Todas las obras que se escriban, todos los poemas que se compongan para ensalzar la heroicidad del pueblo español en la guerra de la Independencia, no tendrán la energía, la significación, el mérito de esta frase: ¡No importa! Los soldados vencedores del mundo no habían peleado nunca con ese general “ No importa ”, que era derrotado hoy y presentaba mañana la batalla; que se salía de las reglas de la táctica y rompía los axiomas de la guerra; que convertía en plazas fuertes los pueblos abiertos, y que podía ser siempre derrotado y nunca vencido. Aquel español que interpelado por un oficial francés el 1º de mayo de 1808, ante miles de bayonetas, y las mechas encendidas, contestó: ¡Me río!; hizo, tal vez sin saberlo, una gran frase; aquella risa era más poderosa y más temible que los cañones de Austerlitz y de Jena. Una y otra frase resonaron seis años con eco atronador y sangriento en toda España. De entre las humeantes ruinas de Zaragoza, de los labios de los cad
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