Espectáculo deprimente ese de las colas para adquirir lo básico, para disponer de lo imprescindible, para recibir a cambio del pago correspondiente la satisfacción de una necesidad irreprimible. Habitual, por etapas, a lo largo de la historia.
Periodos de carencia que en lugares y sociedades son marca registrada y cuño de identidad.
¿A quién se debe lo ocurrido? Es una pregunta retórica cuando ha superado la barrera del millón de interrogantes en un lapso breve y contrastado. ¿A quién se le imputa el desastroso, nefasto, perverso, balance? Los calificativos saltan, corren y vuelan; y tal como llegan, pasan. Y pasan y vuelven a pasar.
Huida de generaciones aptas, se lamenta; huida de elementos válidos, se condena; raíces al aire, oleadas de desarraigo camino adelante según indican las flechas de las mafias. El paraíso está delante, a la carga. ¡Tonto el último!, pero no es un juego; mejor dicho, es un juego al que no juegan los jugadores de a pie, los negociados del negocio viejo, sucio y permanente, el objeto de trueque, antes ahora y siempre sea cual sea el planeta colonizado.
Aguamanil zoomórfico (s. XIII). Germanisches National Museum, Nüremberg.
Por si no bastara el empujón engañoso, los cercenadores emplean, con sobreabundancia, el recurso al “malo si te vas, peor si te quedas”; y allá que van en tropel, en procesión, en cadena y en tránsito a la parada y fonda sin devolución del género embutido, los afortunados en el sorteo del viaje.
Hay que ser valiente, a veces, para emprender la fuga; hay que ser cobarde, a veces, para renunciar al combate.
El eterno retorno es un mito, la huida eterna, patrocinada, es un hecho acorde con la mentalidad regresiva del progreso economicista.