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Tres acciones directas. Los magnicidios de Cánovas, Canalejas y Dato


Acción directa es el lema de la acracia, adaptado por grupos revolucionarios de toda laya y época. Esta forma de actuar, tendente a favorecer en primera instancia una alteración del orden establecido y de la estructura política vigente y al cabo la subversión revolucionaria para dar paso a una nueva organización social, provocó en España, entre otros episodios de diversa trascendencia, la muerte de tres Presidentes del Gobierno en diferentes momentos, entre 1897 y 1921, pero con la misma técnica y objetivos coincidentes.

Las características personales y de gobierno de cada uno de los mandatarios, así como el particular desempeño de sus respectivas funciones, significaron menos para la determinación de los asesinos y del entramado impulsor que el cargo que ostentaban y, por ende, la capacidad de tomar medidas concretas para la resolución de asuntos urgentes, también de especial incidencia para ciertos intereses en juego, como la de poner en marcha acuerdos y leyes o de frenarlos.
Las siguientes líneas informan, en obligada síntesis, de la tarea de gobierno de cada uno de los tres presidentes, destacando facetas que deben ser tenidas en cuenta a la hora de valorar su calidad y propósito. Por otra parte, y en conclusión, estas someras reseñas biográficas y los discursos extraídos a colación de los desenlaces, recordarán argumentos y prácticas tan en boga antaño como hogaño; algo digno de reseñar.
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Antonio Cánovas del Castillo
Su actuación política, de gran relevancia, se circunscribe al ferviente deseo de continuar la Historia de España, interrumpida por un dilatado periodo de extremismo insustancial. La Restauración, cuyo principal papel le corresponde, iba a ser en su idea el punto y coyuntura fundamentales con los que zurcir los descosidos originados por la demagogia y los afanes particularistas que, entre inconsciencias y traiciones, aniquilaban el sentir nacional.
Hasta que un mal viento extranjero, con su aparejada preferencia, acabó con el proyecto. La fortaleza de su logro era grande y en los opositores hubo necesidad de eliminar al artífice que acaso hubiera podido, dotado de experiencia y honradez, sacudidas las iniciales reticencias enderezar el rumbo de la nave y llevarla a buen puerto con renovada ley electoral, por ejemplo, y mayor participación del estamento civil.
A la muerte de Alfonso XII, y junto a otros acosos el del Carlismo acechante, las figuras liberales de entonces, plenas de egoísmos, demostraron más interés en procurarse una defensa ante lo que pudiera venir, encauzando sus ansias políticas a la finalidad de asentar los propios postulados, o la peculiar interpretación de los mismos, y las convicciones ideológicas en detrimento de un general beneficio patrio.
Referencia al magnicidio escrita por Salvador Bermúdez de Castro y O’Lawlor, marqués de Lema, en su estudio Cánovas o el hombre de Estado:

En el 22 de julio de 1897 salió con su esposa para San Sebastián, para conferenciar con la Reina Regente. El criminal que había de acabar con su vida le espiaba ya. Una tarde, al anochecer, Cánovas había regresado al hotel, y en un saloncito vecino de sus habitaciones permanecía en la oscuridad, como gustaba de hacerlo a veces, pues, a más de dar un descanso a su vista, solía así concentrar más su pensamiento sobre los asuntos que le preocupaban. Una antesala oscura precedía al saloncito. En éste, delante de la puerta, había un biombo y detrás hallábase un sofá, donde estaba él sentado. Oyó abrirse cautelosamente la puerta, y sorprendiéndole el modo de hacerlo, preguntó con voz fuerte. “¿Quién va?”
Inmediatamente cerróse aquella. Y Cánovas quedó algo perplejo sobre el incidente, hasta el punto de creerlo bastante interesante para referírselo a su esposa, que entró poco después.
Tardó unos días Angiolillo [Michele Angiolillo fue el asesino] en trasladarse a Santa Águeda [el balneario de Santa Águeda en Mondragón, provincia de Guipúzcoa] para donde habían salido los esposos Cánovas, no debiendo llegar si no unos tres días antes del 8 de agosto, en que realizó su nefando crimen, porque él declaró después que había intentado en la carretera a Mondragón, por la cual solía pasear todas las tardes el presidente, llevar a cabo sus siniestros propósitos. El domingo, 8, Cánovas había oído misa en la iglesia del pueblecito de Santa Águeda y regresado al establecimiento, y después de recoger en su habitación unos periódicos, bajó, por creerlo lugar más fresco, a la galería de arcos, al nivel del jardín, que se extendía por todo el frente del edificio. Allí, en el banco más cercano a las tres grandes puertas que se abrían sobre esa galería tomó asiento y comenzó a leer La Época, y como era muy miope el periódico le tapaba la vista, de tal suerte que no advertía lo que pasaba cerca de él. El oído, que lo tenía bueno, no pudo tampoco servirle, porque el criminal, percatado de ser aquél el momento propicio a sus planes, ya que, por el gran calor que hacía y coincidir con la hora de prepararse los bañistas para bajar a comer, hallábanse corredores y galerías desiertos, había subido a su habitación, calzándose alpargatas, y evitando todo ruido pudo impunemente acercarse a la puerta abierta de la galería y, apoyando la mano izquierda sobre la hoja cerrada, disparar a quemarropa sobre su víctima. El primer disparo, en la cabeza, hízole levantarse a Cánovas; el segundo partióle la yugular y le produjo terrible derramamiento de sangre; tambaleándose recibió el tercero en la espalda, todos mortales. El cuarto se desvió, dando la bala en el techo de la galería por haber acudido el teniente de la Guardia Civil y sujetado al criminal por los brazos en el momento que disparaba.

Antonio Cánovas del Castillo, político de carácter conservador, artífice del régimen de la Restauración, jurista, literato, miembro de la Academia de la Historia, de la Real Academia Española, de la de Ciencias Morales y Políticas y de la de Bellas Artes de San Fernando, y presidente del Ateneo de Madrid; asesinado por su condición de Presidente del Gobierno el 8 de agosto de 1897. Su asesino fue el anarquista italiano Michele Angiolillo, alias Emilio Rinaldi, definido él mismo como revolucionario socialista, con el apoyo de los laboristas cubanos y el encubierto manejo de los Estados Unidos de América cuyos poderes fácticos tenían la vista puesta en la independencia de la isla.

Antonio Cánovas del Castillo

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José Canalejas Méndez
Las oposiciones políticas, básicamente socialistas (partido y sindicato) y republicanos, llevaban a cabo sus campañas desestabilizadoras en la calle, a través de los medios afines y por medio de la coacción. La mayoría de los periódicos hacían del ataque de léxico violento una forma cotidiana de expresión: caldear el ambiente y dirigir la posterior ira hacia el considerado causante o los considerados responsables: poner la diana, señalar. En el siguiente documento, fechado en mayo de 1910, Canalejas fija con claridad los puntos de acción que inspiran su labor de gobierno y por ende su pensamiento sociopolítico.

Se viene procurando, desde hace algún tiempo, no defender ideas o propagar doctrinas, sino lanzar ultrajes e imponerse por la amenaza.
Yo creo, y he sostenido siempre, que no hay partidos legales ni ilegales; que todas las ideas son lícitas; que el pensamiento no delinque. Es decir, todo lo que constituye la esencia de la doctrina democrática, y creo también que, dentro y fuera del Parlamento, los ciudadanos deben ejercer el derecho de reunión, el derecho de manifestación, el de petición, el electoral, etc. pero lo que no creo lícito es que a sabiendas se difundan especias falsas, notoriamente falsas e injustamente falsas, para agraviar a los demás.
Se dice que se va a aumentar la lista civil, cuando se sabe que la lista civil se aprueba al comenzar un reinado. Además, el Rey no ha hablado de semejante cosa; peros e pone en circulación el infundio para hacer daño.
Otro día va el Rey a Londres, costeando su casa los gastos del viaje, y se dice que le va a costar a España una enormidad.
Y todas estas cosas que se dicen no causan efecto en los espíritus saludados por la cultura; pero en las gentes ignorantes y de buena fe causan impresión.
Otros dicen que este gobierno es una prolongación de maura [Antonio Maura]; se les habla de indultos que se están concediendo ahora y que no están en la estadística publicada, y nos llaman regresivos; ellos mismos dicen que tenemos rozamientos con el Vaticano, y, sin embargo, nos llaman clericales; preparamos proyectos presentados al Instituto de Reformas Sociales y, sin embargo, nos llaman capitalistas plutócratas; otro día, en fin, presenta el Ministro de Hacienda proyectos y se dice que somos enemigos del proletariado.
Pero todo esto, que es muy importante, se agrava cuando se apela al sistema de lo ocurrido anoche en Valencia.*
Nosotros no hemos podido dar muestras de cordura, y en diferentes ocasiones hemos adoptado medidas preventivas para evitar conflictos. Hemos procurado que los obreros no sean llevados a huelgas como pretexto para promover algaradas políticas; pero, por lo visto, según el lenguaje de los líderes, se quiere llevar la intranquilidad y la perturbación a las calles y se amenaza en mítines con que se llevará la coacción al Parlamento. Eso no lo toleraremos, no se tolera, ni en democracias ni en monarquías, ni por conservadores ni por liberales, ni en Europa ni en América.
Y como la ley nos autoriza para ello, si eso se intenta, apelaremos a las más enérgicas represiones.
Precisamente porque somos demócratas y vamos a realizar un programa radical, debemos asegurar a los hombres de las derechas su tranquilidad.
Hay muchas maneras de perturbar el orden: la manera brava de las barricadas, y esa otra sigilosa de la coacción y del garrote; aseguraremos sin jactancia lo que llamaba Waldeck-Rousseau** la libertad de la calle y la tranquilidad de la calle, pues cuando hay que imponer el orden es un deber del gobernante hacerlo, sin jactancias y sin desplantes; y si algunos, abusando de que son Diputados electos, reinciden en actos que van contra las leyes, medios tenemos e éstas para castigarlos.
Porque todas esas bravatas y amenazas, o son inorgánicas y no las apoya nadie, o son organizadas, y entonces tienen la responsabilidad de los jefes.
Precisamente ahora, España necesita una era de quietud y trabajo.
No se puede perturbar el orden público, y eso no se puede tolerar, y no será. 
Consistió en un fuerte tumulto producido al llegar el diputado Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar, miembro del Comité Ejecutivo de la Conjunción Republicano-Socialista (coalición electoral de partidos políticos de izquierda liderada por Pablo Iglesias Posse) a la capital levantina el 16 de mayo de 1910. Hubo víctimas, siendo uno de los muertos el teniente del Cuerpo de Seguridad, Juan Escudero, apuñalado por un revoltoso. Rodrigo Soriano tenía pedidos por la Justicia 67 suplicatorios, demandas del órgano competente todas ellas para poder procesarlo por los varios delitos que se le imputaban.
** Pierre Waldeck-Rousseau, político francés de carácter liberal, ministro del Interior y Primer Ministro de Francia en 1899.

Información del magnicidio dada en el opúsculo El asesinato de don José Canalejas, aportada por discípulos del doctor Quintiliano Saldaña y García-Rubio, jurista criminólogo y sociólogo:
El día 12 de noviembre de 1912, a las once y veinticinco minutos de la mañana, entraba el señor presidente del Consejo de Ministros, don José Canalejas y Méndez, solo y a pie, en la Puerta del Sol, dirigiéndose por la acera del Ministerio de la Gobernación a dicho centro para la celebración del Consejo que en él tenía anunciado para las once y media.
Pero antes de llegar a la calle de Carretas, al pasar por la librería del señor San Martín, detúvose unos instantes a ver los libros expuestos en su escaparate.
A los pocos minutos, un joven bien vestido, de regular estatura, de gabán gris claro, se acercó al presidente y por la espalda, sin dar tiempo a que pudiera ser evitada la agresión, sacó una pistola Browning, nueva y de gran calibre, e hizo tres disparos consecutivos sobre la persona del presidente, causándole la muerte instantánea.
El señor Canalejas había recibido un balazo en la región occipital izquierda, con entrada por detrás de la oreja y con orificio de salida por el oído derecho.
Inmediatamente, antes de que se diese lugar a ser detenido, el asesinos e separaba algunos pasos, y volviendo el arma sobre sí se disparó en la sien derecha, cayendo al suelo gravemente herido.
El cadáver del señor Canalejas permaneció unos momentos solo, tendido sobre el pavimento, sin que nadie acudiera a recogerlo debido al pánico producido en aquellos momentos.
La hemorragia fue tan poca, que la sangre quedó coagulada al salir de la herida.
No tardó, no obstante, en ser recogido el cadáver del señor Canalejas y trasladado al Ministerio de la Gobernación por cuatro guardias de Orden Público, siendo reconocido por dos médicos que no pudieron hacer otra cosa que certificar su defunción, pues la bala habíale atravesado la médula produciéndole la muerte inmediata sin que, por consiguiente, hubiera articulado una sola palabra.
A la vez que el señor Canalejas fuero heridos Víctor Galán, ordenanza de la Sociedad La Filantrópica, y la señorita Carmen Sanz del Moral.
El asesino fue recogido por uno de los agentes encargados de la ronda especial del señor Canalejas y conducido en un coche a la Casa de Socorro del distrito del Centro, establecida en la Plaza Mayor.
Reconocido por el médico de guardia se le apreció una herida de bala con orificio de entrada por la región temporal derecha y salida por la parietal izquierda.
A las dos y veintitrés minutos de la tarde falleció sin haber recobrado el conocimiento, trasladándosele, a las tres y media, al Depósito Judicial.
En el registro efectuado en el cadáver se le encontró: una partida de nacimiento; un retrato de mujer con la dedicatoria: “A mi inolvidable Manuel”; un documento en cuya portada se lee “Conflagración universal. París”, conteniendo en él una especie de clave en la que mezcla palabras españolas y francesas y ciertos signos; un folleto anarquista; un trozo de la Astronomía Popular, de Flammarión; un número de ABC del día antes del crimen; una pluma estilográfica con pluma de oro; una cédula personal y una carta del Comité Internacional de Ginebra, en la que se le pregunta si seguía trabajando en las obras del Palace Hotel, y, por último, un billete de 25 pesetas, 16 en plata y 1,55 en calderilla.
Según varios testigos del suceso, el asesino no iba solo. Se le vio acompañado de otro hombre de barba rubia, que se separó de él momentos antes de cometer el crimen.

José Canalejas Méndez, político de carácter liberal, abogado, desempeñó cargos políticos de creciente importancia y como ministro de Agricultura, Industria y Comercio creó el Instituto del Trabajo; reformista y regenerador de la Restauración; asesinado por su condición de Presidente del Gobierno el 12 de noviembre de 1912. Su asesino fue Manuel Pardinas Serrato-Martín, integrante de los grupos libertarios internacionales costeados en parte por el Centro de Hombres libres de París, colector del revolucionarismo masónico-carbonario, y sostenidos por el sector de la acracia afincado en Burdeos denominado Libertos de Burdeos.

José Canalejas Méndez

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Eduardo Dato Iradier
Discurso de Gabino Bugallal y Araujo, conde de Bugallal, presidente interino del Consejo de Ministros a consecuencia del asesinato la víspera, 9 de marzo de 1921, del presidente del Gobierno Eduardo Dato Iradier, en la sesión de Cortes celebrada al respecto del trágico suceso.

Señores diputados, cumplo el doloroso deber de dirigirme a la Cámara con motivo del trágico suceso que está presente en el corazón de todos y de que acaba de dar cuenta la comunicación leída.
Quisiera comunicar los naturales sentimientos de mi alma y dejar de pensar por un instante en el amigo cariñoso, en aquel jefe en quien todos veíamos más la cualidad del afecto que la de la jerarquía; porque él, enemigo de toda exaltación propia, procuraba que la jerarquía no fuese advertida por sus inferiores. Pero por encima de todo lo que signifique el afecto, por encima de todo lo que signifique la disciplina, es preciso pensar, tengo la obligación de decir algo que se aparte momentáneamente de estas impresiones y de estos sentimientos, elevando el pensamiento a más altas regiones, ya que es evidente que el fin que se han propuesto los autores del hecho tan abominable no fue el de herir a una persona, no fue el de herir a un amigo de nadie, no fue el de herir siquiera al jefe de un partido; fue el de buscar la encarnación de la sociedad, la encarnación del Estado, la encarnación del Derecho, a impulsos de la barbarie que anida en los corazones de los que tienen planteada esta lucha brutal, alentada por la revolución social, que entraña tan aborrecibles propósitos, utiliza tan execrables procedimientos.
Y es, señores, coincidencia extraña la que viene a mi memoria en este momento, y la que estará presente también en el ánimo de todos vosotros.
Señores diputados, es la tercera vez que un jefe de Gobierno cae en condiciones análogas. Fue la primera vez herido aquel Cánovas del Castillo, el iniciador del estudio de las doctrinas sociales en defensa de la clase obrera, el primer presidente de la Comisión de Reformas Sociales, que fue también el primer organismo creado en España para el estudio de las cuestiones de esta naturaleza. Fue el segundo aquel Canalejas que pasó toda su vida siendo el portaestandarte de estos ideales de amparo, de protección al desvalido, de mejora de la situación del que se ve inerme en las luchas sociales, para colocarle en condiciones adecuadas de competencia posible enfrente de los que están por su nacimiento, por sus circunstancias de cualquier clase, en posición privilegiada. Y es el tercero, señores, aquel que ha tenido la gloria de ser el iniciador en la esfera legislativa de soluciones en favor de las clases obreras, y que consagró su vida entera y dedicó todos sus afanes de hombre de estudio y de pensamiento a buscar la manera de procurar que estos desniveles sociales fuesen cada vez más suaves, fuesen más dulces, que las relaciones entre la Humanidad fuesen constantemente cordiales, o que, por lo menos, estuvieran siempre inspiradas en esta finalidad.
¡Tristes pensamientos vendrían a nosotros si quisiéramos derivar alguna consecuencia! Parece que palpita en nuestros recuerdos aquella frase fatídica de los inspiradores de estos instrumentos del crimen que sostienen que a la autoridad hay que atacarla en las personas de los más grandes, de los más justos, de los más buenos, porque ellos son quienes hacen amable la autoridad, y que no se preocupe nadie demasiado de hostilizar a aquellos que no tengan estas cualidades porque no son enemigos temibles.
Entre las dotes que culminaban en don Eduardo dato sabéis que era la que parece envolvía a todas las demás, la de la condescendencia, la de la bondad para todos. Y por eso, quizá por eso, es por lo que el señor Dato en estas horas trágicas en que la civilización y la barbarie parece que están en pugna, ha sido buscado como víctima.
No tengo posibilidad, señores, de añadir una palabra más a las que acabo de pronunciar. Quisiera no haberme visto en la necesidad dolorosa de pronunciarlas siquiera; pero vosotros comprenderéis que, aun siendo amargo el deber, era para mí inexcusable, y que en estos instante no puede haber en mi ánimo otro pensamiento que el de consagrar estos recuerdos al jefe querido y a aquel que encarnaba la sociedad en este momento de su alta magistratura, y a todos llamar la atención acerca de la necesidad, cada día mayor, en que se encuentran los representantes de la sociedad y los representantes del país de unirse para hacerse fuertes en defensa del derecho y de la justicia.
Nada más, señores; solamente tengo que añadir el ruego que consta al final de la comunicación de que se ha dado lectura.
Os ruego a vosotros y ruego al presidente que mientras realizamos la función transitoria de levantar y mantener el pendón que simboliza en estos momentos el Derecho y la Autoridad, acuerde esta Cámara suspender sus sesiones hasta que se pueda dar una solución definitiva para el bien público, en presencia de las terribles circunstancias porque estamos atravesando.

Detalle del magnicidio narrado por el historiador, periodista, crítico literario y político Melchor Fernández Almagro, en su Historia del reinado de don Alfonso XIII:
El día 8 de marzo [1921] se hincó en la Historia con mucha mayor fuerza que otros, porque a primera hora de la noche, pasando en automóvil por la Plaza de la Independencia, de vuelta a su casa desde la Alta Cámara, fue asesinado el presidente del Consejo.
“Cuando el coche llegaba a la altura de la misma Puerta de Alcalá —declaró el chófer— sentí como una descarga cerrada y luego dos disparos sueltos. Yo pensé al principio que había estallado algún neumático; pero al producirse los últimos disparos, el lacayo dejóse caer sobre mí, al mismo tiempo que exclamaba: ‘Nos han matado’. Herido mi compañero, me lancé yo a tierra y fui a abrir la portezuela. Horrorizado vi entonces que el presidente se encontraba como muerto; la cabeza reclinada sobre el respaldo, en el mismo rincón del lado derecho, arrojando gran cantidad de sangre por la frente y cara; el respaldo todo manchado; el sombrero, caído al suelo del carruaje.”
Ya cadáver fue conducido Dato a la Casa de Socorro de la calle de Olózaga. Los asesinos habían llevado a efecto el crimen desde una motocicleta que escapó a toda marcha por la calle de Serrano. La ocupaban tres hombres llegados de Barcelona: pedro Mateu, Ramón Casanellas y Leopoldo Noble o Nicolau.

Eduardo Dato Iradier, político de carácter conservador, prestigioso abogado, alcalde de Madrid, titular de varias carteras ministeriales, creador del Ministerio de Trabajo y Presidente del Congreso; asesinado por su condición de Presidente del Gobierno el 8 de marzo de 1921. Sus asesinos fueron Pedro Mateu Cusidó, alias José Pallardó, masón y anarquista, Ramón Casanellas Lluch, anarquista y comunista, y Luis Nicolau Fort, alias Leopoldo Noble, anarquista; los tres patrocinados por la Masonería, el incipiente Partido comunista de España y los movimientos ácratas de Barcelona y Madrid con el auspicio del Movimiento Libertario Internacional.

Eduardo Dato Iradier

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Los relatados son hechos decisivos, ejecutados al encargo por mano revolucionaria eximida de ley, que responden a un plan superior, preconcebido y único. Su influencia, al conseguir la eliminación de los estadistas más valiosos, ha imposibilitado llevar a cabo la regeneración política española en el siglo XX.
Cambian las modas, varían con el tiempo los usos y algunas costumbres se pierden mientras otras se mantienen. Son otros los protagonistas a un lado y a otro de las calles, de las tribunas y de los foros; otros son los medios empleados para divulgar ideas y para difundir proclamas o consignas que ahorren entendimiento a los designados ejecutores. Hoy como ayer las actitudes ofrecen la imagen nítida que precisa el enjuiciador para valorar qué aparece o qué deja de asomar en el escenario y, a continuación, en la tramoya.


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