Las tentaciones de la crisis.
El desencadenante de una crisis que transforma el pensamiento, la palabra y la obra puede ser el eslabón débil de una cadena de acontecimientos, la gota que desborda el vaso o la racha inaugural de un viento cambiante.
Las metáforas sirven como ilustración del proceso. Un proceso que ha llegado aunque nadie sabe el camino por donde ha venido. La metáfora establece una correlación paradigmática entre el hecho latente y el manifiesto.
La cuestión es que antes o después, los protagonistas y los figurantes descubren un panorama que dibuja un presente diferente al pasado; respecto al futuro las dudas surgen y abruman en el recuento y la dimensión. Situado en el epicentro de un seísmo con raíces profundas y ramificaciones aceleradamente expansivas, el observador cede los trastos de la comprensión al analista y éste recurre a la máquina del tiempo para que de su giro hipnótico extraiga una conclusión susceptible de ser aceptada, siquiera momentáneamente, por el conjunto de los afectados. De los incautos y despistados, de la masa conducida, de los ignorantes por voluntad de estar sin ser pero teniendo algo en lo que apoyarse para mantener los sentidos bloqueados y los sentimientos al pairo, de los pillados a contrapié y de los que tardan en despertar de un sueño sin imágenes ni voces ni reclamos, nada cabe suponer en cuanto a beneficios o perjuicios, pues los unos y los otros requieren de una participación mínima con criterio suficiente. Dejémoslo en suspenso.
La realidad de lo acontecido, incuestionable fenómeno pendiente de valoración e ingreso en el catálogo de la historia fluctuante, admite interpretaciones. Quizá por miedo a reseñar lo evidente con una sola frase: es verdad. Objetivamente cierto. La subjetividad se rebela y proclama que ella también es verdad, la conciencia pugna por alcanzar el altavoz y gritar que dicta y sentencia en quienes la conservan y protegen.
Mientras, el yo, limitado por las angustias y las exaltaciones, sube y baja aislado en su marco temporal y en su circunstancia privada; pesimista por las sacudidas, los zarandeos y los acomodos precipitados; optimista por resistir los embates de las caídas y los ascensos, por moderar el vértigo de la oscilación, por sostenerse en medio de la turbulencia organizada para demoler y arrastrar. Pesimista y optimista dentro de un pragmatismo de supervivencia: el solar vaciado podrá nuevamente edificarse.
La crisis pare prosa y teoría. Los textos de la originalidad recuerdan diatribas y panegíricos épocas precedentes: la innovación sabe más por su experiencia que por su magia. Las teorías juegan fantasiosamente con las ideas y los conceptos, desplegando un abanico de posibilidades que sólo los curados escépticos reducen al absurdo. La prosa y la teoría tienden al infinito por las vías enlazadas de la juventud contestataria y de la contestación totalitaria de los que izados a los hombros y cabezas de los bisoños a ellos recurren para erigir un muro de separación tan grande como el número de adeptos permita.
El recurso a la interpretación sigue vigente, en plena forma y con el ancestral mensaje renovado: ni conozco ni comprendo el mundo, sino que lo interpreto y con eso tengo bastante.
Indignación y hastío son expresiones que en público agitan las olas, pero que en privado concitan a reflexiones de calado si el enfoque aparta la adulación y el servilismo. Todavía hoy, crisis tras crisis, la elección es fundamental, la esencia de la persona, su razón de diferencia y ámbito, su futuro a la luz de las esferas. Desechadas las modas, desoídos los cantos de sirena, con renuncia a las ambiciones primarias y a una localidad de sombra en el espectáculo de la propaganda.