Doy mi opinión si me la piden, ya sabes. No hace falta que extienda argumentos para justificar una conducta lógica, de sentido común. Hay que prever los acontecimientos con suficiente distancia y medios intelectuales para evitar que las andanadas de la decepción o la envidia, muy parejas ellas, salpiquen o acierten en la diana. Sólo doy mi opinión si me la pide alguien que a mi juicio merece la entrega de lo que me solicita. Es un criterio de racionalidad. Te vi aquellos días, pero como si no te hubiera visto. Los dos andábamos ocupados con asuntos personales, eso dijimos y era cierto en ambos casos. Cruzamos unas palabras y unos gestos sin fecha concreta, casi deprisa, concertamos un encuentro posterior, en algún momento propicio, y poco más. Ese fue el marco. El escenario no difería del periplo itinerante en el que nos ejercitamos. Tú a lo tuyo, metida en el papel de la reivindicación; el tiempo pasado a rastras. Los episodios anteriores circulando en paralelo a las ganas
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