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Virtea repertorio: La hez de la intelectualidad

 

Había nacido una iniciativa. Salvador Paredes Garriga, el autor de la iniciativa, tras el ufano alumbramiento le dio carrete para de ella obtener el provecho que le imaginaba a bote pronto.

    De su intelectualidad propiciada en el caos, el caos esencial y nutricio, el determinismo sensible a las condiciones iniciales, trascendió una energía pura en periodo recolector que a la vuelta del fantástico paseo cósmico, sorteando o atravesando, según vinieran, repulsas de censores a sueldo de la ideología pagadora, le alcanzó la conciencia. Con el feliz y pródigo impacto advinieron los siguientes orígenes, todos definidos en la libre elección de las trayectorias.

    Salvador Paredes Garriga agradeció el regalo de los estímulos, y para demostrar su contento fue de cara rechazando los estorbos que buscaban interponerse en un camino que molestaba al pensamiento único, a la dirección única, que ocasionaba un perjuicio evidente a los ideólogos de calle y salón; y un placer indisimulado al causante de odios y zozobras y a quien alentaba, como María Luisa Pérez Castillejos, tal iniciativa en voz alta.

    “¡Bien hecho!, hay que incidir donde más duele”. María Luisa se lo dijo animosa a Salvador y este, envalentonado, se lo confirmó a ella.

    En el ego, en el cargo y en la nómina dolía a los rebajados el fracaso, el despido y el repudio con efecto retroactivo. Cómo era posible que una flor, una aislada y mísera flor, un espécimen descatalogado e irrelevante, originara a bombo y platillo la primavera. David venciendo a Goliat, de qué realidad surgía ese trasunto de campanillas. Y, resolutivamente, ¡hasta cuándo!

    Sonándole los oídos, María Luisa expuso a un Salvador de oídos tapados un episodio de crítica genérica provisto de antídoto para las mordeduras venenosas, orientado hacia la abrasiva magistratura de la intelectualidad catalogada y relevante, untada y con rebaba, expandiendo la epidemia patológica de la conceptuación impuesta. El episodio describía con rotunda imagen la carga de los intelectuales luciendo carné político, una carga estrafalaria por el batiburrillo, pero homogénea en el gesto y el objetivo, arrollando la disidencia, la oposición y la prueba de la mentira. Con un relato vívido y en línea apasionada, María Luisa fue esparciendo migas rebeldes en la senda trillada de los intelectuales oficialistas.

    Salvador resumió el panorama con una frase: “Nada que ver esos intelectuales de la nomenclatura política con el intelecto”. Añadiendo irónico, despreciativo desde la perspectiva del aguerrido desafiante blandiendo su pequeña honda: “¿Quién es el intelectual?”

    La trompetería de la intelectualidad agraviada, una ristra de teóricos cebados, avisó a los cuatro puntos cardinales de que combatiría a sangre y fuego —sin duda en sentido literal— cualquier menoscabo a la alta estima de los miembros agremiados y tantas veces receptores de premios como eran nombrados en los espacios habilitados al efecto.

    Sordo y ciego a las amenazas, Salvador esparcía junto a las migas señalando la diferencia entre lo acertado y lo erróneo interrogantes de vis cómica, metido el dedo en el ojo: “¿quién es el intelectual de cabecera?, ¿quién es el intelectual en la reserva?, ¿quién es el intelectual suplente?; metido el dedo en la llaga: ¿dónde moran los artistas a cubierto?, ¿a quién corresponde determinar el título de intelectualidad?”

    La reunión de los cónyuges pretendía expurgar de los nombres en el candelero la propaganda subyacente, pero, para qué llevarse a engaño, era una tarea imposible. Tan impracticable como la de separar a la persona de su obra.

    “Tenemos un defecto”, aceptó María Luisa siguiendo la broma.

    “Lo sería, y grande, si en vez de liberarnos de las coacciones nos hubiéramos vinculado inextricablemente a ellas desde la faceta de emisores o de sumisos receptores. Las personas que no reconocen en sí ningún don, sin que haga falta que sea una aptitud especial, ninguna destreza ni virtud digna de pasearse, viven sometidos al medio y adaptados a las cambiantes circunstancias producto de intereses, flujos y corrientes tiradas a plomo, sosteniéndose en equilibrio el mayor tiempo posible en una existencia de ir pasando”.

    En Salvador y María Luisa, intelectuales sin título asociado a la prebenda ni a la vanidad del que presume de lo que carece, regía la experiencia vital y la flecha del tiempo.

    Hablan, escriben, demuestran; la necedad fabrica ídolos y repite hasta saciarse de mensaje las directrices que absorbe por la televisión a base de disparos de propaganda directa o subliminal, apuntando en la diana al enemigo del progresismo y repitiendo a boca destemplada la calificación que merece, y las redes sociales que atrapan a generaciones opuestas; bastante menos la radio y mucho menos la prensa tradicional. El vómito descerebrado es la consigna que hace fortuna, y cual mancha resistente a la limpieza, persiste vocero en su aposento. La envidia actúa de manera similar, aunque procurando salvar las apariencias en el tumulto.

    “Maneje yo los presupuestos y controle yo los canales de comunicación y así me las den todas”, dijo con sorna María Luisa.

    “Y pásmese la gente”, apostilló Salvador. Esa gente sandia, por un torrente remolcada, que cree sacudirse su complicidad al venir mal dadas con un chascarrillo cogido por los pelos.

    Sospechaban los intelectuales cogidos a la credencial de los intelectuales referidos en exclusiva al compromiso ideológico, cacareados en fastos y proclamas cuya militancia en la mantecosa órbita del trueque —te doy si me das, me das y te doy— incomodaba, de aquella manera, a la presunción de categoría en los acreditados con méritos adquiridos en subasta. Los recelos volaban iracundos y filosos, guardando las apariencias en el circo mediático, entre los intelectuales designados por el promotor.

    Los elementos de la mixtura intelectualoide adscrita al poder fáctico devienen comunicadores, negociantes y portavoces totalmente volcados en los objetivos. Intelectualidad de cartelera harto generosa en la afiliación, impresa con nombres de figurantes sujetos al relieve del patrón urgido de adhesiones inquebrantables, cámaras y micrófonos.

    “El intelectual con la marca registrada”, reprochó Salvador, “no brota de aquel intelecto vástago del entendimiento, ni de una visión intelectual que pretendía el conocimiento inmediato y emotivo, ni de la potencia cognoscitiva racional del alma humana. Las definiciones muestran la degradación que sufre el concepto en su tránsito de utilidad, muy acelerado en esta época que nos reúne en torno a la crítica, también la desazón y, por supuesto, la exigencia pugnaz queriendo devolver su esencia a lo que ha sido usurpado”, resaltó.

    María Luisa se puso a rebuscar provista de mascarilla, gafas, botas, chubasquero y guantes, el talento de los sicarios del totalitarismo; los documentos con la propaganda atribuyendo a la nómina oficialista de intelectuales capacidades taumatúrgicas eran públicos y estomagantes, como era notoria e indigesta la conducción del ronzal a los borregos hacia el aprisco de la progresía globalizadora.

    Propuso María Luisa a Salvador, y a quienes se sumaran libre y voluntariamente a la causa, que mantuvieran el ideal de la conservación de los nombres suprimidos, el de los conceptos tergiversados y violentados por la ideología y el de la comunicación antagonista de la propaganda.

    Convino Salvador en el necesario sostenimiento del ideal, que era la afirmación de los principios, alejándolo de una existencia servil y degenerada que resultaba al integrado muelle y lucrativa: ándeme yo al abrigo y denúncienme los habitantes de la intemperie.

    La venalidad de ciertos llamados intelectuales transforma sus palabras, que la propaganda institucional se encarga de difundir en la vastedad del páramo, en instrumentos de control, en herramientas de supeditación estilo la hoz y el martillo que jamás los ideólogos y líderes tocaron ni por curiosidad, en factores depravados y corruptos que en nada se distinguen, retiradas las gruesas capas de maquillaje, de quien los utiliza frecuentemente para dar cobertura a los terroristas que interesa y castigo a las víctimas de ese terror, y también para expandir una leyenda negra falaz siempre en contra de España y a favor de sus enemigos aquende y allende las fronteras nacionales.

    Salvador y María Luisa firmaban sus obras didácticas en la Feria del Libro.


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