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Hay mucho que saber y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe. Baltasar Gracián

Máximas



Escritor español del Siglo de Oro, Baltasar Gracián y Morales es, junto a Francisco de Quevedo, el máximo representante del conceptismo. Como buen conceptista, Gracián fue un enemigo declarado del culteranismo, la otra gran corriente literaria del barroco español. Maestro y defensor de la concisión, opuso a la ampulosidad expresiva culterana una prosa de frases cortas y descarnadas, un estilo lleno de paradojas, agudezas, sentencias, chistes y juegos de palabras, en el que predomina la formulación de ideas y conceptos. “Lo breve, si bueno, dos veces bueno”, escribió en una máxima célebre. Su obra magna es El Criticón, una novela que presenta su particular visión del desengaño humano. En el orden literario, Baltasar Gracián es el autor de Agudeza y arte de ingenio, la obra que mejor define la estética conceptista.

Baltasar Gracián

Imagen de luisgre.wordpress.com

Nacido en 1601, de familia culta y acomodada, ingresó como novicio en la Compañía de Jesús. Cursó estudios de Filosofía, de Artes y de Teología, y ejerció como catedrático de Gramática latina en diferentes colegios de los jesuitas. En esta etapa de aprendizaje recorre Aragón, Cataluña y Valencia, teniendo las ciudades de Huesca y Zaragoza especial repercusión en su vida y obra primigenia. Pero no todo fue literatura y docencia en su vida, pues nombrado capellán del ejército que luchaba contra la ocupación de Lérida por los franceses en 1646, confirió auxilio espiritual a los soldados.

Sus primeras publicaciones, como El Héroe y El Político, costeadas por el humanista y mecenas Vicencio Juan de Lastanosa, van firmadas con el seudónimo Lorenzo Gracián.
    Trasladado a Madrid, consiguió gran fama y éxito como orador sagrado; pero no completó en la corte un periplo de feliz trascendencia. Con todo, aprendió, trabajó y publicó, desarrollando sus inherentes facetas de pensador, docente y literato. De regreso a los viejos lugares que le vieron crecer e iniciarse en las artes y en las prácticas que la vida de estudio y análisis exige, y a las que la vida por el mero hecho de vivir obliga, prosiguió su tarea y didáctica, falleciendo en el año 1658.
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Su obra es una profunda meditación sobre el hombre en un doble aspecto: por una parte, propone modelos de conducta y esquemas de comportamiento para alcanzar la excelencia; por otra, somete a una cruel disecciones las debilidades humanas que alejan al hombre de la perfección ideal.
    Toda su producción está escrita en prosa conceptista y tiene una finalidad didáctico-moral; una forma de escritura que crea un laberinto de cuidadas palabras. Sus páginas plasman máximas, acompañadas de glosas aclaratorias, manuales, discursos y aforismos, sentencias breves y doctrinales, que componen emblemas; una de sus obras, El Político don Fernando el Católico, de carácter apologético, se convierte en lección de filosofía política.

Es Agudeza y arte de ingenio, publicada en 1648, un tratado sobre los artificios del estilo literario, con múltiples ejemplos, donde Gracián ofrece las claves necesarias y fundamentales para entender el movimiento conceptista. Divide la agudeza en múltiples especias, cada una de las cuales es explicada y comentada sobre un texto determinado.
    Arte poética centrada en la sutileza del decir, en la agudeza del pensar
    “La verdad, cuanto más dificultosa, es más agradable, y el conocimiento que cuesta es más estimado.”
     Para Gracián el saber es paradigma del vivir. “Hay mucho que saber y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe.” Expone sobre la agudeza que es “pasto del alma” y destaca como en la mente “reina el concepto, triunfa la agudeza”.

En El Criticón, su obra cumbre y de mayor extensión, obra publicada en tres partes y sendas ciudades entre 1651 y 1657, Gracián presenta una novela alegórica con una acción mínima, a diferencia de sus anteriores colecciones doctrinales, que contiene el curso de la vida en sus cuatro estaciones: primavera o niñez, estío o juventud, otoño o edad varonil e invierno o senectud; como una alegoría de la vida moral del hombre. El protagonista es Critilo, hombre juicioso, que tras un naufragio encuentra a Andrenio, hombre natural y simple; ambos viajan por diferentes países de Europa censurando la corrupción reinante a la par que exaltando la vida de virtud y sabiduría, único pasaje a la inmortalidad. En la segunda parte de la obra, Critilo encuentra a la Ninfa de las Artes y las Letras, lo que sirve de excusa al autor para enjuiciar a los principales escritores del momento y, de paso, manifestar sus gustos literarios.
    El peregrinar de Critilo y Andrenio es un aprendizaje vital, la búsqueda de la esquiva y reclamada felicidad que “no consiste en tenerlo todo, sino en desear nada”. Todo es alegórico en esta novela. Critilo, solo y sin fortuna, cuenta que al darse a las lecturas instructivas “comencé a saber y a ser persona”, consiguió la sabiduría y “con ella el bien obrar”.
    El dominio de la lengua que demuestra Gracián maravilla. Su objetivo con tal destreza no es la burla ingeniosa, característica de Quevedo, sino desvelar la doblez humana, su malicia. Su discurso es reiterativo: la destrucción de la figura del hombre, verdugo y víctima de sí mismo. Dice Critilo a Andrenio: “Aquel desdichado extranjero es el hombre: todos somos él. Entra en este teatro de graderías llorando, comienza a cantar y encantar con falsedades, desnudo llega y desnudo sale, que nada saca después de haber servido a tan ruines amos”. El centauro Quirón les conducirá en su primera entrada al mundo, amplio conocedor de la naturaleza del hombre: “no se da en el mundo a quien no tiene, sino a quien más tiene”. El hombre es la única criatura creada por Dios que equivoca su fin, que desatina, que no se conoce, y a la vez es la más noble creación de Dios: la sabia Artemia hará su “moral anatomía”. En la cumbre de la edad varonil, fin de la primera parte de El Criticón, ven “la jaula de todos”, siempre llena, “que de loco o simple raro es el que se escapa; los unos porque no llegan, los otros porque se pasan”; rodeados siempre de “monstruos y fieras” porque “toda la vida es alarma”.
    Se acaba su peregrinación porque “muere el hombre cuando había de comenzar a vivir, cuando más persona, cuando ya sabio y prudente”, aunque vivir es “un ir cada día muriendo”. La última lección que aprenden es que “los insignes hombres nunca mueren”.
    Gracián convierte la peripecia en moralidad, la anagnórisis o reconocimiento en conocimiento. Del novelar ha hecho alegoría y símbolos de los personajes. La estructura de El Criticón es novelesca, pero su contenido es netamente filosófico.
La influencia literaria y doctrinal de Gracián ha sido mayor en Europa que en España, lo que aquí se remedió a principios del siglo XX. Con sus obras traducidas en vida a varios idiomas, y a posteriori en el siglo XVIII a otros principales, la estima en literatos y pensadores de este siglo que generaba su filosofía —la de un hombre pesimista que viste de pesimismo la aventura de la vida, aunque no paralizado, pues luchó con denuedo y estilo para mejorar la condición humana a base de consejos, advertencias y modelos dignos de ser imitados— acrecentó su prestigio en los venideros.
    Schopenhauer tradujo el Oráculo manual y arte de prudencia sacada de los aforismos que se discurren en las obras de Lorenzo Gracián, más conocido por el Oráculo u Oráculo manual y arte de prudencia, publicado en 1647, a instancias de Goethe, y afirma: “Mi escritor preferido es el filósofo Gracián. Su Criticón es para mí uno de los mejores libros del mundo.” Y Nietzsche escribió, también en referencia a esta obra: “Europa no ha producido nada más fino ni complicado de sutileza moral”.
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Los preceptos ético-políticos y estéticos que inspiran sus obras coincidentes Oráculo manual y arte de prudencia y Tratado de la agudeza y arte de ingenio convierten a Gracián en uno de los mayores exponentes de la espiritualidad barroca. Preceptos fundados en una concepción del arte entendido como complemento de la naturaleza y como segundo creador.
    Piensa y expone que el deber del arte es descubrir las relaciones más remotas entre las cosas y fijarlas en una forma precisa. Y para tal objeto sirve la agudeza, gracias a la cual se descubren nuevas relaciones entre cosas y nociones, se razonan nuevas ideas y conceptos y se aportan innovaciones al lenguaje y a la acción; la agudeza descubre las armonías y, sobre todo, las desarmonías del mundo. Incide Gracián en que los temas más atractivos para un artista son, en efecto, precisamente las disonancias, las paradojas, las exageraciones y los enigmas.
En Baltasar Gracián desempeña una función importante el motivo de la variedad. Así lo revela su obra El Discreto al poner de manifiesto una decidida aversión a la unidad de los tipos y a los modos de actuar: “Siempre hablar atento causa enfado; siempre chancear, desprecio; siempre filosofar, entristece y siempre satirizar, desazona”.
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Sinopsis de El Criticón
Novela filosófica.
    Critilo, que vaga por el mundo en busca de Felisinda, la esposa que le fue raptada, es víctima de un naufragio junto a las costas de Santa Elena. Le salva a nado un joven lugareño que vive en estado de naturaleza aunque siente un “extraordinario ímpetu de conocimiento”. Critilo se da cuenta de que su salvador no sabe hablar y en poco tiempo le enseña, y le bautiza con el nombre de Andrenio. Y le advierte de que “la vida del hombre no es otra cosa que una milicia sobre la haz de la tierra”.
    Cuando ambos personajes saltan a tierra, Critilo dice a Andrenio: “Ya estamos en el mundo”. Y empieza el gran viaje que es una completa alegoría del vivir.
    Los dos se dirigen a España. Visitarán Madrid y Aragón, Una vez en la Corte, Andrenio es seducido por las malas artes de Falsirena, y entonces es cuando Critilo le alecciona sobre la naturaleza y astucias de las mujeres. Luego pasarán los puertos de la edad varonil en Aragón.
    La primera edad del hombre, la juventud alocada dominada por el amor, ha terminado. Da inicio la edad madura, que hace a los hombres reflexivos y activos.
    Los dos peregrinos abandonan el país de la juventud y ascienden la montaña que se encuentra en su frontera, y ya en su cumbre reciben la hospitalidad de Salástano (nombre que probablemente oculta el de Vicencio Juan de Lastanosa), y visitan su biblioteca y museo. Prosiguen viaje hacia Francia, al tierra del arte y de la vida práctica.  Allí dan con la Ninfa de las bellas artes y de la literatura, mientras Critilo enseña a su discípulo la manera de juzgar concretamente; luego visitan la ermita de Hipocrinda, es decir, el disimulo, para, por último, pasar el Arsenal del valor y a la corte de Honoria, diosa de la reputación; y de allí a la casa de los locos, donde asisten a la representación de toda la humanidad. Será en esta simbólica tierra de Francia donde Critilo mostrará toda su habilidad dialéctica en el arte de juzgar, mostrando a Andrenio la manera en que debe actuar para conquistar honor y fama en lo que es la palestra de la humana y universal locura.
    Los peregrinos han llegado al invierno de la vejez. Se dirigen a Roma, la ciudad de lo eterno, no sin antes visitar por el palacio de la Vejez y a continuación el de la Embriaguez. Tienen como guía al Acertador, el Descifrador y el Zahorí, que les introduce en la fortaleza de los aventureros. En este lugar, Andrenio se torna invisible, como todos los que se hallan a su lado, hasta que le da de lleno la luz de la desilusión.
    Simbólicamente, Gracián nos da a conocer la verdadera vida del espíritu que se repliega sobre sí misma hasta encontrar lo eterno. De este modo los dos peregrinos llegan a Roma, donde asisten a una sesión de la Academia. Luego, desde lo alto de una de las siete colinas, contemplan la rueda del tiempo, la fragilidad de la vida humana y la muerte.


Artículos complementarios

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