que es la única persona interesada en el descubrimiento de los que mandaron cometer el asesinato y de los que lo ejecutaron, y que un día despreció mis indicaciones y sacrificios, si quiere que llegue el momento en que todo se descubra, puede, desde luego, mandar persona que entiéndase conmigo (al mismo tiempo que yo cumplo con mi misión), ampare a mi desconsolada familia en la miseria en que yace. Yo dispuesto estoy siempre; verifíquelo V. E. inmediatamente y todo quedará arreglado; de lo contrario, el silencio de V. E. me autorizará a hacer pública esta franca y leal manifestación para que todo el mundo sepa que Juan Prim y Prats en la tumba ni el recuerdo de la que fue su esposa le queda. Es cuanto tengo el honor de comunicar a vuecencia, ofreciéndome con toda consideración y respeto su afectísimo seguro servidor Q.B.S.M., José López. Cárcel de Villa, 30 de noviembre de 1873.
“P.D. Copia íntegra remito a todos los que eran amigos del héroe de los Castillejos y quizá a alguno de sus asesinos.
“P.D. V. E. debe saber que he sido muy querido de su esposo (cartas cantan). V. E. es madre y muy humanitaria. En el hospital particular de Nuestra Señora de Atocha tengo moribundo un hijo de quince años. Este no podrá vengar a su padre. V. E: puede vengar a su esposo. Mientras aquél llama en las agonías a su padre, que se halla inocente, pero sin libertad, éste está pensando en vengar la muerte de don Juan.”
La viuda de Prim no contestó a la carta ni realizó gestión alguna cerca del firmante.
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Conocido el móvil de un crimen deducible es la responsabilidad. Aunque la ecuación en demasiadas ocasiones queda enmarañada en la madeja del interés por velar, por confundir y desviar de los actores principales, ideólogos y ejecutores, el señalamiento de su acción y culpa. Ante las cortinas de humo o el desistimiento, ante la parcialidad de juicio y la aducida en último extremo razón superior, que acaba barriendo pruebas fehacientes y testigos de cargo, la historia ha de contar sin eximentes en nómina el nombre de los beneficiados por un hecho criminal de repercusión manifiesta e incuestionable.
El asesinato del general Prim, en otras palabras, su eliminación de la escena política, favorecía a los partidos más cercanos al poder y con ansias del mismo: republicanos, montpensieristas y la Unión Liberal del general Serrano. La negativa de Juan Prim a implantar la república en España mientras viviera sentenció a varias firmas, nacionales y extranjeras, su destino. Tras la muerte de Prim ascendió al poder el partido republicano y con él la I República o experimento cantonal que acabó como podía preverse. El duque de Montpensier, Antonio María de Orleans, jugaba con dos bazas: el retorno de Isabel II y, en su defecto, la apuesta personal. Francisco Serrano también barajaba alternativas, y las consiguió consecutivamente: presidente del Consejo, en sustitución del asesinado y Jefe del Ejecutivo con la naciente Restauración.
Y pese a que las sombras en la arena política suelen ser largas, espesas y ominosas, algunas tejen un paradójico manto de visibilidad. Pero como el tiempo todo lo cura y todo lo olvida cuando quiere curar y olvidar el paciente, la verdad taxativa sobre los autores languidece en su acomodado limbo.

Revelaciones en el siglo XXI
Con meritorio esfuerzo, digno del libre intelecto y la estricta ciencia, la Comisión Prim, presidida por don Francisco Pérez Abellán, periodista, investigador y criminólogo, director del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela, ha determinado que el fallecimiento de Juan Prim y Prats no tuvo lugar el 30 de diciembre de 1870, pasados tres días del atentado, sino que sucedió a las pocas horas del mismo, donde fue trasladado el general, por estrangulamiento. El dictamen de la citada comisión expresa que “los surcos del cuello, compatibles con una posible estrangulación a lazo encajan en una necesidad de los asesinos de Prim de no permitir la recuperación del mismo, del que asustaban tanto su fortaleza como su fortuna de salir indemne”.
Dado el carácter del magnicidio, y la relevancia social y política del personaje, cabe aceptar la premura en la constatación de su muerte para evitar una sanación posible tras la no consumación del asesinato in situ. La obra hubiera quedado incompleta y con riesgo de reparación y castigo para los victimarios.
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Proclama de los sublevados en Cádiz
¡Viva España con honra!
Españoles: la ciudad de Cádiz puesta en armas con toda su provincia (…) niega su obediencia al gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal intérprete de los ciudadanos (…) y resuelta a no deponer las armas hasta que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y se cumpla. (…) Hollada la ley fundamental (…), corrompido el sufragio por la amenaza y el soborno, (…) muerto el Municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad; tiranizada la enseñanza; muda la prensa (…). Tal es la España de hoy. Españoles, ¿quién la aborrece tanto que no se atreva a exclamar: «Así ha de ser siempre»? (…) Queremos que una legalidad común por todos creada tenga implícito y constante el respeto de todos. (…) Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las fuerzas vivas del país asegure el orden, en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de nuestra regeneración social y política. Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso de todos los liberales, unánimes y compactos ante el común peligro; con el apoyo de las clases acomodadas, que no querrán que el fruto de sus sudores siga enriqueciendo la interminable serie de agiotistas y favoritos; con los amantes del orden, si quieren ver lo establecido sobre las firmísimas bases de la moralidad y del derecho; con los ardientes partidarios de las libertades individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley; con el apoyo de los ministros del altar, interesados antes que nadie en cegar en su origen las fuentes del vicio y del ejemplo; con el pueblo todo y con la aprobación, en fin, de la Europa entera, pues no es posible que en el consejo de las naciones se haya decretado ni decrete que España ha de vivir envilecida. (…) Españoles: acudid todos a las armas, único medio de economizar la efusión de sangre (…), no con el impulso del encono, siempre funesto, no con la furia de la ira, sino con la solemne y poderosa serenidad con que la justicia empuña su espada. ¡Viva España con honra!
Cádiz, 19 de septiembre de 1868.
Fdo.: Juan Prim, Francisco Serrano, Juan Topete, Ramón Nouvillas, Rafael Primo de Rivera, Domingo Dulce, Antonio Caballero de Rodas.


Artículos complementarios

    El militar y político Juan Prim

    Tres magnicidios

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Médico, antropólogo, filósofo y ensayista, Pedro Laín Entralgo, nacido en la turolense localidad de Urrea de Gaén el año 1908, estudió medicina y química y fue profesor de Historia de la Medicina en la Universidad Complutense hasta 1978, año en que se jubiló de la docencia presencial, fundador de las revistas  Cuadernos Hispanoamericanos ,  Archivos Iberoamericanos de Historia de la Medicina  y  Asclepio  y miembro y presidente de la Real Academia Española, de la de Medicina y de la de Historia. Ha publicado numerosos trabajos de investigación en el campo médico, por ejemplo  Medicina e Historia , de 1941;  Estudios de historia de la medicina y antropología médica , de 1943;  Mysterium doloris: Hacia una teología cristiana de la enfermedad , de 1955;  La relación médico-enfermo: historia y teoría , de 1964,  El médico y el enfermo , de 1969;  Ciencia y vida , de 1970;  La medicina actual , de 1973; y  Ciencia, técnica y medicina , de 1986. Ha estudiado y trabajado cuestiones propias de