Una cosa es lo que vaya a suceder cuando eso tenga que pasar, si es que el destino lleva esa traza, y otra es lo que el interesado en el vaticinio quiera que ocurra en tiempo y forma adecuado a su propósito; un afán a veces expuesto, otras veces callado, tapado, encubierto, por aquello de dar la campanada, de provocar la sorpresa, o con ánimo de salirse por la tangente o, incluso, de mostrar a los mundos observadores el resultado de una idea, de una brillante proyección.
Pero como el genio está limitado por su condición humanas, el recurso a la consulta es una obligación para el indeciso.
Miguel Ángel: Sibila de Delfos (entre 1508 y 1512). Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.
Miguel Ángel: Sibila de Cumas (entre 1508 y 1512). Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.
Miguel Ángel: Sibila de Persia (entre 1508 y 1512). Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.
Miguel Ángel: Sibila de Libia (entre 1508 y 1512). Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.
Miguel Ángel: Sibila de Eritrea (entre 1508 y 1512). Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.
El oráculo, el maestro orientador, el asesor bien remunerado y bien valorado y bien protegido y bien introducido, muy temido y muy atendido, habla por los canales que dispone para conocer, pulsar y emitir, y lo que cuenta, lo que presume y lo que aconseja es ley.
El profeta de la profecía incunable suelta su perorata y espera que la contradicción no haga acto de presencia, que es harto fastidioso tener que justificar la ruta propuesta para el viaje y para el hospedaje.
Qué deparará realmente el futuro, cuándo llegará lo vaticinado, será posible impedirlo o, después, una vez sucedido, remediarlo, se pregunta el consultante, el asesorado, el príncipe del poder pasajero; también se lo pregunta a su sombra, sin grandes esperanzas de respuesta cabal. La respuesta a mano es la que da, a precio alto y en voz baja, el sabedor de las conductas ajenas y, especialmente, de la conducta del solicitante que lo cuida como a la niña de sus ojos y a la cartera de valores gracias a una especulación continuada. La respuesta del oráculo de carne y hueso es la que es, sólo para sus oídos y el documento de adhesión; la respuesta, guste más o menos, es una sentencia firme.
Andrea del Castagno: Sibila de Cumas (s. XV). Galería de los Uffizi, Florencia.
Cumplido el trámite, el oráculo se retira a sus aposentos investido con la dignidad marmórea y luminiscente que su avalista y pagador le ha conferido por necesidad de apoyo, y para no estar solo a la hora del adiós, del reproche y el despido forzoso.
Puesto que tarde o temprano llega el fin hasta de los delirios.