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Los caminos del viajero (23)

La protección activa.

Al aforismo de que la mejor defensa es un buen ataque, un ataque certero en su dirección y sostenido en el tiempo, une Felio el de que la insistencia, si bien dirigida y de argumento demoledor, puede tumbar cualquier maniobra dilatoria, falsa o propagandística, es decir, demagógica y huera de contenido real.

    Perseverar en la obra, y en el pensamiento y la palabra, ser constante y candente en la resolución y el debate, mover las piezas con determinación de maestro y audacia de pionero, suele proporcionar satisfacción.

    —Estos son mis poderes.

    —Colosales, sin duda.

    Volver a la carga cuando aún humea la previa descarga, recibe mayor consideración que el tanteo del tira y afloja ante el que quita y pone algo o mucho de lo que el afectado reclama.

    —No cedo.

    —Ni retrocedo.

    Espantoso zumbido el de la mosca cojonera, hiriente intimación la de la caries, procelosa amenaza la del dolor de cabeza.

    —Respuesta a mi pregunta quiero.

    Clara y concisa respuesta, pronta y sincera. Nada menos.

    —Me sacudo la soflama y aparto el grano de la paja.

    Por aquello de no dar pábulo a la anécdota y no restar trascendencia a la categoría.

    Se sabe por experiencia que al vicio de pedir se opone la virtud de no dar, y que la táctica manida de echar balones fuera del terreno de juego, además de recurrente en el lerdo y zafio es perniciosa para la salud convivencial y la documentación de obligada consulta.

    —Retóricas…

    —Volatines de apoltronado.

    La conversación de Felio con el pasajero de la línea al infinito elude la trama semántica, pero retoza apenas disimulada en el placer del acuerdo controvertido. A esto se le puede llamar un órdago al oído sordo, que es bálsamo común entre los que solicitan una gracia indefinida para su discurso de materias evanescentes.

    —Insisto.

    —Hurgo.

    El viaje al infinito surca todos los mares, todas las tierras y todos los aires, y para y reanuda el trayecto a conveniencia del usuario.

    Aliada de la táctica de escapar por la puerta de atrás a la pregunta que enfila y cornea es la de incurrir metódicamente en el victimismo, por lo general quien por cobarde y mentiroso huye de la explicación demandada.

    —Negocios…

    —Apaños y mercadeos fuera del foco de luz y la fe de los taquígrafos.

    Felio y el pasajero al infinito atraviesan el páramo hostil donde practican su habilidad los lanzadores de piedras que ocultan la mano; cuando algo no sale como estaba previsto hay que achacar la culpa a un factor exógeno pintiparado para clavarle los dardos; cuando algo apetecido y casi alcanzado falla o no acaba de consumarse o se pospone porque la cosa no rueda cuesta abajo cual el pacto suscrito, hay que acudir a los apoyos organizados y financiados para la réplica estridente, machacona, simplista e inmune a la rendición de cuentas. Que nadie se lleve a engaño en esto: quien vive del cuento matará por el cuento; al fin y al cabo, la ínfulas totalitarias, que de utópico ni quimérico tienen un ápice, conducen al rebaño a la senda única recordando a cada paso que ya está decidido lo que cada uno de los integrantes de la cuerda ha de pensar, decir, hacer y sentir.

    —Me protejo activamente de la tormenta.

    —El que no ha escarmentado es que no tiene remedio.

    Y como de donde no hay no se saca, por el mundo conviene ir provisto de lo esencial.     

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