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Mientras yo viva no habrá república en España. Juan Prim y Prats

Reinado de Isabel II, Regencia de Francisco Serrano y Presidencia de Juan Prim: Cambio de dinastía

Fin de la monarquía constitucional de Isabel II y elección de Amadeo I de Saboya como rey de España

16 de noviembre de 1870



Nacido en Reus, provincia de Tarragona, el año 1814, Juan Prim y Prats recibió una esmerada educación y el ejemplo familiar de sus futuras actividades como militar y político.
En 1834 ingresó en el batallón franco de tiradores de Isabel II, en calidad de voluntario, y al cabo de dos meses con el grado de cadete. Tomó parte en diversas acciones militares durante la Primera Guerra Carlista tras la muerte de Fernando VII, que tuvo lugar entre 1833 y 1840. Concluyó la campaña con el empleo de Teniente coronel mayor, siendo uno de los jefes militares más distinguido y considerado a lo largo de ella.
En septiembre de 1840 el coronel graduado Juan Prim iniciaba efectivamente su carrera política. Fue elegido diputado en el Congreso por la provincia de Tarragona en pro de sus convicciones que coincidían con los principios de la causa defendida durante la pasada guerra.
La marcha del gobierno del regente Baldomero Espartero, que había sustituido en el cargo a la exiliada María Cristina, madre de Isabel II, no gustó a la mayoría del partido liberal y, en consecuencia, Juan Prim que militaba en sus filas, se integró como diputado en la oposición, donde desplegó talento y energía.
En 1843 marchó a Reus, pronunciado en contra del gobierno del regente, y allí fue nombrado presidente de la recién establecida junta de gobierno. El 11 de junio se situó al mando de la plaza para resistir el ataque conminatorio del ejército regular que pretendía impedir la extensión de la rebeldía. En vano el intento. De Reus pasó a Barcelona, ciudad en la que recibió el nombramiento de Coronel brigadier por aquella junta superior gubernativa, otorgándole, además, el título de Castilla con la denominación de conde de Reus, vizconde del Bruch, y prosiguió en tierras catalanas su tarea de protesta armada. Hasta que, pronunciada la nación entera en contra del regente Espartero, formó gobierno el líder de la corriente progresista Joaquín María López, con encargo de ascender a la jefatura de la Nación como reina a Isabel II.
Joaquín María López ratificó los empleos dados por las distintas juntas en España y, además, el 13 de junio de 1843 se nombró a Juan Prim gobernador de Madrid y el 16 de agosto, del mismo año, gobernador de Barcelona con encargo incluido de la Comandancia general.
El gobierno progresista cayó al poco tiempo, sustituyéndolo el formado por el Capitán general Ramón María Narváez, duque de Valencia, de corte moderado, y de más larga duración.
Juan Prim rehusó el cargo de Comandante general de Ceuta que le ofreció Narváez, prefiriendo pasar a la oposición y viajar por Europa para ampliar sus conocimientos y constatar sus expectativas.
El 20 de octubre  de 1847, Juan Prim fue nombrado Capitán General de Puerto Rico, cargo que desempeñó hasta el 12 de septiembre de 1848, fecha en la que regresó a la Península. En Puerto Rico se hizo acreedor de la Gran Cruz de Dannebourg, concedido por el rey de Dinamarca en agradecimiento por haber sofocado la rebelión de la colonia danesa de Santa Cruz.
En 1850 es nuevamente elegido diputado, renovando su patriotismo y el compromiso con las libertades.
En 1853 se le encomienda el estudio de las operaciones de los ejércitos en la guerra de Oriente, incorporándose a primeros de septiembre en el ejército otomano a las órdenes de Omer-Bajá, de quien Prim recibió continuas pruebas de deferencia, un sable de honor y la condecoración turca de Medjidie.
Hallándose en Paris con intención de pasar a Crimea, sucedió en España el alzamiento de 1854, La Vicalvarada, pronunciamiento de Leopoldo O’Donnell contra el gobierno presidido por Luis Sartorius, conde de San Luis, que puso fin a la década moderada y dio paso al bienio progresista. Prim volvió a España y fue elegido diputado por Barcelona para las Cortes Constituyentes. Posteriormente se le encomendó la Capitanía General de Granada y fue ascendido, en 1856, a Teniente general de los ejércitos nacionales.
El 14 de julio de 1858 es nombrado Senador del Reino de España, siendo Presidente del Gobierno Leopoldo O’Donnell y Jorís,  conde de Lucena.

Juan Prim y Prats

Imagen de senado.es
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La campaña militar de Marruecos de 1859-1860
Entre los jefes superiores nombrados para mandar los Cuerpos de Ejército que iban a entrar en operaciones lo fue el teniente general conde de Reus, a quien se le confirió el mando de la reserva. Embarcados unos en pos de otros dieron principio las acciones de guerra, siendo las primeras las dadas por el general José Ortiz Echagüe, en el Serrallo, donde cayó herido.
En las jornadas del 22, 24, 25 y 30 de noviembre de 1859, que fueron reñidas y ensangrentadas, tomó una parte la división Prim, y muy influyente en la del 9 de diciembre. El 12 de dicho mes salió con su división del campamento del Serrallo con objeto de proteger los trabajos del camino que en dirección a Tetuán se estaba construyendo a fin de dar paso a la Artillería. Atacada la división por numerosas fuerzas se trabó una sangrienta lucha; el general Prim ordenó estratégicamente una falsa retirada, dejando emboscada una parte de sus fuerzas. Engañados los marroquíes con esta medida se abalanzaron hacia la división; en este estado carga Prim con la Caballería, haciéndoles huir en todas direcciones, dejando el campo sembrado de cadáveres. Al lado del bizarro general murió el coronel de artillería Molins y fueron heridos su ayudante y otro oficial que iba a sus inmediatas órdenes. El General en Jefe dijo, al recomendarle por esta jornada: “Si su bizarría y serenidad no fuesen tan conocidas en el Ejército, este hecho bastaría para darle e título de valiente y entendido”. El 15 del mismo mes se renovó el combate. El 17, protegiendo también los trabajos del camino de Tetuán, sostuvo otra acción en que rechazó a la morisma, causándole gran pérdida.

Augusto Ferrer Dalmau: El general Prim con sus soldados en la campaña de Marruecos de 1859-60.

Imagen de larazon.es

La simpática figura del general Prim, su demasiada amabilidad, su candorosa franqueza, su excesivo valor y su reconocida pericia, le habían captado el aprecio de todo el Ejército de África, cuyos soldados se creían invencibles si eran conducidos al combate por el general conde de Reus.
El furioso temporal de lluvia y viento, las enfermedades que diezmaban nuestros batallones, aún más que el plomo y el hierro del enemigo, y la falta de caminos y aun de veredas transitables, obligaron a nuestro ejército a estar hasta esta época a la defensiva, no sin haber escarmentado en cien combates la tenacidad salvaje de la morisma, cuyo valor personal no se le puede negar en justicia.
El 1.º de enero de 1860 emprendió el ejército la ofensiva, tomando el general Juan Prim el mando de la vanguardia: los triunfos en este día dieron un cierto renombre al bravo catalán e hicieron conocer al feroz mahometano que las huestes españolas en el reinado de la segunda Isabel igualaban en esfuerzo y superaban en pericia a las que acaudillaba Isabel la primera; no faltando en ellas generales como los Gonzalos de Córdoba se probó que, si bien los ejércitos de Isabel la Católica arrojaron de España a la morisma, los de Isabel II llevaban trazas de arrojarla de todo el suelo africano, puesto que sus victorias eran contadas por los días de combates que sustentaban.
Puesto en marcha el ejército en dirección de Tetuán, la división Prim se adelantó hacia los Castillejos, mortificada siempre por el nutrido fuego del enemigo, que, ocupando las gargantas y eminencias del flanco derecho, disputaba con tenacidad al paso de nuestras tropas. El general Prim los fue arrojando de posición en posición hasta tomar la casa de Marabut, donde se parapetaron considerables fuerzas que fueron desalojadas por nuestros valientes, protegidos por los certeros disparos de nuestra artillería. Reconcentradas todas las fuerzas árabes en las más formidables posiciones le fue preciso al conde de Reus redoblar el ataque para arrojarlas de ellas. Por tres veces la división del bravo conde dominó las más encumbradas posiciones que tenía el enemigo, y otras tantas tuvo que retroceder y volver a avanzar para recobrarlas. Lo sangriento de la lucha aumenta y las muchas horas que llevaban de combate obligaron al general Prim a disponer que el Regimiento de Córdoba dejase las mochilas en un cerro para que con más desahogo pudiera continuar la penosa cuanto arriesgada tarea de subir a las cumbres más elevadas en medio de una nube de fuego y plomo. La morisma aumentaba a cada momento, como si las breñas donde tenía lugar el sangriento drama abortasen en aquel día a los hijos del profeta. El general Prim, cargado por numerosas fuerzas, tuvo que apelar a uno de esos recursos que sólo saben aplicar los esforzados corazones en las circunstancias más difíciles y apuradas; las muchas bajas que tenían sus diezmados batallones, el cansancio de los que aún no habían sucumbido y las considerables fuerzas del enemigo, le hacían temer perder las posiciones conquistadas, y aun las mochilas del regimiento de Córdoba cercabas a ser presa de la morisma. En tan críticos momentos coge la bandera del expresado regimiento y, volviéndose a él, arenga con esta sucinta pero expresiva frase:

El general Prim en la batalla de los Castillejos.

Imagen de zumalakarreguimuseoa.eus

“Soldados de Córdoba, en esas mochilas está vuestro honor, venid a recobrarlo; si no yo voy a morir entre los moros y a dejar en su poder vuestra bandera.”

El general Prim en la batalla de los Castillejos.

Imagen de generaldavila.files.wordpress.com

Las elocuentes palabras del general hirieron el esforzado corazón del soldado, que se lanza como un rayo al enemigo. La bayoneta y la gumía eran las únicas armas que se oían crujir en aquel desesperado combate en el que, acribillada a balazos la bandera que llevaba en la mano el conde de Reus y muerto su caballo, fue bastante a dejar que el triunfo más completo coronase nuestras armas, que se posesionaron para no volver a perder en las posiciones que por tres veces habían sido disputadas por uno y otro campo.

El general Prim en la batalla de los Castillejos.

Imagen de blogdeceuta.com

Esta memorable jornada hizo concebir al Ejército la idea de que el general Prim era invencible. Éste continuó avanzando con dirección a Tetuán, venciendo los grandes obstáculos que se le ofrecían a cada momento y sin dejar un solo día de ser hostilizados, aunque débilmente, por el enemigo.

Francisco Sans Cabot: El general Prim en la guerra de África (1865).

Imagen de espaciocusachs.blogspot.com

El 3 de enero practicó un reconocimiento, ocupando el 5 las alturas de la Condesa, y el 6 pasó a acampar en las faldas de Montenegrón, adelantándose el 7 hasta el río Capitanes. El día 14, el general Prim con su Cuerpo de Ejército, decidió la batalla alcanzada en los montes de Cabo Negro, arrojando al enemigo de todas sus posiciones con pérdida considerable.
Dijo Leopoldo O’Donnell, General en jefe y presidente del Gobierno, al respecto: “El general conde de Reus, con esa bravura que le hace siempre notable, se colocó al frente de sus tropas y dirigiéndolas marchó al enemigo resueltamente. Desplegó durante todo el día tanta inteligencia en dirigir los ataques como en llevarlos a cabo”.
El 23 y 24 de enero se combatió con pericia y singular bravura en las márgenes del río Guad-Elgelú (Wad-Elgelú).
El día 3 de febrero desembarcó el tren de batir, y al amanecer el 4 dispuso el general en jefe dar la batalla o formalizar el sitio de Tetuán. Esta población se hallaba defendida por 78 piezas de artillería, colocadas en los muros y en la Alcazaba, teniendo además en su auxilio el ejército marroquí, que atrincherado y distribuido en cinco campamentos se hallaba en las inmediaciones de la plaza. Dada la orden de ataque, el general conde de Reus, con su ejército, fue el primero que rompió la línea enemiga penetrando en el campamento del príncipe Muley-Abbas, que resistió cuanto pudo el empuje de nuestras invencibles falanges; mas a pesar de su tenaz resistencia tuvo que abandonar el ampo dejando en poder de nuestros valientes ocho cañones, 800 tiendas de campaña, el bagaje y otros efectos y pertrechos. Esta completa derrota hizo que una comisión de Tetuán suplicase al general en jefe tomara posesión de la plaza, en la que ocurrían bastantes desórdenes perpetrados por los mismos que aún querían defenderla. El general Prim accedió a esta demanda haciendo su entrada en Tetuán sin oposición alguna.

El general Prim en la batalla de Tetuán.

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Posesionada de ella la división del general Ríos, acampó el ejército español en las afueras sin que ocurriese cosa notable hasta la sangrienta acción de Guad-Ras (Wad-Ras), que puso fin a esta gloriosa campaña, en que, escarmentado el indómito africano, no es fácil torne a inferir insultos al pabellón español, que siempre se hizo respetar aun de las naciones más fuertes.
Después de la batalla de Guad-Ras, Muley-Abbas, gran califa del imperio y general en jefe de su ejército, se apresuró a pedir la paz, poniendo como bases de ella lo siguiente: dar cuatrocientos millones a España por gastos de guerra; dar parte de la Sierra de Bullones, con el Serrallo; dar el terreno suficiente para seguridad de la plaza de Melilla; garantizar la seguridad de no cometer nuevos insultos a nuestro pabellón; darnos un puerto en sus costas, casi al frente de las Canarias, en la comarca de Santa Cruz de Mar Pequeña, antiguo enclave español en el siglo XV; abrir a nuestro comercio las puertas como a la nación más amiga. Estos preliminares fueron firmados por los enviados del emperador y el general en jefe; y éste, Leopoldo O’Donnell, con parte del ejército regresó a la Península, dejando la oportuna guarnición en Tetuán hasta que se llevaran a efecto los tratados en los que Marruecos reconocía las posesiones españolas de Ceuta y Melilla, además de adquirir España el enclave de Ifni.
Leopoldo O’Donnell, duque de Tetuán (título ganado en esta guerra), General en jefe del ejército victorioso, Presidente del Gobierno y a la sazón Ministro de la Guerra, por autoridad y concesión de la Reina Isabel II, el 19 de marzo de 1860 nombró a Juan Prim y Prats Grande de España de primera clase con el título de marqués de los Castillejos, por sus relevantes cualidades militares y distinguidísimos méritos en campaña, en especial la del sitio donde ocurrió la memorable batalla de los Castillejos en la que tantos prodigios de valor hiciera el general marqués de Reus.
Crónica de la campaña de Marruecos extraída literalmente de la Biografía del General Don Juan Prim, conde de Reus y marqués de los Castillejos, escrita en tres pliegos e impresa en Madrid. Despacho, calle de Juanelo, 19.
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Terminada la guerra, desembarcó Juan Prim en Alicante tras la repatriación. Del puerto mediterráneo se trasladó a Aranjuez, donde por aquel entonces residía la Corte. A los pocos días también llegó a esta ciudad el duque de Tetuán, General en jefe  del Ejército de África y Presidente del Consejo de Ministros, quien en uno de sus primeros actos nombró al conde de Reus Ingeniero General, o sea Director General del Cuerpo de Ingenieros y Plazas fortificadas.
Desde Aranjuez, tras haberse presentado ante la Reina, Juan Prim se trasladó a Madrid con el propósito de reunirse con su familia. En la capital fue recibido entusiásticamente por el pueblo, sus amigos y correligionarios. Pocos días después tuvo ocasión el desfile militar de las tropas victoriosas en la campaña africana, presidido por Isabel II, que recorrió en son de júbilo desde la Puerta de Atocha al Palacio Real, engalanadas las calles con elegantes colgaduras, ramos y coronas de flores y multitud de banderas. Los festejos por el triunfo se prolongaron unos días para contento de las gentes, las autoridades y los homenajeados.

En 1861 se hallaba, nuevamente, la República de México en el más completo desorden, a consecuencia esta vez de una porción de personajes anhelantes de escalar la presidencia del Estado, cuya deplorable situación arrastró al Gobierno en curso a inferir por sí, y por otros, los diferentes agravios, insultos y atropellos a los súbditos ingleses, franceses y españoles que residían en los diferentes Estados de la convulsionada República. Las tres potencias agraviadas exigieron una satisfacción y la indemnización por los daños causados en los bienes de los respectivos nacionales afectados. Y como no fue posible alcanzar ni lo uno ni lo otro por instancias diplomáticas, hubo la necesidad de enviar una expedición militar conjunta. El mando del contingente español recayó en el general Juan Prim, bien contactado en los ambientes juaristas y casado con Francisca Agüero, sobrina de un banquero mexicano, al que se añadió las competencias de un ministro plenipotenciario; ocurría el 13 de noviembre de 1861.
Embarcado el general Prim con una vanguardia de las tropas que debían componer el ejército expedicionario, se dirigió a Veracruz, puerto en el que anteriormente, el 10 de diciembre de 1861, habían desembarcado la mayor parte de las fuerzas que, a las órdenes del general Gasset y transportadas por la flota del almirante Gutiérrez de Rubalcaba, habían salido de La Habana con el mismo objeto. En enero de 1862 desembarca en Veracruz en condiciones desfavorables para sus tropas, aunque aclamado por la multitud que acude a recibirle como un héroe de guerra.
Unidas las tropas de ambos generales, al mando único de Prim los españoles se dirigieron a Orizaba, punto de encuentro con los dos contingentes restantes de la misión internacional. Fue en esta ciudad donde Juan Prim conoció las verdaderas intenciones de los franceses, que además de la indemnización y el desagravio, aspiraba a cambiar la forma de gobierno que en adelante decidiría Napoleón III. A ello se opuso Prim, pues era un desprecio a España e Inglaterra. El flamante marqués de los Castillejos, dotado de la noble franqueza del soldado español, hizo presente al general francés que un imperioso deber de equidad y justicia le obligaba a rechazar los planes franceses, toda vez que los ejércitos no habían pisado el territorio mejicano como conquistadores ni para plantear ninguna forma de gobierno para la que no les asiste el menor derecho. Aún más, Juan Prim escribió al ministro competente del gobierno francés y a Napoleón III dándoles cuenta de lo desacertado e inconveniente del proyecto.
Como no cediera en sus pretensiones el gobierno francés, el general Prim firmó el 19 de febrero de 1862 en Veracruz la denominada Convención de la Soledad y reembarcó al contingente español con rumbo a la Patria poniendo fin a la aventura que políticamente se había iniciado el 31 de octubre de 1861.
La medida de Prim fue acertada. Sus dotes de estratega y su consabido valor le sirvieron para la tarea diplomática, que si bien requería de tacto no menos de firmeza e inteligencia. Los hechos confirmaron la veracidad de los presagios del marqués de los Castillejos y conde de Reus, que dieron por resultado la insurrección mejicana contra la figura impuesta de Maximiliano, su fusilamiento y la total independencia de México.

Pasaron unos años de controversia política entre moderados de Narváez, unionistas liberales de O’Donnell, liberales progresistas de Prim y demócratas de Castelar, asentados en los respectivos partidos homónimos de mayor o menor consistencia, oportunidad y raigambre. Juan Prim, integrado en la minoría liberal progresista, activo miembro de la misma, vive la caída de la Unión Liberal de O’Donnell. A este gobierno caído le sustituye uno moderado presidido por Manuel Pando Fernández de Pinedo, marqués de Miraflores, que dura hasta el 17 de enero de 1864, sustituido al frente del Partido Moderado y del Gobierno por Lorenzo Arrazola, cuya suerte gobernante alcanzó los cuarenta días. Alejandro Mon fue el siguiente en presidir un gobierno de por sí tambaleante; reunió a moderados y unionistas para obtener sustento parlamentario, pero al cabo sucumbió al declive sociopolítico que Juan Valera resumió en un texto lapidario: “La corona estaba sin norte, el gobierno sin brújula, el Congreso sin prestigio, los partidos sin bandera, las fracciones sin cohesión, las individualidades sin fe, el tesoro ahogado, el crédito en el suelo, los impuestos en las nubes, el país en la inquietud”.
Volvió Ramón María Narváez. Entre 1856 y 1868 presidió tres gabinetes, desde los cuales ejerció una política represiva de cualquier manifestación subversiva, a la vez que trataba de introducir medidas reformistas. Su fallecimiento, el 23 de abril de 1868, ocasionó el rápido resquebrajamiento del Partido Moderado. Sólo cinco meses más tarde, el 19 de septiembre de 1868, se produce el cuartelazo que pone fin a la monarquía constitucional de Isabel II.
Pero antes, el 2 de enero de 1866, el general Prim a la cabeza de los regimientos de Caballería Bailén y Calatrava, salió de Aranjuez pronunciándose contra el gobierno presidido por el general O’Donnell, pero los comprometidos en aquel movimiento, el pronunciamiento de Villarejo de Salvanés, dejaron solo a Prim que marchó a Portugal. De vuelta medio clandestina a España, participó en la organización de la sublevación de los artilleros del cuartel de San Gil el 22 de junio de 1866, a cuya cabeza se puso el general Blas Pierrad, pero no en la ejecución que fue un fracaso.
Juan Prim advirtió que los movimientos verificados el 2 de enero y el 22 de junio no fueron secundados por ninguno de los que en ellos se habían comprometido. Por lo que decidió poner tierra de por medio para coordinar a distancia del centro neurálgico del poder un movimiento liberal con visos de triunfo. Eligió las faldas del Pirineo y desde allí, valiéndose de su prestigio, ordenó a las fuerzas militares sublevadas en las regiones aragonesa y catalana que se desplazaran a tal refugio entre montañas; a la par que él viajó a Inglaterra para a salvo de vigilancia directa ultimar su plan de toma del poder. Por aquel entonces, Ramón María Narváez, duque de Valencia, y tras su fallecimiento Luis González Brabo, sustituto al frente del Gobierno, direccionaban la política nacional en el sentido del absolutismo modelo Fernando VII y su primer ministro Francisco Tadeo Calomarde de Retascón y Arriá, duque de Santa Isabel; lo que contrariaba a los liberales insertos en los partidos progresista y demócrata.

Texto a continuación tomado de la citada biografía
Tras esta preparación a distancia física de España, Juan Prim se presentó en la Bahía de Cádiz el 17 de septiembre de 1868, junto al almirante Juan Bautista Topete y Carballo, experimentado marino en las lides sostenidas en aguas del océano Pacífico. Rindieron la ciudad gaditana que vitoreó a la soberanía nacional que encarnaban estos dos prestigiosos militares. Dos días después llegaron de las islas Canarias los generales Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre, Antonio Caballero y Fernández de Rodas, Francisco Serrano Bedoya y Domingo Dulce y Garay. Al alzamiento gaditano se unió Sevilla con el general Izquierdo, y toda la Marina y Cuerpos del Ejército que guarnecían aquel distrito se unieron con entusiasmo al glorioso alzamiento nacional. El itinerario marítimo de Prim comprendió Ceuta, Málaga, Cartagena, Alicante y Barcelona; luego Lérida y Zaragoza por tierra.
Mientras el general Prim en continuo triunfo recorría con rapidez las más importantes poblaciones de la Nación, el capitán general duque de la Torre organizaba con la misma celeridad un pequeño ejército de siete mil hombres, bien equipado, al frente del cual alcanzó Córdoba con objeto de cortar el paso al general Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, que con diez mil hombres se dirigía a batirle, hallándose ya en El Carpio. El general Serrano lo esperó en el puente de Alcolea, situado entre las localidades de El Carpio y Córdoba, y allí se dio la gran batalla en la que resultó el glorioso triunfo de la revolución y la caída de los Borbones y de los titulados moderados.

Juan Prim llegó el 7 de octubre a Madrid. Por esas fechas se constituyó el Gobierno Provisional, compuesto por unionistas liberales y progresistas, cuyos integrantes fueron Francisco Serrano y Domínguez (Unión Liberal), Juan Prim y Prats (Partido Progresista), Práxedes Mateo Sagasta (Partido Progresista), Juan Bautista Topete (Unión Liberal), Laureano Figuerola (Partido Progresista), Juan Álvarez de Lorenzana (Unión Liberal), Antonio Romero Ortiz (Unión Liberal), Manuel Ruiz Zorrilla (Partido Progresista) y Adelardo López de Ayala (Unión Liberal). En el general Serrano, duque de la Torre, recayó la regencia del Reino, y en el general Prim, conde de Reus, vizconde del Bruch y marqués de los Castillejos, el ministerio de Guerra.
Durante el ministerio de Prim en la cartera de Guerra, se alzaron en algunas provincias varias partidas carlistas y a continuación de republicanos federales. A unos y otros venció el general en poco tiempo, sin apenas derramamiento de sangre ni dispendio económico. Pero el movimiento republicano cobraba auge impulsado por el concepto revolucionario que había destronado a la dinastía borbónica. Los encontronazos entre las diversas facciones del progresismo y el federalismo pasaron a choques fuertes y abiertos, cada uno aspirando a erigirse como guías de un nuevo orden bajo un régimen republicano de muy variable factura en su definición y metas inmediatas.
En las Cortes constituyentes, Prim defendió que el nuevo régimen quedara establecido como una monarquía democrática, lo que fue plasmado en la Constitución de 1869. Juan Prim sustituyó a Francisco Serrano en la presidencia del Gobierno el 18 de junio de 1869. Tras una intentona de republicanos por apoderarse del gobierno acto seguido, el general Prim pensó en poner término a la interinidad del Gobierno en virtud de la elección de un monarca. En septiembre de 1869 se manifestó contundente en la cuestión de la candidatura al trono: era para él lo principal.
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Aportaciones del historiador Eduardo Comín Colomer a la última etapa de la biografía de Juan Prim y Prats
Juan Prim fue uno de los artífices de la Revolución de septiembre de 1868, que por haber culminado su objetivo de destronar a Isabel II fue denominada por la Francmasonería la Gloriosa de septiembre, luego de la definitiva victoria en el puente de Alcolea de los que a bordo de la fragata Zaragoza vitorearon a “España con honra”, encontrándose en la cumbre del poder, recibió interesadas sugerencias favorecidas por el clima político que los centros conspirativos desataran y las cuales le hubieran llevado a la presidencia de una República, que el conde de Reus consideraba, pese a la pureza de sus sentimientos liberales, remota e impracticable.
Cierto que en el exterior se dieron asimismo otras muchas circunstancias que hubieran protegido la decisión. La guerra franco-prusiana, con la caída de Napoleón III y la instauración en Francia del sistema republicano, hicieron pensar a los políticos galos lo que frente a la invasión germana, presentida, podría significar España. Por lo que Emilio Kératry, delegado del Gobierno de la Defensa nacional francesa, llegó a Madrid el 19 de octubre de 1870 con una embajada extraordinaria a proponer a Prim lo siguiente:
“Sed el representante genuino de los liberales españoles. Avanzad un paso más y seréis el presidente de una República basada sobre la Unión Ibérica, fundada con el asentimiento de dos pueblos; porque, como sabéis, el partido antiunitario de Portugal sólo se compone de los príncipes de Braganza y de los empleados celosos de sus prebendas. Si os decidía, yo os prometo, debidamente autorizado, el apoyo del Directorio republicano y del Gobierno francés. En cuanto a la pobreza momentánea de la España, tan rica en recursos no explotados, recordad que nunca habéis acudido en vano a nuestra Hacienda y, a cambio de ochenta mil hombres en aptitud de entrar en campaña a los diez días, os prometo su paga y un subsidio de cincuenta millones a vuestra libre disposición, los buenos oficios y buques de Francia para asegurar la posesión de Cuba y no omitir nada para hacer de la España y la Francia dos verdaderas hermanas unidas por el espíritu de la libertad.”
Como Prim contestara que España no quería República, cosa demostrada por la candidatura del duque de Aosta, Kératry volvió a insistir en su pretensión. El final de la conversación con el general se hizo por parte del emisario francés con la frase, muy recalcada, de que “acaso tuviera que lamentarse de  esta actitud”.
Prim recalcó: “Mientras yo viva no habrá República en España”.
Indudablemente, las creencias liberales del general acababan de sufrir un duro choque; pero sabía lo que en España podría producirse, con gran visión y enormes conocimientos de los grupos y fracciones de tal ideología y estaba dispuesto a evitarlo. Estamos seguros de que la actitud contraria de Prim a instaurar una república fue muy recordada en aquellas jornadas que iniciadas el 11 de febrero de 1873, tuvieron término el 3 de enero de 1874. El cantonalismo, la piratería, la indisciplina y el permanente motín, fueron los hechos constatados de la I República. Es decir, que en corto espacio de tiempo quedaron acreditadas y justificadas las prevenciones que respecto de tal sistema tenía Juan Prim.

La idea de que Prim se erigiera presidente de la República no era exclusiva de los franceses. Un importante grupo masónico la alentaba, no por creer que el marqués de los Castillejos encarnara tal sistema político, sino estimando que si sus ambiciones personales le llevaban hacia tal camino, la República sería un hecho.
Por entonces, el republicanismo contaba en España con bastantes adeptos. Desde principios de febrero de 1870 que celebraron una importante asamblea, designando presidente a Francisco Pi y Margall, no dejaron de trabajar, consiguiendo encuadrar en sus filas un buen número de elementos de acción. Aquella asamblea eligió un directorio formado por Pi y Margall, Figueras, Orense, Castelar y Barberá, suscribiendo un manifiesto redactado por Pi y Margall con el que pretendía aglutinar a unitarios y federales. La actitud de éstos no fue alentadora y como la posición echaba por tierra la fraternidad republicana surgió la titulada “Declaración de la prensa”, que, manteniendo la idea unitaria, admitía dentro de ellas las autonomías provincial y municipal en sus rama económico-administrativa y política, pero siempre en franca pugna con los partidarios del cantonalismo. Fue autor de la declaración Sánchez Ruano, publicándose el 7 de marzo de ese 1870 en los periódicos La DiscusiónEl PuebloGil BlasLa IgualdadEl Sufragio Universal y La República Ibérica, órganos que respectivamente suscribían Bernardo García, Pablo Nougués, Luis Rivera, Andrés Mellado, Miguel Jorro y Miguel Morayta. Pero el Directorio lanzó su anatema sobre la “Declaración” y el republicanismo grandemente escindido.
Tampoco iban mejor los temas monárquicos. Las candidaturas de aspirantes al trono de España provocaban encendidas discusiones difíciles de atajar; al extremo que en la sesión del Congreso del 19 de marzo Prim exclamó:
“¡Radicales, a defenderse! ¡Los que me quieran que me sigan!”
Ya se había aprobado en el Parlamento la ley para la elección del monarca; quedó solventado el espinoso asunto el 11 de junio. El discurso del general Prim, del que ofrecemos un fragmento, manifestó su parecer sobre la casa de Borbón:
“La restauración de don Alfonso jamás, jamás, jamás… Podéis, señores diputados, marchar tranquilos y decir a vuestros electores que, con rey o sin rey, la libertad no corre ningún peligro. En este asunto recinto dejáis la bandera de la libertad; aquí la encontraréis cuando volváis; yo os lo ofrezco por mi honor y por mi vida… La práctica, señores, que es el gran libro de enseñanza para la humanidad, me ha hecho conocer lo difícil que es hacer un rey. (Varios diputados, entre ellos Emilio Castelar gritan: “¡Muy bien!”). Indudablemente que es difícil hacer un rey; pero el señor Castelar, que me ha aplaudido, y yo se lo agradezco, no ha tenido presente que mi contestación habrá de ser muy explícita: algo más difícil es hacer la República en un país donde no hay republicanos.”

Los empeños de Prim de dar a España un nuevo monarca ajeno a la casa de Borbón, tuvieron remate el 16 de noviembre de 1870, al ser proclamado por las Cortes Amadeo de Saboya por 191 votos (“el Rey de los 191, se le llamó despectivamente por sus contrarios”), de los 311 sufragios emitidos. Con tal resultado las cosas quedaron airosas para el duque de Aosta, que el 2 de noviembre de 1870 había escrito una carta al marqués de Montemar, comisionado para la búsqueda de un rey, en la que figuraba el siguiente párrafo:
“Aceptaré la corona si la voluntad de las Cortes me prueba que esa es la voluntad de la nación española.”
Amadeo de Saboya quedó satisfecho por esa mayoría de sufragios que contrastaba con la ridícula votación anteriormente obtenida por el aspirante duque de Génova. Ambos personajes pertenecían a la Casa Real italiana, siendo el de Génova, Tomás Alberto, sobrino por línea materna del monarca Víctor Manuel, de dieciséis años de edad y estudiante en Harrow, Inglaterra. Cuando le hicieron el ofrecimiento no dudó en aceptar, pero luego se vio en falso al conocer el escaso apoyo que se le dispensaba. Don Amadeo pertenecía a la Casa de Aosta, y pensando en lo sucedido al duque de Génova exigió primero el refrendo de la votación parlamentaria.
La votación, celebrada el 16 de noviembre de 1870, fue como sigue:
Duque de Aosta: 191 votos
República federal: 60 votos
Duque de Montpensier: 27 votos
Votos en blanco: 19 votos
General Espartero: 8 votos
República unitaria: 2 votos
Don Alfonso de Borbón: 2 votos
República sin definir: 1 voto
Duquesa de Montpensier: 1 voto

Una vez efectuado el escrutinio, el secretario de la Cámara, Manuel de Llano y Persi, declaró:
“El número de señores diputados admitidos es de 344 y la unidad más uno, 173. Ha obtenido, por lo tanto, más de la mayoría el señor duque de Aosta.”
El presidente del Congreso, Manuel Ruiz Zorrilla, sancionó:
“Queda elegido rey de España el señor duque de Aosta.”
El general Juan Prim pudo sentirse satisfecho y recordar las palabras con que comentó al embajador Kératry su negativa de erigirse en presidente de la República:
“He preferido el papel de Monk al de Cromwell, y no habrá en España República mientras yo viva. Esta es mi última palabra.”

Antes y después de aquella jornada parlamentaria que otorgó el trono de España a Amadeo I de Saboya, a quien la sátira popular motejó de “Rey de los 191”, la agitación política reinante imponía una sentencia cercana.
Emilio Castelar acusó a Prim de usurpador de poderes; Francisco Pi y Margall, cabeza del Partido Republicano Democrático Federal, le tachó de inconsciente y de carente de pudor político; José Paúl y Angulo, diputado republicano radicalizado, que culpaba al general de sus desgracias personales, le tildó de cobarde en las columnas de su periódico El Combate, amenazándolo con matarle en la calle como a un perro.
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Juan Prim es un personaje trascendente en el siglo XIX, culto, inteligente, brillante, militar de valía y prestigio, político de fuste y equilibrado en sus decisiones y patriota por encima de cualquier otra consideración. Cubierto de títulos y condecoraciones y reconocimiento social no pudo ver en vida a Amadeo I, duque de Aosta, también masón, porque acabó con su vida el atentado que el 27 de diciembre de 1870 inauguró la serie de asesinatos de presidentes del gobierno español. Cuando el general Prim desarticula la maniobra republicana y montpensierista (asistida por el duque de Montpensier, aspirante al trono), cae ante un grupo de criminales que, creyendo haber fracasado, no cumple la consigna que daría lugar a la iniciación de una conmoción hábilmente preparada con apoyos exteriores.
El héroe de los Castillejos, así bautizado por la admiración popular, despreciaba las camarillas de los revolucionarios republicanos y de los partidarios de Montpensier, duque y duquesa, como despreciara en los campos marroquíes las balas que dibujaban su silueta de valiente erguida sobre el blanco caballo y haciendo tremolar la gloriosa enseña patria que sus tropas no permitieron cayera en poder del enemigo. Desdeñoso contra el miedo a un atentado y a las amenazas de los contubernios, su espíritu se recoge en esta letra que corría por las calles, como otra que sonó a raíz de su asesinato en la madrileña calle del Turco.
“Si me quieren herir o me quieren matar, yo entregaré mi espada a otro general.”

Juan Prim y Prats

Imagen de foroxerbar.com
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Reseña de las Cruces Laureadas de San Fernando concedidas a Juan Prim
Cruz de 1ª clase, Sencilla, ganada durante la Primera Guerra Carlista siendo Teniente del 3º Batallón de Voluntarios de Cataluña. Concedida por las acciones de San Feliu de Saserra y de San Miguel de Terradellas, ambas en la provincia de Barcelona, el 18 de julio de 1837.
En San Feliu desalojó de unos picachos a la partida carlista de mosén Benet, causando muchas bajas y haciendo gran número de prisioneros. En San Miguel cargó a la bayoneta contra el enemigo, arrebatando él mismo la bandera al 4º Batallón Carlista de Cataluña.

Cruz de 2ª clase, Laureada, ganada durante la Primera Guerra Carlista siendo Capitán del 3º Batallón de Voluntarios de Cataluña. Concedida por el sitio y toma de Solsona, provincia de Lérida, del 21 al 27 de julio de 1838.
El día 23, yendo a la cabeza de su gente, fue el segundo que trepó sobre un tambor erigido por los carlistas en el hospital de Solsona; y aunque recibió una herida grave en el brazo izquierdo, siguió luchando con su acostumbrado valor, apoderándose de la puerta principal de la ciudad al meter por una de las aspilleras ocupada por el enemigo una antorcha encendida.
En este hecho de armas también destacó el entonces coronel Manuel Pavía Lacy, que ganó la Cruz de 2º clase, Laureada.

Cruz de 1ª clase, Sencilla, ganada durante la Primera Guerra Carlista siendo Comandante del Regimiento de Zamora núm. 8. Concedida por las acciones de Peracamps, provincia de Lérida, del 14 al 16 de noviembre de 1839.
Al mando de la vanguardia, rompió la línea carlista que impedía el abastecimiento de Solsona, resultando herido al sostener la retirada contra los impetuosos ataques del enemigo, recibiendo dos días después otra herida de bala. En los tres días de combate le mataron tres caballos.

Cruz de 5ª clase, Gran Cruz, ganada siendo Brigadier. Concedida por el asalto y toma de Mataró, en la provincia de Barcelona, el 24 de septiembre de 1843.
Defendida bravamente la ciudad de Mataró por tres batallones de la Milicia y alguna fuerza del Ejército y de Carabineros apoyados en buenas fortificaciones, su conquista costó mucha sangre, al igual que las de las casas, barricadas y conventos a que últimamente se vieron reducidos. La mortandad fue grande por una y otra parte, quedando en poder de Prim más de 500 prisioneros, incluido el gobernador de la plaza.

Fuente de la reseña
José Luis Isabel Sánchez, Caballeros de la Real y Militar Orden de San Fernando (Infantería), publicación del Ministerio de Defensa.


Artículos complementarios

    En la calle del Turco

    El Tratado de Wad-Ras

    Morir por la Patria es nacer para la Gloria

    Con su arrojo lograron lo imposible

    Mermando la moral del enemigo

    El impulso del jefe

    Las últimas Laureadas individuales

    Excepcionales dotes de mando y valentía

    Ser hijo amantísimo de España

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