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Memoria recobrada (1931-1939) XLVII


Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega revela la masacre cometida en la barriada madrileña de Usera los meses de octubre y noviembre de 1937.

La en otoño de 1937 barriada de Usera, al oeste de Madrid, quedaba situada en el frente de batalla: línea de vanguardia para el Ejército nacional que intentaba tomar la capital de España y así, de alguna manera, quizá más simbólica que realista, poner fin a la guerra, y línea defensiva para el del Frente Popular que pretendía impedirlo con el despliegue de la 36.º Brida Mixta con mandos de filiación comunista.
    Dentro de Madrid las persecuciones y represalias estaban a la orden del día, igual que las ambiciones de cada uno de los integrantes del abigarrado Frente Popular dirigido de facto por asesores soviéticos. Los perseguidos y represaliados que pudieron, sin abandonar la capital, buscaron y encontraron refugio en las legaciones extranjeras, de cuya labor humanitaria publicamos diversos artículos, aunque no todas abrieron sus puertas a los amenazados de tortura y muerte ni la cerraron ante quienes, en tropel sanguinario, una vez apropiados de los bienes ajenos querían sacarlos de los refugios y hacerlos desaparecer expeditivamente en las checas y con los “paseos”; una actividad criminal presente desde el comenzó de la guerra, aunque desde abril de 1931 se cernía y probaba su eficacia.
    Esta negativa humanitaria de los diplomáticos a facilitar los crímenes de los obsesionados con la liquidación de los opuestos a su trama, agudizó el ingenio perverso y mortal de unos elementos que desde el frente de Usera concibieron un plan engañoso para las futuras víctimas, que caerían en la red como las moscas en la telaraña; el plan consistía en convencer a los refugiados en las legaciones de su salida, de modo que voluntariamente, sin infringir la legalidad internacional, los elegidos para la muerte en Usera acudieran esperanzados de salvar la vida fuera de Madrid acogidos por los nacionales que aguardaban su llegada al finalizar el recorrido de un túnel, gracias a la acción de elementos militares pertenecientes a la quinta columna que fingían obedecer al gobierno del Frente Popular. Intentar convencer a los escondidos en domicilios particulares que abandonaran su refugio para dirigirse a las líneas nacionales atravesando un túnel en la barriada de Usera era difícil, por ignorar el paradero real de los ocultos, a los que se integraba, con razón o sin ella, en la quinta columna madrileña, y porque éstos desconfiarían aún más que los acogidos en las legaciones de la bondadosa intención de los milicianos y militares frentepopulistas.
    Los agentes del Servicio de Información Militar idearon y pusieron en marcha el engaño del túnel salvador de Usera, que fructificó los dos meses de vigencia del plan, ascendiendo a 67 que pudieron individualizarse los asesinados, más restos de otros 30 cuerpos. Estos agentes del S.I.M. extendieron el bulo de que en Usera existía un túnel, únicamente conocido por los que estaban en el secreto, que pasaba de la zona roja a la nacional y que controlaban oficiales comunistas que en realidad operaban con la quinta columna establecida por los nacionales en la capital de España. Mediante un sencillo trueque de dinero, joyas u objetos de valor, entregado a los agentes intermediarios, los amenazados de muerte en Madrid obtenían el salvoconducto para circular por el túnel de la libertad, que era de la muerte. Hizo fortuna la propaganda de los voceros y en breve contactaron cuantos partidarios nacionales pudieron o quisieron con la falsa red de apoyo ubicada en Usera, que del 18 de octubre al 13 de noviembre de 1937 se organizaron ocho expediciones que pretendían llegar a la zona nacional.
    El 18 de octubre tuvo lugar la primera expedición, dirigida por el capitán Casimiro Durán. El vehículo transportaba su pasaje desde la embajada correspondiente hasta el chalé de la calle Alfonso Olivares número 4 en Usera, a disposición del S.I.M. y entrada al calabozo compartimentado donde se conducía a los engañados para cruzar las líneas. En esta siniestra vivienda se informaba del verdadero destino que aguardaba a los crédulos que aceptaron el trueque de bienes por libertad: se les informaba de su condición prisionera, se les interrogaba y torturaba y, por último, se les enviaba a la suma de pequeñas celdas que era el calabozo-túnel de donde se les sacaba para fusilarlos contra las paredes de la vivienda y acto seguido arrojados a una fosa común abierta en las inmediaciones.
    La expedición del 8 de noviembre, “del marqués de Fontalba”, recogió el mayor número de aristócratas, y al cabo dio nombre a las matanzas. No obstante, esta expedición permitió conocer lo que allí sucedió por el testimonio escrito de Manuel Toll Messia en una pared con la hebilla de su cinturón y que se conserva: “Nos han preparado una encerrona y traído a esta casa con otros quince más. Espero nos matarán. Sea la voluntad de Dios. Noviembre 1937. Manuel Toll Messía, Calle Carbonero y Sol 4 de Madrid”, añadiendo otros nombres de reclusos en trance de muerte.
    A los trasladados al chalé-cárcel-paredón de Usera se les despojó de cuanto valioso llevaban encima, luego repartido entre los agentes comunistas, y antes de fusilarlos, o de morir aplastados debido al hacinamiento aún en vida en la fosa, se les torturó aplicando brutalidad y sadismo. Los cuerpos extraídos de la fosa y estudiados por los forenses presentaban en su mayoría lesiones traumáticas causadas por arma de fuego, al ser fusilados, otros mostraban señales inequívocas de estrangulación y sofocación. Todos los cadáveres revelaron fracturas, lesiones en maxilares y costillas, heridas de ataduras con cable en los brazos y antebrazos, con desmembramiento posterior, fracturas en las piernas y clavículas y, también en algunos casos, sogas alrededor del cuello, en las muñecas y tobillos.
    Fue en agosto de 1939 cuando se descubrió la fosa-zanja de Usera colindante al chalé con los 67 cuerpos individualizados y otros 30 desarticulados, de los cuales pudo identificarse por sus familiares a 36.
    Precisamente es la historiadora María del Pilar Amparo Pérez García, familiar de las víctimas Laureano y Luis Miró Barbany, quien revela que la hermana de éstos, Teresa Miró Barbany, puso en conocimiento del general Queipo de Llano su extrañeza por no tener noticia de sus hermanos que se supone debían estar ya en zona nacional a través del “liberador” túnel de Usera. El general dio aviso por radio de la que parecía una trampa y de este modo acabaron las expediciones de la muerte el 13 de noviembre de 1937.

Los restos mortales de los asesinados en el túnel-calabozo de Usera fueron trasladados en principio al Cementerio de La Almudena, y cinco años después, el 7 de noviembre de 1944, a la cripta del colegio Nuestra Señora de la Providencia de las Religiosas Teatinas de la Inmaculada Concepción, edificado en el lugar de los crímenes.

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