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Las partitas


Suenan las Partitas para violín y teclado, de Johann Sebastian Bach.


Hay que erguirse como en el último estadio de la evolución, y elevar la cabeza al nivel del espíritu para abarcar en su inmensa potestad al opus magnum, y apreciarla espléndidamente.
    Impresionada en los sentidos cual la primera escena de las recreaciones de la creación.
    Participando en calidad de admirador de la elogiosa romería en peregrinación al santuario del origen, que es uno de los nombres que recibe el lugar donde la naturaleza de carácter espontáneo y la arquitectura de índole glorificadora, cada una proyectada desde su idea maestra, tienden a la convergencia de propósito y a la unidad de paisaje.
    Igual que hace siglos, por el mismo trayecto en cada época de ocasión requerida, el desfile de fervor avanza, siembra y cunde a su paso. Acto de reposición y acto de gratitud que rinde homenaje a la perpetuación del ejercicio purificador de cuerpo y alma.
    Bajo el cielo y sobre el camino, coloreados ambos de identidades unísonas, la comitiva reúne y concita, expande e interpreta las emociones y los sentimientos en viaje hacia el albergue propicio: un edificio de acogida dispuesto en el medio de una superficie ilimitada, motivo de llegada y, al cabo, de partida. Una singularidad cruzada en el obligado recorrido entre los extremos de la vida.
    Abiertas sus puertas, la puerta que da al anverso y la puerta que da al reverso, la entrañable construcción absorbe el horizonte y dirige hacia el punto de fuga la atención dispensada por cuantos se destinan voluntariosamente a su encuentro sin tiempo de estancia previsto.
    Transcurrido el cual, porque así debe ser, queda preterida en el recuerdo del viajero en tránsito su solitaria efigie y un atisbo, en absoluto coactivo, de vértigo. Atrás, y también delante, aquende y también allende, por antaño y por hogaño, en el espíritu remanece la calidez progenitora de este hogar dispuesto para el anhelo de perfección.
    La estampa legendaria, que ocupa la memoria entera mientras preside su evocación, describe con minuciosidad de artista el vértigo experimentado ante una muestra de grandiosidad como aquella, capaz de influir en las razones y en las imaginaciones de los asistentes a la vez.
    Piensa el cronista del suceso, cuando su tarea le permite darse a ello con libertad de criterio y mucho más que un ápice de curiosidad, que las expresiones van de la mano de las impresiones, y que las unas y las otras responden a una causa generadora de todas ellas.
    Sin excepción digna de comentario.

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