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Virtea repertorio: Insistencia

Compartían la intención y estaban dispuestos a materializarla, salvando las discrepancias preliminares; la serie de reuniones de carácter informal y formal confirmaban la transición efectiva.

    Uno tuvo la idea, pero no fue de repente; nada había improvisado bajo el sol pese a las apariencias. La voz cantante que llevaba tiempo hablando de ponerse en marcha —porque el movimiento se demuestra andando—, de actuar en todos los frentes visibles alcanzando una notoriedad que abre las puertas cerradas —porque la presencia es un factor que condiciona e induce a tomar partido en lo que a todos atañe— y de orientar la corriente impetuosa por los cauces admitidos —las vías del Estado de derecho, en franca remisión por manejos tácitos y expresos—, dio ejemplo con su paso adelante.

    Uno profirió nítidamente la idea que otros iban madurando o les costaba sacar de su envoltorio y que los terceros asimilaban sorteando obstáculos personales.

    En ese uno, al igual que en los demás coincidentes en la idea, venía de lejos un propósito asumido sobre el papel, en el fuero interno, que culminado de gestar como cualquier parto forzaba su eclosión; mejor hoy que mañana, ya metidos en harina. Sin embargo, y aun con el favor reinante, se dejó sentir el aliento precipitado de los que despiertan tarde y sacudidos hasta casi caer de su postración; requerían aclaraciones al límite y consenso pleno. Pero una cosa era remolonear en la cama exprimiendo un gozo pasajero —a ver si la pesadilla acaba, el frío desaparece y la oscuridad sucumbe al poderoso tránsito de la luz sin tener que mojarse al cruzar el río— y otra bien distinta, puestos los pies en el suelo y con los ojos abiertos, situarse fuera del impulso, cobardeando en tablas y, en consecuencia, al margen de la ilusión y apartado de la esperanza a las que humanamente no se renunciaba. Realistas ellos, eran mayoría los contrarios a permanecer en un limbo de abstracción, los opuestos con armas y bagajes a un aislamiento del enturbiado ambiente, los incompatibles con la negación de la evidencia y los antagónicos al credo de suponer que bondad e inteligencia, virtudes del nivel superior, guiarían el desatino imperante hacia un final feliz.

    De acuerdo la mayoría y la minoría en los aspectos esenciales, la siguiente etapa incumbía al conjunto para la elaboración del plan. De la resuelta a la prudente, de la audaz a la precavida, todas las contribuciones serían necesarias para trazar el plan de acción y el plan alternativo. Era una invitación a participar desde la ciencia y la conciencia. Las aportaciones intelectuales y anímicas de los miembros de la flamante sociedad fueron consignadas obligatorias, por indispensables y por aquello de vincular con lazo fuerte a los pioneros con los rezagados, desde buen inicio, al proyecto común, que de lograrse —a esas alturas la duda ofende— rociaría con sus anhelados beneficios a las personas comprometidas. Y también para no tener que escuchar los odiosos sonsonetes de “ya os lo dije”, “yo lo sabía”, “demasiada pólvora para una mecha corta”, “había que esperar la coyuntura”, “es preferible tender puentes a quemar las naves”, etcétera; un largo etcétera de considerandos de emisión a posteriori tan urticantes como estériles.

    Superada la dificultad inicial, había que hacer lo propio con las siguientes a medida que vertieran su ponzoña.

    Querer es poder, se anunció a modo de lema para insuflar energía positiva a la gran campaña descontaminante. En la misma línea, pero con aporte erudito, el lema subsidiario rezaba que el hombre más poderoso es el dueño de sí mismo, adoptado de la filosofía estoica. Las versiones prosaicas de la determinación conjunta recogían sentencias populares, por ejemplo la de apretar donde más duele, y adaptaciones de máximas combativas útiles para en el atasco, la flaqueza, la confusión y el impacto de las añagazas, mantener a raya los amagos de componenda, por ejemplo la de al enemigo ni agua ni tregua.

    Ejemplos surgieron en número parejo a las voces concernidas, pero aún en un ámbito teórico circunscrito al mirar sobre todo lo que se podía ver. Insuficiente y equívoco. La ventaja del reputado estratega es la de anticiparse a las tácticas y estrategias y asentar un liderazgo que le permita maniobrar estable en diversos terrenos, incluso los contradictorios.

    Insinuar la contradicción, pues no llegó a decirse ni probablemente a pensarse en el presidente ni en su círculo inmediato, y acumular protestas airadas de los electores todo sería uno. Bastaba imaginarlo en la perspectiva de los escenarios teóricos que se barajan en el abanico de las posibilidades, o recordar experiencias ajenas de las que se aprende sin coste alguno para entender lo pernicioso del camino. Descartada por unanimidad la componenda.

    Asimismo rechazada de plano, con marchamo de burla, la indiscreción filtrada exprofeso. Unanimidad en la prohibición de lanzar mensajes con insinuaciones, con doble sentido, con enfoque paralelo, con aviso a navegantes, con lectura entre líneas y la clave en el prólogo y el epílogo. La sociedad hablaría cuando valiera la pena con una voz acordada para la exposición de un documento suscrito en su integridad. Cuidando las fisuras ocasionadas por la verbosidad se evitan las grietas en el análisis de la elocución. Un desliz, de tamaño resbalón, daría al traste con las aspiraciones.

    Sujetas por el freno las declaraciones exaltadas y subalternas.

    Un presidente elegido por sufragio válido, luego elevado a la categoría de líder, oportunamente asesorado mesura su comportamiento, el público y el privado que trasciende de la esfera íntima, en proporción mayor a sus declaraciones de aliento y confianza, de manera que sea imposible fijarle con visos de certidumbre —la descalificación proveniente del enemigo y sus terminales mediáticas es inevitable, pero utilizada con inteligencia, o sagacidad, en beneficio propio es una herramienta muy funcional que devuelve el proyectil al emisor con redoblada fortaleza— una etiqueta del estilo “prepotente”, “engreída”, “lascivo”, “envidiosa”, “marioneta”, “frívola”, “vividor”, “farsante”, “psicópata”, “fatua”, “mendaz”, “envanecida”, “felón”, “burlador”, “vendida”, que arrastrará mientras se le conceptúe, o sospeche, un peligro para el mantenimiento del poder, los privilegios y la clientela. Etiquetas, por cierto, aplicadas desde los que presumen de lo que carecen; dicho en lenguaje llano y claro, etiquetas correspondientes al laborioso dispensador de la primera a la última.

    Los laboriosos asesores del novato consciente de su trascendente encomienda, batiéndose el cobre con el reloj de la historia, le recalcaron que la peor etiqueta es la que pone quien un día confió en el elegido y ha sido decepcionado sin remisión en la condena, una etiqueta que nunca desaparecería y que graba la leyenda: “Eres un mierda”.  

    Ni un paso en falso hasta llegar a la cumbre había que dar, procurando no demorarse en el ascenso perdiendo energías con cálculos de mesa redonda y la revisión del paisaje dominante; ni después de tal logro, absorbiendo la fatiga y sólo por debajo de las nubes, tampoco; nada de ceder a las veleidades características de los protegidos por los poderes fácticos.

    Siempre junto al líder, los asesores de aguda vista y oído le recordaban que había un mañana: Memento homo, cuanto más alto más dura es la caída; y que ese mañana indefectiblemente tiene su registro en el calendario. En comisión de servicio permanente, el órgano asesor le dictaba la lección primordial del fundamento: encaramado a la historia del mundo en torno, cualquiera sucumbe a la tentación de tramar un universo o destejer el universo o saciar los variados apetitos que la cúspide de la pirámide fomenta. Las tentaciones sobrevuelan los delirios cual aves carroñeras, susurrando al oído la promesa de un porvenir halagüeño.

    En el observatorio por encima de la expectación masificada las apreciaciones sufren del mal de la distorsión, acompañadas de ingentes dosis de propaganda para consumo estupefaciente.

    Los asesores le indujeron a que previa la batalla reparara en los personajes del teatro, que se fijara con atención de ave rapaz en el despliegue de gestos, en los alineamientos palpables y encubiertos, y en los escarceos de la corriente y vulgar política de la mediocridad oportunista, desvergonzada y sin escrúpulos. A la vez, para suavizar el efecto de la impresión, los doctos consiliarios y consultores de calle y hemeroteca le aceptaron una pausa contemplativa en dirección al horizonte.

    El oráculo del horizonte, cuya voz escucha el interesado en prevenirse de los tropiezos y las zancadillas, expone un criterio que sirve de ayuda en el cotidiano bandearse: “Queda lo que se dice y lo que se hace, mal o bien que pese”.

    Preparado, listo, ¡ya!

    La proclama de aquel presidente, luego líder y después candidato a la instancia de gobierno, arropado por sus fieles y el concurso de los asesores, atravesó el pasillo habilitado con esfuerzo ímprobo en el espacio mediático del régimen de opinión pública. Una vez, dos veces, tres y más veces, encadenado el discurso a la alternativa recalando en la denuncia. “El mejor plan es el que se cumple”, repite vez tras vez. Insistiendo, persistiendo, constante en la palabra y en el acto.

    Demoledor en las afirmaciones y a continuación en las propuestas, a los cobardes se les encoge el ombligo y se les tuerce el rictus ofreciendo la imagen desconcertada y cobarde del que no aguanta un soplido a la cara, en directo, con testigos y notario; de quien se ve al descubierto en la inclemencia de una verdad arrolladora. La perseverancia en difundir con pelos y señales —a las pruebas me remito, es la frase procesal— cuanto afecta porque define al instalado en el poder desde la propaganda, el silencio cómplice, los enjuagues y pactos de bastardía, el nepotismo, el amiguismo y la predilección por los siervos, es el ariete que derriba el muro artificiosamente protector.

    La línea de actuación en sentido único estaba fijada con la insistencia en las preguntas que incomodan y desestabilizan, insistencia en los asuntos que más duelen y socavan, insistencia en los temas espinosos de calado argumental y desenmascaramiento de la falsía.

    Los medios en apoyo de esa línea de trazo grueso e invariable apuntando a la trinchera donde se esconde la mentira, el arma política y revolucionaria, y a la trinchera donde se refugia la indiferencia de quien piensa, en vana y cobarde suposición, de que tal cosa no va con él, o que nunca pasará lo que pasa en otras partes, o que al cabo se atinará con la tecla de una salida cómoda para mantener vallado el bienestar, o creer a pie juntillas que con dinero y cesiones se soluciona absolutamente todo lo mundano.

    ¡Adelante con los faroles, que atrás vienen los cargadores!

    Uno tuvo la idea y los demás le secundaron para que se realizara en un plazo breve. Día pasado en divagaciones, día perdido. Y los días que traen oportunidades no vuelven.

 

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