Suenan las Suites de jazz 1 y 2, de Dmitri Shostakovich
A la mirada de la curiosa pertinencia son indescifrables el rostro, de facciones oprimidas, y aun así exultando dignidad, y el gesto, definido por su grave apostura. Semejante a una escultura de lustroso clasicismo, el humano aquel, la persona aquella, marca su discontinua orografía a la plasmación icónica de las rotaciones del mundo -las vueltas que da la vida, la de veces que el inicio es final y viceversa-, cual vástago predilecto de la hercúlea fuerza.
Desde hace mucho tiempo, tanto que sólo es posible recordarlo por especulación, ora científica ora espiritual, siendo compatibles ambas maneras de interpretación racional, los símbolos hablan con el lenguaje apropiado a la época que los estudia o que los acoge o que los deifica para ensalzarlos como categoría única o que los pervierte para demolerlos como arcano ruinoso. El idioma de los símbolos posee trazas de los varios sistemas de comunicación presentes en el lugar donde concurren las fuerzas centrípetas y centrífugas: aquí mismo; y en el momento que se pronuncia cualquier sentencia: ahora, por ejemplo.
Basta una somera comprobación, al alcance de quien se preste a una experiencia de ida y vuelta, un mínimo sustento demostrativo es suficiente para apreciar como de un acto poderoso, consistente, entroncado en la fuerza, deriva su reflejo débil, inconsistente, asilado en la resignación.
Esto es: el anverso y el reverso de la efigie mortal a menudo mitificada en los altares paganos, de uso ceremonial las fechas señaladas en el calendario de las virtudes atribuidas a fabulosos antecesores con el cuerpo cincelado de músculo y las intenciones de sentimientos loables para la causa original e imperecedera en las enseñanzas de los sucesivos maestros incorporados por remesas de diferente coste a la tarea disciplinaria.
Aguantar el peso y el paso de los que se sitúa por encima de voluntades y credos, el ideal, el conformismo y la utopía, tiene un mérito relativo además de una irrelevante consideración histórica. De la fuerza esclava de un cometido superior, ajena a una decisión propia, barragana, de mesnada, venal se habla pero poco o nada se escribe que a la postre sea útil para imponerla o para evitarla. Como llevar amuletos en la feria del trueque con todas las de perder en la papeleta. Como lucir alegorías pendiendo de los talismanes comprados a los mismos que obligan a descreer hasta de la esperanza.
Nos entendemos sin abusar de las palabras, dice el sabio al aprendiz que prospera. Beber de las fuetes del conocimiento libra de muchos males independizados de las patologías. Sed fuertes. No decaigáis. Haced acopio de bienes inalienables. Persuadiros de la eminencia de los desengaños y el abismo de los entusiasmos, unos y otros llevados al extremo de la idolatría. Pensad en la fuerza, insiste.
Poderosa fuerza la que convierte en superior al inferior, en excéntrico al prudente, en temerario al cauto; débil fuerza la que no afronta como debiera el trance del peligro y el definitivo de la muerte.
Advierte el sabio de las circunstancias que a cada cual imprimen un giro, una rotación y una traslación de la realidad al mito y viceversa.