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Travesía (19)


La sabiduría del relato corriente.


—El tiempo pasa a una velocidad de vértigo, amigo mío. Dicen que si el tiempo pasa deprisa es porque a la persona le van bien las cosas; vamos, que superan las soluciones a los problemas y de esta manera, corre que te fluye, el tiempo desgrana su rosario con premura festiva.
    Sentados en la plazuela del mirador, Felio y su interlocutor, Venancio Ramírez Castresana, de vocación cronista, amanuense de cartas, solicitudes y diarios de circulación estrecha, y hablador de parla y discurso —nacido éste de conocimientos previos de reiterado fundamento, aquélla sobrevenida por una gracia de improvisada factura—, según entienda la ocasión y el merecimiento de los oídos, al amor de un espléndido mediodía con su adecuada temperatura para estar al raso sin calor ni frío, y su justo grado de luminosidad para no cegarse ni forzar la visión en la oscuridad, saboreaban el aperitivo entre alivios espirituales de conversación.
    —De lo contario, es de suponer que el tiempo carga con los mismos achaques que el sufridor que lo cuenta hora tras hora, ora con reojos a la esfera más cercana ora con suspiros de cavilación y denuedo por sanar las heridas que la vida abre en la parte exterior tanto como en la interior.
    El cronista asintió al razonamiento.
    —El tiempo para igual de rápido e igual de lento cada día. El tiempo viaja a velocidad de crucero, como lo hace el Sol y la Luna, por la vía eclíptica, como el planeta Tierra rota y se traslada por el cauce que le adjudica la estrella alrededor de la que orbita.
    Felio miró, más bien intuyó dibujado, el trazó de la eclíptica en el cielo diáfano, de un azul conmovedor, de un atractivo que enlaza la pasión con el deseo y deja al observador encantado con la maravilla natural.
    Venancio Ramírez Castresana, el cronista ducho en historias orales, prefirió ese mediodía de gozoso aperitivo al amor del cielo acompañado de un forastero sin equipaje pesado distraerse con divagaciones, rodando por una pendiente de moderado desnivel, que adentrarse en la historia que nadie puede cambiar mientras él pueda evitarlo.
    —Al tiempo lo que es del tiempo.
    —Aforismo en su punto.
    Venancio el cronista de atalaya, quiso añadir una máxima.
    —No hay presente sin la firma del pasado impresa en el documento de registro.
    Magister dixit, y a quien no le guste que no escuche.
    La constancia del hecho, calificado de suceso, episodio, anécdota o categoría, certificado donde procede, transmite el carácter de la herencia dictada por el testador y la encomienda del precepto a los legatarios.
    Excluida la faramalla de leguleyo de la escuela catilinaria, el significado de las palabras es único y directa, exenta la comprensión de apreciaciones de índole metafórica.
    Felio giró alternativamente el cuello hacia la conjunción del cielo con el horizonte terráqueo, lo cual le recordó con suave chasquido que precisaba la mano fisioterapeuta, atinada y firme en el desbloqueo, para afinar el movimiento de vigía.
    —No hay ahora sin antes, ni habrá después sin entonces —redundó el cronista.
    El celebrado momento del aperitivo invitaba a participar en la elaboración de un catálogo de referencias para uso habitual en cualquier ámbito; siempre y cuando, transcurrido un lapso prudente de digestión, a las concebidas se les abrieran las puertas de ingreso en la práctica cotidiana.

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