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La Pascua Militar

Reinado de Carlos III: Creación de la Pascua Militar



El 7 de febrero de 1782 la isla de Menorca retornaba a soberanía española, tras el victorioso despliegue de las tropas nacionales, contra las británicas de ocupación, embarcadas en la escuadra hispanofrancesa aprestada a tal fin compuesta por 52 velas que llevan a bordo 8.000 soldados.
El rey Carlos III tenía motivos para la satisfacción y quiso extenderla al Ejército de España la metrópoli y el resto del Imperio, también como muestra de aprecio personal. Ordenó a los Virreyes, Capitanes Generales y Gobernadores que en la festividad de los Reyes Magos (6 de enero) reuniesen a las guarniciones y presidios y notificasen, en su nombre, a los Jefes y oficiales de sus Ejércitos su regia felicitación por la Pascua, y las mercedes que se había dignado concederles con ocasión de la fiesta; que en adelante debía llamarse Pascua Militar.
Desde ese momento hubo concesión de títulos nobiliarios, ascensos, condecoraciones, regalos y, para los huérfanos e hijos de militares, bandoleras de Guardia de Corps, charreteras de subteniente, cordones de cadete; y destinos sustanciosos para veteranos generales, como los de Administrador de Órdenes Militares, de Maestranzas de Caballería y de fincas del Real Patrimonio.
La fiesta fue solemne en todas partes; una fiesta ampliada a la tropa según dispusieron los coroneles. Explica el historiador militar y literato, general Luis Bermúdez de Castro y Tomás, que el sentido del acontecimiento, la Pascua Militar, era a la inversa de la costumbre: consistía en que fuese el rey quien cumplimentara a la oficialidad y ésta quien lo hiciera a la tropa. En Madrid y en los virreinatos, capitanías y gobiernos, la oficialidad acudía a los palacios no a la manera de los besamanos desfilando por delante del rey o de la autoridad superior sino reuniéndose en la estancia más capaz para ello y saliendo el monarca o las autoridades respectivas a saludar, felicitar y conversar con los oficiales. Por la noche se celebraban banquetes, exclusivamente militares, ofrecidos por la superioridad.
Con el paso del tiempo, la fiesta como tal fue adaptándose a las circunstancias políticas de cada época, pero conservando la característica de ser los inferiores los agasajados. El rey Fernando VII, que creó la Guardia Real para sostener el absolutismo, porque desconfiaba del resto del Ejército, limitó el agasajo a los oficiales de dicha Guardia.
Dentro de los cuarteles la celebración de la Pascua Militar no decaía. Los oficiales organizaban retretas (fiesta nocturna en la cual recorren las calles tropas de diferentes Armas, con faroles, hachas de viento  mechas de esparto y alquitrán, músicas y a veces carrozas con atributos varios), cabalgatas y cortejos enmascarados, con la presencia de los Reyes, barbudos, y las bandas, cuyos instrumentos no siempre los tañían sus propietarios para que en vez de sonido de ellos se extrajera estruendo. Se repartía entre la tropa petacas, pipas, carteras, bolsillos, navajitas, espejos, lapiceros y hasta algún que otro reloj; todo abundantemente regado con vino peleón y sahumado con humo de puros mataquintos, especialidad de la Renta de Tabacos.
Esta costumbre pintoresca y alegra, que jamás arriesgó la imprescindible disciplina en el espíritu castrense, desapareció. Los últimos afortunados en celebrarla fueron los seis batallones de Cazadores de la Brigada de Madrid; el alcalde acostumbraba obsequiar al batallón que llevaba el nombre de la Villa y Corte con sendos pellejos de vino pardillo, madrileño y excelente.
La fiesta de Reyes revive desde hace algo más de medio siglo. La tradición de la Pascua Militar ha vuelvo con la esencia de su origen y permanecerá mientras España sea una Nación orgullosa de su Historia. El principio de la fiesta ha revestido una delicadeza, una finura de sentimientos, un estilo y una forma tan hidalga y conforme con la entraña de la profesión de las armas que es intrínseca a los fastos militares.
Tras un prolongado silencio y una equivalente oscuridad, en el renacer de la fiesta los ancianos soldados, de dilatado servicio a la Patria en todos los frentes, han ido recibiendo de sus compañeros en activo el homenaje que compensa de las épocas de indiferencia, abandono y menosprecio. Reciben los veteranos la prestancia de un servicio marcial y el fondo de una reverencia caballeresca, tan a tono con los hábitos de las Instituciones Militares. Si en las filas la antigüedad es un grado, también lo es en aquellos militares que ya no aguardan otros honores que los que la Ordenanza manda tributar a sus muertos.
El poeta Ramón de Campoamor escribe de la música militar: “Se pierde el eco y se conserva el son”.
El militar que cesa en su profesión que ha sido su auténtica vida, que toda su vida se ha supeditado a esa vocacional función, porque así, o con la muerte digna del servicio, lo determina el inexorable paso del tiempo pierde siempre. Es un árbol transplantado de la tierra en que creció, recibiendo el oxígeno del fuero de guerra y dando el fruto de su constitución espiritual. No volverá a vestir los arreos que le eran habituales ni a ostentar las cruces y medallas de los días solemnes, pequeñas vanidades que halagan a la juventud y honran a la vejez. Fuera del servicio es otro hombre con la razón de vivir arrancada. Pero cuando sienta el sonido de la milicia y vuelva a ver la bandera por la que habría dado la vida, y tal vez dio su sangre, asomará a su mirada anciana el llanto de la emoción por una vida dedicada a su amparo.
Hace más de tres décadas (finalizando la primera del siglo XXI) que el acto institucional de la Pascua Militar tiene lugar en el Salón del Trono del Palacio de Oriente de Madrid. Para tan solemne ocasión y en marco tan apropiado, el Rey de España, la familia real, el Presidente del Gobierno, el Ministro de Defensa, ministros y autoridades civiles, la Asociación de Veteranos y la Hermandad de Caballeros Mutilados de Guerra por la Patria y una nutrida representación de los tres Ejércitos de las Fuerzas Armadas, así como de todas las jerarquías y empleos militares, se reúnen para la tradicional celebración donde se inicia el año militar y se analiza a modo de balance el año anterior a la par que se marcan las líneas de acción, nacionales y en el exterior, a desarrollar en el que comienza.
En el fondo del Salón y como testigo del solemne acto, el Valor Heroico, representado por los miembros de la Real y Militar Orden de San Fernando, fundada en 1811 a iniciativa de las Cortes de Cádiz. Se alinean los Caballeros Laureados y Medallas Militares como testigos vivos del reconocimiento al valor heroico y el muy distinguido, como virtudes que, con abnegación, invitan a acometer acciones excepcionales o extraordinarias, individuales o colectivas, siempre en servicio y beneficio de España. En el acto, se imponen condecoraciones militares a aquellos civiles y miembros de las Fuerzas Armadas que a ellas se han hecho acreedores durante el año vencido.



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