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La historia revolucionaria y golpista del socialismo en España (II)

Segunda entrega, a modo de resumen cronológico, de la historia revolucionaria y golpista del Partido Democrático Socialista Obrero (denominación original, después Partido Socialista Obrero Español, siglas PSOE), fundado en 1879 por Paulino de la Iglesia Posse (nombre original, posteriormente modificado a conveniencia por el de Pablo Iglesias).

A mediados del siglo XIX, la revolución liberal avanzaba en España, queriendo consolidarse, auspiciada por un régimen constitucional que llevaba aparejado un sistema de libertades y un capitalismo incipiente que favorecía la creación de sociedades anónimas y el tendido de las primeras líneas férreas (la pionera en la isla de Cuba). Cuando nace en 1850 Paulino de la Iglesia Posse, posteriormente fundador del Partido Socialista Obrero y de la Unión General de Trabajadores, el sindicato socialista de clase, el desarrollo económico en España era patente y el consumo una práctica generalizada.

    Entonces devino la revolución de 1868 (la septembrina la gloriosa), liderada por la burguesía y con apoyo popular, que derrocó a Isabel II dando paso a un periodo inestable en el que los patrocinadores de la revolución y el incipiente socialismo mostraron unos caminos divergentes.

    En noviembre de 1868 aparece en España el revolucionario y anarquista italiano Giuseppe Fanelli, en comisión de servicio del anarquista Mijaíl Bakunin para difundir las ideas anarquistas y coadyuvar a la creación de la sección española de la I Internacional (Primera Internacional de los Trabajadores o Asociación Internacional de los Trabajadores o Primera Internacional Obrera). Quedaron constituidas en Madrid y Barcelona sendas células.

    Con el tiempo, y ahora en el artículo se anticipa, el socialismo que se había integrado en la I Internacional se dividió en dos ramas: la comunista y la socialista (en la que afloró independiente de su génesis una alternativa socialdemócrata enemiga de acabar con el capitalismo). Por aquel entonces, en el socialismo participaban dos corrientes: la anarquista, tendente a la acción directa, es decir, al terrorismo y la exclusión de las formaciones políticas; y la socialista propiamente dicha (aunque su denominación como tal es posterior), originada en la doctrina de Marx y Engels, que contemplaba la formación de partidos socialistas con el objetivo de conquistar el poder a través de la política para implantar la dictadura del proletariado. Tanto la vía anarquista como la socialista preconizaban la aniquilación de la sociedad vigente y con ella la destrucción efectiva del régimen de libertades, una vez aprovechado por los socialistas, sustituyéndolo a la fuerza por una sociedad comunista de nuevo cuño (el hombre nuevo, el nuevo orden, terminología al uso entonces y después). El socialismo marxista debía eliminar a las clases sociales inconvenientes para la implantación de la dictadura del proletariado.

    Mala recepción entre el pueblo tuvo la iniciativa de la I Internacional en Madrid; no aceptaba la gente que los crímenes protagonizados por la Comuna de París en 1871 no sólo obtuvieran la plena justificación de los socialistas sino que, además, sirvieran de ejemplo en lo sucesivo. Rechazo abrumador, fracaso rotundo. Los demócratas del sexenio liberal (periodo a continuación de la revolución de 1868) eran contrarios a los planteamientos del socialismo, identificados con la corriente anarquista de la I Internacional, y de la I Internacional en su conjunto: eliminación de la propiedad privada, supresión de clases sociales enteras e implantación de la dictadura del proletariado. Los demócratas del sexenio querían la extensión cada vez mayor de la propiedad privada y el afianzamiento de la democracia. Práxedes Mateo Sagasta, uno de los líderes del partido liberal, calificó los postulados socialistas de “utopía filosofal del crimen”.

Un año antes, en 1870, Paulino de la Iglesia (Pablo Iglesias), había sido elegido por los tipógrafos madrileños delegado de su sección en el consejo local de la I Internacional. Pronto comenzaba su carrera política y de liberado sindical. Su primera intervención pública fuera del círculo de afines acaeció en la Bolsa de Madrid; allí debatieron ideólogos del liberalismo con varios socialistas sobre el libre cambio y el proteccionismo; entonces, como en el futuro, los socialistas revelaron su ignorancia en asuntos económicos limitándose a exponer de corrido las bondades de su utopía frente a todo lo negativo que suponía el resto de teorías y prácticas.

    La penetración de la I Internacional en los socialistas de España fue encauzada por medios escritos, en especial el órgano de comunicación y propaganda denominado La emancipación, en el que escribía al dictado Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, uno de los responsables de los crímenes perpetrados por la Comuna de París que huyó de Francia para eludir la acción de la justicia y dio en refugiarse en España. El citado órgano de comunicación publicó el Manifiesto comunista de Marx y Engels, atrayendo hacia las posiciones marxistas a un considerable número del pequeño grupo socialista.

    De hecho, en septiembre de 1872, el congreso de la I Internacional celebrado en La Haya (Holanda) confirmó la división de los socialistas en marxistas y anarquistas, aceptando a su vez la tesis de Marx que propugnaba la formación de organizaciones socialistas encaminadas a conquistar el poder político.

En España la situación degeneraba. Finalizado el sexenio liberal se retomaba la monarquía con la coronación de Amadeo de Saboya. Se produjo el asesinato de Juan Prim, la abdicación de Amadeo I y la venida de una República breve y caótica que clausuró el general Arsenio Martínez Campos con el pronunciamiento de Sagunto. Momento para la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II, que timoneó Antonio Cánovas del Castillo apoyándose en Práxedes Mateo Sagasta: el eficiente turnismo en un régimen de monarquía constitucional y parlamentaria que se demostró beneficioso para España. Pero Cánovas también fue asesinado y los socialistas de Paulino de la Iglesia (Pablo Iglesias) pugnaban por imponer su utopía a sangre y fuego si no les era dable por la permisividad ajena.

Pablo Iglesias dejó su trabajo en 1873 para dedicarse profesionalmente a la política (la predicación, la organización y la acción con base y objetivo políticos) desde la dirección de la Asociación del Arte de Imprimir. Esta asociación fue aceptada por el ministro de la Gobernación Francisco Romero Robledo a instancia del impresor, empresario teatral y diputado Felipe Ducazcal, conocido por haber organizado al grupo de matones denominado banda de la porra.

    Con esa vía de penetración despejada, Pablo Iglesias quiere articular en torno suyo un partido político socialista marxista y revolucionario que socavara los regímenes constitucionales valiéndose de ese sistema de libertades; su ideólogo era el socialista francés Jules Guesde, un teórico del marxismo y partidario del uso de la propaganda para alcanzar el objetivo de la dictadura del proletariado. Pablo Iglesias seguía a rajatabla esta línea de actuación.

    Pero el socialismo carecía de peso real en la sociedad. Los veteranos de la I Internacional consideraban prematura la formación de partidos socialistas. Aun así, Pablo Iglesias no cambió de idea ni de plan: el 2 de mayo de 1879 se constituyó el partido socialista en la fonda Labra de la calle Tetuán de Madrid. Actuaron como secretarios el propio Paulino de la Iglesia y Antonio García Quejido, que sería con el tiempo el primer presidente de la Unión General de Trabajadores y el primer Secretario General del Partido Comunista de España; con ellos figuraban dieciséis tipógrafos, cuatro médicos, dos plateros, un doctor en ciencias, un marmolista y un zapatero. La comisión quedó integrada por Paulino de la Iglesia (Pablo Iglesias), Victoriano Calderón, Alejandro Ocina, Gonzalo Hernández Zubiaurre y Jaime Vera: debía redactar el programa y fundar un periódico que difundiera los idealistas socialistas que ratificaría en el futuro un congreso obrero.

    El programa de acentuado dogmatismo marxista, fue presentado el 20 de julio de ese año 1873 en una taberna de la madrileña calle Visitación. Ya en origen pecó el partido socialista de dogmático, principalmente dedicado a repetir hasta la saciedad unas visiones preconcebidas y extranjeras en poco o nada semejantes a la realidad española que no se pretendía ni mostrar ni mejorar sino ignorar por inconveniente para la causa.

La llegada al poder de los liberales, con su programa de libertades, en 1881 permitió la legalización del socialismo: entonces dio inicio una carrera imparable para destruir ese régimen de libertades en el que no creían a pesar del beneficio que les suponía para desarrollar sin obstáculos su propaganda.

    Inicialmente compuesto por los reducidos grupos de Guadalajara, Madrid y Barcelona, el Partido Socialista pronto creó otros dos en Valencia y en el pueblo de San Martín de Provensals (luego absorbido como barrio por la ciudad de Barcelona). En enero de 1881 se nombró el Comité Central, cuya secretaría recayó en Pablo Iglesias, con el objetivo de asentar el partido en toda España. Un objetivo plagado de obstáculos pues la deriva socialista hacia la dictadura del proletariado era indeseable para los anarquistas de la I Internacional. Al congreso regional de esta Internacional acudió Pablo Iglesias, pero su acta fue rechazada y se le expulsó.

    Para los socialistas de extracción anarquista, los de Iglesias eran marxistas y autoritarios dañinos para la emancipación de la clase obrera. Este fracasó de representación no impidió el desarrollo del partido socialista a través de las huelgas sectoriales, una táctica que dominaba su dirección.

En 1882 el Comité Central del Partido Socialista decide participar en la política española: una vez dentro del sistema sería más fácil demolerlo, pensaron los dirigentes. Ahora bien, una cosa es predicar y otra dar trigo, y una cosa es presentarse a unas elecciones y otra distinta obtener un resultado aceptable. Siguiente fracaso en los planes del socialismo marxista.

    El método de penetración social elegido debía ser el de Jules Guedes en el periódico L’Egalité: propaganda machacona y de muy fácil asimilación. Por tanto, en 1886 aparece el primer número del semanario El Socialista dirigido por Iglesias, que con el tiempo llegó a ser de tirada diaria.

    Antes de este alumbramiento impreso, en el año 1883, el Gobierno de España proyectó un ambicioso plan de reformas sociales por tramos: el ministro de la Gobernación, Segismundo Moret, creaba la Comisión para el estudio de las cuestiones sociales que afectan a la clase obrera; que posteriormente se convertiría en el Instituto de Reformas Sociales y al cabo en el Ministerio de Trabajo. Los partidos tradicionales, conservador y liberal, actuaban en pro de las reformas sociales, e invitaron a la participación de socialistas y anarquistas. La ocasión la pintan calva, de modo que los socialistas vieron la puerta abierta para promocionarse, captar adeptos y agitar las calles, y no precisamente para colaborar en la solución de problemas: esta declaración de intenciones fue escrita en los informes a la sazón de Jaime Vera y verbalizada en los discursos de Pablo Iglesias.

En julio de 1889 nació la II Internacional (Internacional Socialista) en París, creación de Paul Lafargue. Se conseguía con esta nueva Internacional apartar del socialismo a los anarquistas y brindar el triunfo al marxismo. José Mesa y Pablo Iglesias fueron los representantes del Partido Socialista al congreso, aunque con un papel irrelevante.

    De regreso a España, Iglesias y Mesa tenían decidido vincular al Partido Socialista en la II Internacional; y lo consiguieron.

A finales de agosto de 1890 se celebró en Bilbao el II Congreso socialista: el principal acuerdo fue el de acudir a la confrontación electoral siguiente.

    El primero de febrero de 1891 se celebraron elecciones generales. El Partido Socialista presentó veinticuatro candidaturas, figurando en seis de ellas Pablo Iglesias: obtuvo cinco mil votos en toda España, localizados en Madrid, Barcelona y Bilbao. Ese mismo año se celebraron también elecciones municipales, y el resultado socialista mejoró algo, consiguiendo un concejal en Bilbao y otro en la vizcaína localidad de San Salvador del Valle.

    El 5 de marzo de 1893 se celebraron elecciones generales, repitiendo su fracaso los socialistas con menos de siete mil votos.

    Con el IV Congreso socialista, reunido en Madrid a finales de agosto de 1894, se proclamó la urgente necesidad de mantener la cohesión, la disciplina férrea y la unidad de acción.

    Ya en 1895, las elecciones municipales entregaron a los socialistas de Pablo Iglesias tres actas de concejal.  

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