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Karelia


Suena la Suite Karelia, Op. 11, de Jean Sibelius


Es la voz del origen.
Suena alrededor del mundo que los sentidos abarcan la voz, esa voz única, serena y concisa, que al nacido en tan prodigioso lugar canta los dones, que le han sido legados, y las preces, que le serán concedidas si su merecer lo dispone.
La voz que ningún frío hiela ni apaga, que viento alguno pierde, que fuego impío sonroja ni quema, que jamás desdicha en plañidero duelo sume, la voz que impone su cálido abrazo en la peor circunstancia, vierte en los oídos sensibles a la caricia, del arrullo atentos, un relato tras otro de la historia que la sangre a su modo cuenta, que por la sangre a su impulso navega, que entre la sangre fluye para conocimiento perpetuo del honrado con la memoria.
“Tuyo es el testigo, ahora. Tuya, ahora, la responsabilidad de proseguir, con armas y bagajes que natura entrega, la cuenta del tiempo y la de los sucesos a él acogidos.”
Es un cuento de bella factura, que provoca lágrimas tiernas y dulce sonrisa. Es un cuento de los que abren la puerta, aprestan el ánimo y sitúan lejos, muy lejos, al ufano autor de sus días, con huellas frescas sobre los varios terrenos que ha de pisar la aventura.
“Tú escucha.”
La graciosa forma del mundo parlotea en tono de infantil deseo. En su sensual combadura, apreciable en la distancia libre de obstáculos, caben todos los regalos imaginables, y también el más buscado, el imprescindible; ese que trae envuelto en luz irisada la sucesión de páginas escritas y leídas por el espíritu inquieto, ambas complementarias, ambas, a la sazón guía, reflejo y ciencia.
La madre, de quien la voz proviene, cría y alienta; luego advierte, incita, lo suficiente revela -aquello que sabe, aquello que intuye, aquello que deduce- y empuja.
“A por la vida”, pide que vaya el fruto de la enésima cosecha.
El que tiene que dar el paso, el primero y los siguientes hasta que su número bordee el infinito, inquiere una respuesta a la duda, una respuesta al temor, una respuesta al apego y otra, de igual calado, al desapego. Es como cuando a la historia que nos lleva al sueño, un cuento de fechas remotas con los protagonistas integrados en los episodios de afortunada conclusión, le asaltara un añadido brumoso, inquietante, pero a la vez sugestivo y desafiador: hay solución al enigma.
¿Hay solución al convenio que firman dos disímiles en fuerza y condición?
La voz, recuerda en el futuro anuncia la voz, no figuraba escenarios caducos ni paisajes desvirtuados por una ambición ajena a los orígenes, a la esencia, a la sustancia que germina en un brote nuevo cada equinoccio. Acuérdate del instante feliz, resultas las necesidades presentes, que fue causa de este viaje hacia arriba y hacia abajo, de la ilusión al agobio, un desplazamiento constante y rebelde del ansia a la realización.
Con muchas voces a coro, ilustrado el horizonte que ninguna turbulencia opaca con un arte espontáneo, descollante, propio y grande, sonoro desde las entrañas.

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