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Memoria recobrada (1931-1939) LXXV

Recordemos aquello que fue y por qué sucedió. Esta entrega traslada en resumen los estudios del historiador y filósofo Javier Barraycoa Martínez sobre la orden de demoler la ciudad de Barcelona dada por el PCE (Partido Comunista de España, de obediencia soviética) y las traiciones entre las formaciones integrantes del Frente Popular.

Orden del PCE para arrasar la ciudad de Barcelona

El 24 de enero de 1939 Lluís Companys abandonaba la ciudad condal con destino a la frontera francesa. Companys quiso establecer en la localidad de Olot, provincia de Gerona, su gobierno, pero ya entonces muchos diputados del parlamento catalán habían ido a Gerona con la indeclinable a fuer de manifiesta intención de cruzar la frontera y no para mantener una ficción política y militar aún sostenida en público y entre sus aliados por Lluís Companys y por Juan Negrín.

    Conviene recordar la historia que cuenta Josep Serra Pàmies en las memorias tituladas Fou una guerra contra tots (1936-1939)Conté notícies inèdites sobre la projectada destrucció de Barcelona. Traducido: Fue una guerra contra todos (1936-1939). Contiene noticias inéditas sobre la proyectada destrucción de Barcelona. “Josep era hermano de Miquel Serra, miembro del PSUC y conseller de Obras Públicas de la Generalitat. En carta inédita a su hermano escrita el 22 de junio de 1949, desde el exilio en México, y después de haber pasado siete meses en prisión en Rusia, acusado por sus propios camaradas, relata algo sorprendente: la decisión del Partido Comunista de España de convertir la Ciudad Condal en ‘tierra quemada’. Cuando los comunistas deciden que no defenderán Barcelona, resuelven que la ciudad debe ser demolida. Se planificó volar las fábricas, el puerto, la fábrica la Barcelonesa y los túneles del metro. En la Cataluña republicana quedaban tres facciones: una, desecha y alicaída, que era la Generalitat de Companys, otra el Gobierno de Negrín y por último el Partido Comunista que tenía su extensión en el PSUC [Partido Socialista Unificado de Cataluña] liderado por Joan Comorera. Cuando los comunistas deciden finalmente que no defenderán Barcelona, resuelven que la ciudad debe ser demolida. Hubo una reunión secreta en la que participaron líderes comunistas y oficiales de la brigada Líster. Se planificó volar las fábricas, el puerto, la fábrica la Barcelonesa y los túneles del metro. La finalidad de dinamitar los túneles con toneladas de trilita es que allí se escondían también toneladas de munición, especialmente de artillería. Ello debía provocar el derrumbamiento de una parte de Barcelona por donde pasaba el metro. Miquel Serra participó en estas reuniones preparativas, pero hábilmente consiguió retrasar la operación hasta la entrada de los nacionales. Por eso, una vez huido en Moscú, fue acusado por la Pasionaria [Dolores Ibárruri] y Comorera de traidor, y encarcelado por no haber acometido la planeada destrucción de Barcelona. De estos últimos hechos, daba cuenta en La Vanguardia Española Francisco Lucientes en una crónica del 12 de febrero de 1946.”

    El socialista José Recasens escribió en su población de El Figaró lo siguiente: “Por fin, hoy [28 de enero de 1939] han llegado a este pueblo pintoresco las tropas nacionales. Los esperábamos con ansia. (…) Lo he de declarar sinceramente: hasta incluso yo que tenía dos hijos en las filas del Ejército republicano, que he combatido implacablemente el fascismo, que he sido enemigo indomable del militarismo y de las revueltas militares, estaba anhelando, esperando aquel momento”.

Las traiciones entre los republicanos del Frente Popular

El 10 de febrero un parte nacional daba por finalizada la guerra en Cataluña. Los días previos a este comunicado oficial resultaron políticamente tan intensos como ridículos y humillantes para la República del Frente Popular.

    El 1 de febrero, Negrín reunió las últimas Cortes del Frente Popular republicano en el castillo de Figueras. Sólo acudieron sesenta y dos diputados de los cuatrocientos setenta y tres convocados, muchos de los cuales habían emprendido la huida transfronteriza. Manuel Azaña, nominal presidente de la República, enemistado con Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros, abatido y sumido en melancolías tampoco acudió a la cita política en las caballerizas del Castillo; prefirió mantenerse al margen en el castillo de Perelada con la vista puesta en los tesoros del Museo del Prado que aguardaban su conducción a Francia.

    Los presentes en el remedo de Cortes aprobaron continuar la lucha a la espera de que un conflicto generalizado en Europa permita diluir el fracaso del Frente Popular.  

    El 2 de febrero el poder político residual ordenó al general Vicente Rojo que difundiera la siguiente proclama cuyo texto final rezaba: “Que todo el mundo, desde su puesto, se disponga a cumplir con su deber hasta el triunfo o hasta la muerte. ¡Ciudadanos! ¡Viva España!”

    La orden, al igual que la proclama, fenecieron en el humo.

    Al cabo de una semana Juan Negrín mandó dinamitar el castillo de Figueras. Lo consiguió en parte.

Metido en estrategias sin recorrido, Juan Negrín pergeñó un pacto para que Manuel Azaña, Lluís Companys, presidente de la Generalidad de Cataluña, y José Antonio Aguirre, presidente del gobierno vasco, aparezcan juntos, armoniosos y firmes en su alianza en el paso de la frontera francesa. Un pacto falaz.

    Companys estaba desde el 30 de enero en Agullana, localidad a cinco kilómetros de la frontera. Habiendo quedado los cuatro, Azaña y Negrín ignoraron a Companys y Aguirre. Negrín había mentido a los dos en la hora de cruce de la frontera, pues antes decidió acompañar a su detestado Azaña en el paso a Francia; se detestaban y despreciaban mutuamente. En la madrugada del 5 de febrero se despidió de Azaña con un “Hasta pronto, en Madrid”, que no obtuvo respuesta; Azaña pensaba alejarse definitiva e inmediatamente hasta del cargo. Una vez dejado Azaña al otro lado de la frontera, Negrín se encontró con los vehículos que transportaban a Companys y Aguirre. Una breve conversación permitió averiguar, por si quedaba duda, que era falso el deseo de Companys y Aguirre de permanecer a este lado de la frontera y aún más falso el aprecio de Negrín por ambos.

    Gori Mir en su libro Aturar la Guerra (Parar la Guerra), atribuye a Juan Negrín este juicio: “Aguirre [José Antonio Aguirre, presidente del gobierno vasco] no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco [el general Francisco Franco]. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga pedir dinero, y más dinero”. 

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