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Danzas españolas


Suenan las Doce danzas españolas, Op. 37 para piano, de Enrique Granados


Su iniciativa, prodigada con abundancia y esmero en una vida que iba para largo, le confería un carácter exclusivo. De la cuna a la sepultura, proclama en colores de naturaleza ardiente el lema del imperio. Y eso no es todo, ni resumen ni epítome de una cualificada obra que surca tiempo y avatares con gracia y valiente desparpajo.
    Afectivo con sus cosas, paladín de ajenas con sentido y bien comprobable, la figura señalada por sus obras pasea aires bucólicos, de pastoril reminiscencia, de cauce romántico entre episodios de historia cierta, de la consignada por documentos, de la tratada en ateneos dignos, erguida ante los tumultos, de variada índole ellos, y destacada en los panteones ilustres; porta la egregia señoría laureles, entorchados y birretes, batallas y constituciones, conquistas y denuedos, amores y controversias de necesidad ninguna pero que son inevitables en el mosaico.
    Suave y melodioso al oído, prodigado encanto a éste y resto de sentidos. Elogio de la conducta, de la interpretación alabanza, orgullo de la trascendencia y nombre propio de antecedentes a consecuentes. Reconocimiento solemne e inmarcesible en el anverso, lo contrario en el reverso, oscuro, siniestro: envidia y codicia, hasta el extremo; porque las medias tintas no rezan en el antiguo solar ni en la madre prolífica de las desperdigadas criaturas, aunque resulte peor que la componenda, ingrediente habitual de los guisos en la dieta de las gentes y sus dirigentes.
    Magnífica biblioteca nos contempla, dilecto público, enemiga de las horas vacías. Catálogo extraordinario de venturas y desventuras, logros y lacras, heroicidades e infamias que tornan al redil de la grandeza y otras que falsean y enturbian, omiten o a cercén suprimen. Muestrario grandilocuente de discursos para dar y tomar, con un objetivo y su opuesto a la zaga, a la sombra, en la espalda, costado y frente. En las páginas de estos libros perpetuados, joyas de la corona, aparecen y pugnan asuntos sin caducidad, tan actuales ayer como lo serán mañana y por los siglos de los siglos mientras una gota de sangre registrada, con denominación de origen, fluya de corazón a cabeza. Las páginas de estas partituras maestras, cláusulas de conciencia y docencia, advierten de la falta de escrúpulos en quien nunca debe perderlos, y de la calidad de añadidos y aledaños en furtivo movimiento. Pues una cosa es el consejo demandado, que recibirá  la debida atención, y otra, muy distinta, la bandada de sugerencias revoloteando con ruido e interferencia en el lugar de las decisiones soltada por afanes de medro, lucro y servil arribismo.
    Malo es el entrometimiento al tropiezo, aflorado a cada paso, obstáculo impenitente que zanja el terreno a pisar y la voluntad a convencer con firmes y ponderados argumentos. Zascandileo de duendes, camarilla de oportunistas al acecho de un gobierno grande, mediano o pequeño, pero suficientemente remunerado y de prebendas orlado, a dedo otorgado, hereditario, a escondidas reptando, volátil el actor, tapizado, encubierto, diseminado en un perímetro arcano, no obstante medido, dotado, a la sazón protegido; de la opinión esquivos tales espectros de facciones al diseño en taller de costura y remedo, del tribunal ausentes y de la condena huidos si la flauta suena y el magistrado de turno lanza el órdago y la orden de busca y captura. No sigo. Me aparto del mezquino derrotero.
    Vuelvo al mérito, a la habilidad y al ingenio, luminarias de la historia que camina de atrás adelante y de dentro afuera; sabios, linajes y alcurnias algunas veces al azar confiados y siempre de la fe tributarios.
    Seguiremos el relato al amanecer.

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