Gran compositor y el mejor organista español de su época, el burgalés de la localidad de Castillo de Matajudíos, Antonio de Cabezón, nacido el año 1510, fue maestro en la técnica del contrapunto e innovador en la armonía, desarrollando nuevas formas musicales que generaron un lenguaje expresivo personal e intenso.
Ciego desde niño, Antonio Cabezón empezó a estudiar música en Palencia con el maestro de órgano de la catedral, García de Baeza. En 1526 ingresó en calidad de organista en la capilla de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos I, por lo que se estableció en Toledo hasta 1538, año en el que se trasladó a Ávila. Fallecida la emperatriz Isabel, dividió su labor entre el príncipe Felipe, futuro rey Felipe II, y las infantas. Al correr del tiempo, el ya rey Felipe se hizo acompañar por Antonio de Cabezón en sus viajes por Italia, Alemania, Luxemburgo, Holanda e Inglaterra, en las etapas de 1548 a 1551 y de 1554 a 1556.
Estas salidas europeas le permitieron conocer a los compositores relevantes en el continente y las formas y estilos musicales al uso; también se produjo el efecto a la recíproca, ya que la originalidad y belleza de sus obras dejaban una fuerte impronta en todos esos grandes músicos.
Referencia en la música española, Antonio de Cabezón pasó sus últimos años en Madrid.
La mayor parte de su obra se ha conservado gracias a su hijo Hernando (su otro hijo, también excelente músico, se llamaba Agustín, y su hermano Juan asimismo destacó en el arte musical), compositor y organista, que en 1578 publicó una recopilación de la música de su padre titulada Obras de música para tecla, arpa y vihuela. Aproximadamente cuarenta composiciones habían sido previamente publicadas por Luis Venegas de Henestrosa en el Libro de cifra nueva, en 1557.
Antonio de Cabezón
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Antonio de Cabezón compuso obras para los instrumentos citados y piezas vocales, además de formas como las glosas, tientos, diferencias, cánones, himnos y pavanas; frecuentemente inspirado en las melodías populares que armonizaba y enriquecía magistralmente.
Su obra se caracteriza por la riqueza armónica, la inspiración melódica y el dominio técnico, la severidad de líneas y una claridad evocadora del barroco herreriano. De igual modo fue maestro en el manejo de la polifonía constatable en Invocación a la letanía.
