Cinco estampas representativas del conjunto.
La primera es de una celebridad en boca de entusiastas, allegados, conocidos, rivales, detractores y contendientes, que no gusta de pasar inadvertida. Pertinaz de la mañana a la noche, se esmera para que su nombre circule junto al sonido y la imagen publicada, con el mérito, puede que también picardía, de seguir manteniendo una distancia íntima; aspecto que le confiere un encanto perdurable. De esa clase de personas cuya divisa es objeto de culto y objeto de odio, destinataria de halago y oprobio según quien lo profiera, encumbrada por la adhesión y la repulsa en una contienda sin tregua ni alianza esporádica. Su luciente vida de modo parejo a su obra, la tangible, propaga una copiosa leyenda que toma forma y se alimenta de la pugna incesante entre los sahumerios y la bilis. Pasea capa de raso y antifaz de pedrería encima de su doble atractivo —querer y no poder— y su agudo ingenio, reincidiendo en aquellas tesis de las que ha ido cobrando fama; con las que merma la capacidad oponente, soliviantando a cuanta representación de la tendencia, corriente, línea orientativa sale al encuentro del varapalo —primero en el morro, luego en la testuz y después en las nalgas y con la punta afilada en el sieso, para mantener incandescente el recuerdo—; con las que criba los afectos de los denuestos junto a sus emisores y provoca iracundias, ansiedad y otras patologías de difícil cura sin la voluntad de sanar. Coleccionista de reputaciones, desayuna, almuerza, merienda, cena y acude al aperitivo marcando estilo, dejando huella. Un día a la semana, cualquiera de los siete acoge bien el propósito, estudia la influencia propia y ajena de los sentimientos, el carácter y la experiencia, denominado puesta a punto de cara al porvenir este procedimiento rutinario que le sirve de mucho. Se cuida del tedio y de la ociosidad como del mismo demonio, y corresponde al favoritismo de su público con una obligación emanada de los principios compartidos: simbiosis de preferencias, afirmación de elecciones, defensa cerrada y activa frente a los ataques sectarios y las mentiras.
La segunda estampa muestra una persona resuelta en todos los ámbitos. Divulgadora de manifiestos en favor de las causas propias y convenientes para socavar el crédito propagandístico de los inclinados a la tiranía desde el lema: Conviértete en lo que deseas, su razón de ser. Otra de sus razones para ser quien es procede de su cultivada afición a contemplar la genuina hermosura de lo creado y patente, con independencia del formato que lo expone. Deplora la vulgaridad de palabra, obra y pensamiento y su transmisión subvencionada con estética de romance seriado. Fomentadora de la preceptiva en cursos de duración variable —algunos ocupan la plenitud de la existencia— por autodidactas que antes fueron maestros titulados por el academicismo de raigambre y luego, gobernados por su evolución, dieron la espalda a las aberraciones y los desatinos de necia vanidad, de infame soberbia, surgidos a espuertas de individuos sin escrúpulos y aún menos oficio, capacidad benéfica y sabiduría, pero sólidamente agremiados en y para sus intereses. El dictado de los acontecimientos le dice y no le dice, porque es viajera un tiempo y al siguiente hogareña, y viceversa, sin aspiración a cambiar. En lugar y momento adecuados —lo son si se quiere que lo sean— reunida con los caracteres que sientan cátedra y echan leña al fuego que consumiendo purifica, produce artesanamente inscripciones, epigramas, aforismos y renovadas querellas contra los postulados seudocientíficos y los activistas del intervencionismo: “al enemigo ni agua”, espeta mientras señala con puntería de concurso a los marxiprogs, muesamente acoplados en la fila de los repartos, del mundiprog, la sociedad extirpadora de inteligencia y naturaleza. Rastreadora del talento, cantando alabanzas del movimiento como expresión vital se lanza en su apoyo, y une a ese magisterio descubierto el ya en uso y disfrute. Encomia en voz alta las olas del mar; la procesión libérrima en paso, tonalidad y forma de las nubes; el mecido de las hojas prendidas a tallos y ramas y las sueltas de cualquier asidero propio que van posándose en superficies de ocasión; las vertiginosas aguas en su carrera a la desembocadura; al crepúsculo y alba en su competición por alcanzar al Sol y la Luna. Abstraída en la meditación del origen sentimental cruza que te cruza los puentes, sin buscar una respuesta definitiva, cree que la pasión es hodierna, breve, nominal y sufre un mayor y más acelerado deterioro que el cuerpo del que se extrae, los epitalamios y las esquelas; y afirma una verdad de Perogrullo: que la muerte hace acto de presencia al nacer, pese a lo cual, callando la fecha última, no impide alcanzar las metas que hasta entonces se aspiren y en un ejercicio vital surjan anda que te anda.
La tercera corresponde a la viva imagen de la perseverancia y la aplicación. Las de una lectora de frases con luenga sabiduría, por ejemplo esta de Miguel de Cervantes al referir que “Las tristezas no se hicieron para las bestias sino para los hombres, pero que si los hombres las sienten demasiado se vuelven bestias”; y, asimismo, redactora de frases dedicadas a los personajes del genio, valga la siguiente: “La octava noche de mayo, a la hora en que las brujas saltean la cena que sirven al lavandero de los cornúpetas, en un labrantío de la ínsula Barataria baila una pavana con el mego nuncio del brigadier Sancho Panza”. En su laboratorio de personalidades labra muchas horas cumplidamente perdida la noción del tiempo, no obstante entreabierta la puerta para que la aquiescencia cuele el desafío y enseguida el vínculo, dibujando al vuelo una cara risueña que la hace descollar. A su vez, habilidad le sobra para ello, asoma en todas las puertas con resquicio suficiente para adivinar en su misterio el premio más suculento. De la felicidad habla poco; mejor dicho, de su felicidad cuentan y no paran sus cambios de humor, los que van del estupor a la repulsa y del optimismo al encanto. Para burlar el desengaño, en realidad, para aliviarse de la decepción y esas llamadas debilidades, que son circunstancias humanas en aleatorio grado transitorio y permanente que justifican hasta lo injustificable, torna de repente levantisca, eso parece de puertas afuera, y enarbolando el desafío exige un acta de comportamiento y otra del suceso convocando a capítulo a protagonistas y testigos. Subida a la pasarela del juicio cruza el abismo sin mirar abajo, además vendados los ojos en ferviente alegoría de la justicia. Entretanto, pasos adelante, pues sólo contempla el retroceso en su imaginación, inquiere si otras pasarelas franquean el mismo abismo, cosa que da pie a considerar la alternativa; en suma, a elegir. Aunque sabe que para escapar dignamente de lo insustancial, de lo adocenado y del miedo al contagio, a degenerar y envilecerse, el camino es único, la perspectiva privada y el recorrido personal.
La cuarta estampa imprime carácter. Es la de una persona audaz cuya fama le precede y viene precedida por la aureola del éxito en las empresas acometidas, valga la redundancia; basta con que estampe su sello, pose su iniciativa y eche su aliento para sentar cátedra. Por el contrario, en el reverso del esplendor asoma dubitativa la configuración de su intimidad: es el miedo al fracaso en lo que depende de un número superior a uno; es, también, el miedo a la desposesión de la privacidad y la renuncia a la privacidad. Como no siente el vértigo de la soledad indeseada, tan determinante en el panorama, cree firmemente que todavía le queda tiempo para seguir vuelo con la docta asistencia de su instinto, que hasta la fecha nadie titulado en criterio llega a cuestionar, para seguir aferrada a su vitalismo imaginando el futuro. Su máxima es la de hacerse notar y al cabo tornar imprescindible para el logro del objetivo. Lo repite frente al espejo y en el ambiente controlado, es su última reflexión consciente y su primera reacción al despertar de cada sueño intermitente. Hacerse notar, ser alguien en todo momento; y después reposar las experiencias en un escritorio de cajones cerrados con llave donde guarda en exclusiva diversas fascinaciones. Puro arte de fulgores fríos y duros. Es una artista que ha esculpido un ego marmoroso que registra una larga y paciente lista de espera para visitarlo. Gaya ciencia y cálculo a dosis medidas en el laboratorio abarrotado ordenadamente de cuadernos y hojas sueltas escritas por las dos caras, los unos en estantes, las otras diseminadas sobre la mesa, todos referidos al comportamiento propio y ajeno, todos comparando el presente de libertad con un futuro de seres cautivos, de animales domésticos con apariencia humana nacidos y criados en cautividad de política sectaria, un trampantojo sin que medie el ingenio, sin un atisbo siquiera de brillantez, liberalidad e independencia. Escribe en sus hojas y cuadernos como si supiera que le faltará tiempo para completar el estudio: “La felicidad consistirá en aceptar un destino de carencias; la sociedad formada y uniforme adorará la esclavitud protectora; el consentimiento será la identidad…” Pausa. Quiere concretar su disertación, hacerla entendible. Unos parpadeos después la resume: “Un organismo jerarquizado y dependiente que asume lo que se le imponga con toda naturalidad…” Con la “naturalidad” de lo adulterado.
La quinta, no habiendo quinto malo, habla de ensoñaciones con humana cimentación. Persona abstraída, se siente un tanto, o un mucho, habitante de otro mundo esférico achatado por los polos en la órbita gravitacional de una fuerza superior; un mundo más pequeño que el corriente, anónimo y observable desde una misma atalaya, receptor de cuantas descripciones se le atribuyan. Lo llama para sí con el nombre que le surge en el momento e implica el caso, dándole una filiación heterogénea. Al resto de ficciones, vidriera en destello de la confesada hacedora, concede su inventiva en el desarrollo de situaciones diarias. Estas amistades imaginarias domiciliadas en su imaginación, sueltas de la inclusa practican el guion libre; hasta la extenuación y los confines travesean burlescas como duendes de la tienta, bailando alrededor del personaje ofuscado por el despilfarro de reclamos. La viveza con que su alentada imaginación recrea las criaturas franquiciadas la lleva a experimentar un abanico de pasiones, creyendo que le han sido adjudicadas por obra y gracia de un espíritu bienhechor, un mecenas de la cultura etérea. Henchida de esta plenitud recoleta que fuerza a trascender, sonando la marcha de fuga y cierre asiste a la representación de dos mundos, el de don Quijote, genio y figura, y el de Alonso Quijano, previniendo la ficción al humano, ya cerciorado y preso de la repercusión de las aventuras montaraces, sobre la imposibilidad de atar las lenguas de aquellos maldicientes: “Que es tanto como querer poner puertas al campo o coto a la hidalguía”.
Resueltamente escribe al buen loco y al feliz cuerdo: “Entienda vuesa merced que los mal curiosos, los chismosos, los tratantes, los famélicos de espíritu e inteligencia, los parasitarios, los blandos, los traficantes, los esquinados, los arribistas y los envidiosos son los culpables de la histórica decadencia española y de la vergonzosa circunstancia del extrañamiento de la patriótica labor de sus próceres”. Este secreto que arde en deseos de contar porfía en dejar de serlo para convertirse en aventura de gran itinerario.