Abrir una delegación es una tarea sencilla —dejando las burocracias aparte— si el lugar elegido para expandir una iniciativa empresarial recibe el certificado de idoneidad. Este era el propósito desde hacía quince meses de la L y la T de la firma LP & T Mercadotecnia.
—No lo veo como vosotros —objetaba la letra P.
—Tienes que ser positiva —animaban al acuerdo unánime las letras L y T. Si un tercio de la sociedad retiraba su apoyo el proyecto, como poco, cojearía.
Evaluados los medios y los fines en el campo teórico, a base de simulaciones, tomando como referencias los datos obtenidos por anteriores procesos cuya fiabilidad presente, debido a la constancia del plano inclinado, quedaba harto mermada por situarse demasiado alejados en el tiempo, aspecto aceptado por las tres letras, el pronóstico para dos de ellas resultaba si no del todo favorable al menos esperanzador.
—Percibo que dejamos algo importante de lado —insistía P.
Las letras L y T no lo detectaban, pero se avinieron a una solución de compromiso: el estudio sobre el terreno.
—Yo iré por delante —se ofreció la letra T.
De cuatro a seis semanas experimentando bastarían.
Al bajar del tren AVE, con los equipajes de mano fuertemente asidos, a Lola y a Pepa les abofeteó una vaharada de podredumbre.
—He tenido mejores recepciones —masculló Pepa en el intervalo de los carraspeos.
Lola asintió:
—Verdaderamente no huele bien.
Apreciación similar a la informada por Tomás en su tercera jornada en descubierta.
Pepa lanzó una ojeada alrededor y puso cara de dar media vuelta.
—Seguro que Tomás llega enseguida, da una oportunidad al viaje —le dijo Lola para retenerla; Pepa era muy capaz de correr a la taquilla a comprar un billete que la sacara del agobio que tan pronto le invadía—. Te pido que apartes tu predisposición hasta que averigüemos lo que necesitamos saber.
A Lola le intrigaba el radical cambio de parecer en Tomás.
—Lo considero prematuro —reflexionaba en voz alta.
—¡Nada de eso! —espetó Pepa—. Ha tardado mucho en caerse del caballo el optimista pertinaz. Tú también me darás la razón. ¿Todavía dudas?
Aún dudaba Lola. Por su irrenunciable manera de ser tenía que comprobar lo que fuera por sí misma.
Las dos oteaban el panorama, pero con diferente criterio. Las gafas de sol caladas pese a la calígine, con una pastilla balsámica en la boca y una toallita de húmeda fragancia aliviando la presión en la nariz, la irritada Pepa advertía una entidad destructiva merodeando, y a su lado la paciente Lola, a pelo, buscaba el resurgir de los elementos que le motivaban a seguir adelante sin percibirlos con la debida claridad.
—El retraso de Tomás es por culpa de un multitudinario concurso de cocina paleolítica al horno de turba —bromeó Pepa.
Replicó Lola a su vez, deseando que apareciera Tomás. Las esperas le incomodaban:
—No diviso las fumarolas de los calderos.
El fiable Tomás llegó, saludó, cargó los equipajes en el maletero del coche y les impelió a subir.
—Vamos, deprisa, que se preparan cortes de circulación.
Pepa hizo un corte de mangas al barullo creciente sentada detrás.
—Qué está pasando aquí —preguntó Lola con un atisbo beligerante que de no frenarlo irradiaría malestar por los cuatro costados.
Tomás aplacó la premura con un gesto y una explicación concisa:
—Nada que no sea normal ya hace mucho, aunque nos hayamos resistido a creerlo.
Le escocía su fastidio interior, síntoma de haberse precipitado a un vacío escondido por el lustre del antiguo decorado.
Pepa se arrellanó en el asiento posterior, la cabeza apoyada, los brazos sueltos y el bolso tocante.
—Aceptad vuestro error, par de ingenuos.
Conduciendo despacio por una ruta turística inexplorada, Tomás las puso al corriente de lo sustancial para la agenda de trabajo en una visita de cuarenta y ocho horas prorrogables. La prórroga conjunta iba en función de los objetivos, mientras que la individual, hablada previamente, dependía de las ganas de visita y experiencia que surgiera al cabo de la obligación principal. A Pepa se le habían ido y, probablemente, no las recuperaría, ni siquiera por aquello de atender la satisfacción de viejas pretensiones. Lola, por el momento y a falta de más pruebas, mantenía su programa.
Tomás confirmó que regresaba nada más finalizar la última reunión y el penúltimo trámite in situ.
—Te cedo los trastos, Lola, y tú sabrás lo que haces. Pepa tiene mejor olfato que nosotros.
El olfato de pepa andaba renqueante con la miasma.
—Es de sabios rectificar. —Añadió humedeciéndose la cara y el cuello—: una retirada a tiempo es una victoria.
Lola se quedaba sola ante el peligro, cosa que le apetecía tanto como travesear en las órbitas de un moscardón.
—Tú ve enumerando las miserias —exigió Pepa.
Pero Tomás lo había dicho todo en pocas frases, las suficientes para el buen entendedor.
—Lo viviréis personalmente. Huelga comentarlo —categórico Tomás.
Lo primero e inexcusable, recalcó Pepa, era una parada en el hotel para ducharse, acondicionar el plan y cambiar de vestuario.
Extrañamente tranquila, Pepa contemplaba la película al otro lado de la ventanilla.
—De mal en peor —dijo. “Piensa mal y acertarás”, se dijo.
Tomás señaló con la mano a un grupo de jóvenes a la puerta de un edificio oficial —el Departamento de Información y Propaganda, les anunció—, en pie unos, otros sentados en la acera, fumando y bebiendo en latas. Pepa y Lola se habían fijado porque no estaban ciegas. Sin embargo, incitadas por la reiteración en el movimiento de mano, aguzaron la búsqueda del factor oculto en la gran fachada apaisada que el coche iba circundando.
—Contad.
Lola y Pepa contaron los grupos —comandos, aclaró Tomás— que rodeaban aquella sede que ocupaba la extensión de una manzana.
—Vale. ¿Y qué? —inquirió Lola con las uñas armadas.
Pepa soltó una risa.
—¿A que son elementos de las patrullas de agitprop y, para más inri, burócratas?
Tomás asintió.
—Estás inspirada, Pepa.
La enfurruñada Lola empujaba para replantearse la estrategia en el hotel.
—¡Basta de adivinanzas!
Tomás las dejó en el hotel concertando la recogida para dos horas después. Entonces, camino de la reunión en el Comité Mercantil, les hablaría apropiadamente de las consignas en uso, de las rentabilidades a esgrimir, barajar y repartir, de la inmersión tribal a la que someterse para acceder a niveles superiores y de las cribas impuestas delegadamente expedidas por un personal elegido a dedo político, nepotismo de cuerda y parentesco, escalones muy empinados a los que había que enfrentarse para obtener un permiso con su correspondiente supervisión cotidiana, obsesiva y dirimente.
Como les había presentado su dimisión al poner pie en la ciudad de los podridos, todo aquel trámite lo recitaba como un fedatario que está pendiente del sonido de la campana para echar el cierre. Adiós y que os sea leve, esto no va conmigo, expresaba su cuerpo y su ánimo.
Simbólico y definitorio su gesto de pulsar el botón de la cisterna.
—Yo prefiero el de tirar de la cadena —representó Pepa cuan gráficamente supo—, es más contundente.
Lola alzó su mano de socia fundadora dentro del coche.
—¡Moderaos los dos! —Con la voz en la tesitura de reclamar acatamiento—. Ya que estamos aquí llegaremos al final del asunto y luego deliberaremos con inteligencia sobre lo que nos interesa.
Detestaba los prejuicios.
Conduciendo despacio, Tomás incidió en la ubicua presencia de los grupos de presión.
—La tropa que os he mostrado a la espera de recibir las instrucciones para la acción directa.
Lola le pidió una información sucinta acerca del Comité Mercantil.
—Es un sóviet —declaró conciso Tomás. “La configuración antecedente de una checa”, no llegó a decir para darles la oportunidad de la visita.
Un organismo apéndice del mastodóntico Departamento de Adjudicaciones Dinerarias y Obra Pública, rama del mismo calibre grueso que el Departamento de Información y Propaganda, ojeado previamente con su cinturón de adscritos, del que derivaban subsidiariamente los comités de control de admisión y promoción de aspirantes y candidatos a los consejos gestores, el de recluta y adiestramiento de los ejecutores de calle, y el de contraprogramación estridente.
Tomás les prevenía de un mal infeccioso similar al transmitido por los animales enfermos y los virus diseñados en laboratorio.
—¿Les tienes miedo? —preguntó Lola.
—Me dan miedo.
Nadie en sus cabales de aquí, allá o acullá, ignoraba la utilización de diversas violencias para la consecución de los objetivos marcados. El efecto en la víctima era igual en todas partes: amedrentada desistía de su actitud, salvo los héroes, y o bien se incorporaba a la corriente o bien tomaba las de Villadiego y hasta nunca o hasta que vuelva a lucir el Sol y el aire sea grato de respirar.
—Vamos, que nos hemos metido en una aventura —resumió Pepa.
A Lola se le había desatado el genio.
—Pero sin nada a perder —sentenció grave Lola—. Adelante con los faroles. Dejaremos nuestra impronta.
Pepa aplaudió.
—¡Ya te digo! ¡Qué tiemblen en la ratonera!
Con las aguas encauzadas, Tomás, paseándolas por la ciudad atascada, se animó a narrarles un episodio de afirmación personal del que había sido testigo.
—Os hablo de un repartidor a horas llamado Rebel…
Pepa le interrumpió:
—¿Rebel de rebelde?
—El nombre es lo de menos. Quédate al final con la moraleja.
Pepa aprobó el nombre.
—Rebel de rebelde. La historia promete.
Tomás continuó situando al personaje en su contexto.
—Es alguien que divide su tiempo en parcelas de aprendizaje, trabajo y ocio, con las iniciativas que van surgiendo de la curiosidad.
—Un reparto equitativo el del repartidor a tiempo parcial —redundó Pepa jugando con el parecido de los vocablos.
Rebel quería demostrarse y demostrar al mundo despierto que confiaba en sí mismo, que era quien creía ser y que libre como el viento…
—Y como el ave que escapó de su prisión…
Continuó su relato Tomás.
—… Amparado por su libertad podía medrar donde quisiera, haciéndose valer, demostrando su fuerza en la pelea, ganando las partidas que vinieran en las circunstancias difíciles del que ni se vende ni se arredra. “¡A la mierda con el fracaso!”, se animaba. Sólo fracasan los resignados a perder y los arrimados a la subsistencia concedida desde las instancias de poder tiránico.
—El orgullo es un impulsor fenomenal —ratificó Lola interesada con el personaje.
Definitivamente, Rebel iba a por aire oponiéndose de hecho a los decretos y salarios mínimos que cercenaban su libertad.
—Hemos llegado —anunció Tomás.
Bajaron del coche, Lola con el ceño fruncido y medio intrigada medio dispuesta a dar un golpe en la mesa para derribar las cortapisas si su instinto mantenía el propósito original. Pepa, que conocía de sobra la reticencia de Lola en variar un itinerario en el que había puesto ilusión y empeño, le transmitió con dedicatoria y firma incluida un corte de tijeras a dos manos con el inequívoco significado de que, pasara lo que pasase dentro del Comité Mercantil, el circuito comercial estaba anulado. Y para reforzar su voto en la sociedad, si es que procediera una votación en que las letras P y T inclinaban sin vacilar la balanza a su favor, hizo entrega a la letra L de un arma cargada por el diablo que cogió del suelo protegiéndose los dedos con un doble pañuelo de papel:
—Una lata repleta de escoria y desguace. —Hizo sonar el artefacto a modo de cencerro.
Pañuelos a una papelera urgida de vaciado.
—Acabemos de una vez —pidió Tomás abriendo camino al interior del Comité Mercantil.
Pepa sintió inmediatamente el incremento de tufo a suciedad —viajaban al núcleo corrompido—, y por acto reflejo pulsó el botón de la cisterna.
—Que no se diga que ni lo intentamos —exhortó Lola flanqueada por sus renuentes socios.
El capitoste, de nombre Extremi Tutó, esperaba apoltronado en su cámara de peaje. No salió a recibirlos más allá de la puerta, pero ya en el interior hermético les obsequió con una bienvenida ceremonial harto ensayada desde que ocupaba el cargo. El retrato que del jerarca por delegación del Comité Mercantil había pintado Tomás, encajaba perfectamente con la impresión que les asaltó: era un funcionario de partido con trayectoria exclusiva en el partido desde la mayoría de edad y con el único currículum en su haber expedido por el partido, afín a la empresa privada por el cálculo de la gabela política, interpretado en cifra de porcentaje, que ésta debía soportar si quería establecer su actividad en el territorio acotado. El perito en argucias Extremi Tutó estaba tan pringado de tejemanejes que todo le resbalaba y a todo se hacía por acomodo. La retórica del que omite pronunciar sonoramente “¿qué hay de lo mío” y “sin la aprobación del Comité Mercantil no hay permiso que valga”, era la cínica de un intimidador, celoso de su trabajo, con el cuello y los guantes de un blanco impoluto en el anverso. A Extremi Tutó los informes certificados con balances y muestra de realizaciones le servían para, pico porcentual arriba o abajo, el cálculo del porcentaje con el que la nueva firma contribuiría al bienestar del territorio; tal era su estricto cometido.
Es cuanto tenía que tratar la Administración con LP&T Mercadotecnia; lo demás vendría por añadidura. De alcanzar un acuerdo lo celebrarían con un ágape.
—Brindando por un futuro boyante de vías paralelas.
Lola y Pepa sonrieron con las pestañas. Tomás, circunspecto cual efigie de Hermes-Mercurio, deidad del comercio, pulsó el botón de la cisterna.
—Lo pensaremos —dijo Lola al despedirse—, hay asuntos que no se deben tratar a la ligera.
—Faltaría más —saludó Extremi Tutó—. Las prisas son malas consejeras, pero son peores las demoras innecesarias. Si vamos juntos, progresaremos a la par.
Apuntó Pepa despidiéndose:
—Consideraremos su propuesta en los términos que merece.
En el coche, camino al restaurante para celebrar que LP&T Mercadotecnia no iba a cometer el error de suscribir el pacto del porcentaje, habiéndose quitado un peso de encima Tomás, de muy buen humor, apostilló la sucinta y actualizada biografía de Rebel.
—Artista de habilidades arrojadizas, con la debida circunstancia me hizo una declaración que alternaba principios e intenciones: “Soy Rebel, mensajero, distribuidor y recadero, camarero, asistente y guía, cartelista y caricaturista. A horas convenidas y siempre que me apetezca soy todo eso y lo que se tercie”.
En su carta de presentación, Rebel explicitaba sus labores opositoras contra la mediocridad imperante, contra la cultura cautiva de la política miserable y del pensamiento unificado. Tirando a dar, el maldiciente Rebel, barría a ráfagas a los embutidos de subvención, a los esperpentos de la gramática parda vomitando barbarismos con disfraz de neologismo importado, a los insolidarios del mundo en el negocio del engorde y del pisado que inflaban globos de colorines llenos de conceptos desbaratados.
—Rebel ha volado de la jaula. Ha tomado un camino meridional —concluyó Tomás.
Pepa convino en la trayectoria, le sonaba bien la idea.
—Miremos al mediodía —sugirió eligiendo la cena.