Al paso de las épocas, con sus cíclicas manifestaciones, unos aspectos mejoran la calificación objetivamente sensata y críticamente juiciosa del humano proceder mientras otros lo empeoran, y aunque sin llegar a desmembrar el sostén tienden a dar pases entre vaivenes para ir ejecutando la sentencia de finiquito.
Los aspectos que mejoran son posibles gracias a la complementariedad de lo en apariencia, y en la práctica negocio, véndese como incompatible; quizá por aquello de restar celos e impotencias a lo envidiable y sano.
Estatua de Cristo sedente (siglo IV). Museo Cristiano de las Termas, Roma.
Jean-Baptista Carpeaux: La danza (1869). Musée d’Orsay, París.
Cierto es que un intelecto cabe en un atleta y viceversa, una condición atlética en un pensamiento múltiple e indagador; con el significado pedestre de que cabeza y cuerpo van de la mano si la persona quiere, gusta de ejercitarse en ambas y por ello apuesta.
No es menos cierto que, andando un tiempo sedentario donde escasean los brillos que contagian a la reducida especie afanosa de superación y abundan los lucimientos con patrocinio, valga la paradoja, eso de alcanzar la gloria terrenal en el deporte y en el pensamiento cae en terreno prohibido, por no ofender a la institucionalizada, arduamente potenciada, masivamente difundida, y subvencionada tríada de la inepcia, la desidia y el obediente seguidismo de proclamas y consignas.