El imperio en América del Norte: La ruta hacia Nuevo México
El Camino Real de Tierra Adentro era la ruta que llevaba desde la ciudad de México hasta la de Santa Fe de Nuevo México, actualmente capital del Estado homónimo integrado en los Estados Unidos; y durante más de dos siglos fue el cordón umbilical que mantuvo ligada a esta remota provincia del septentrión de la Nueva España. Cada tres años partía la llamara ‘conducta’, una caravana que trasladaba ganados, aperos y gentes, para mantener la colonización española en aquellas tierras. A través del Camino Real de Tierra Adentro penetró la cultura hispana en el Suroeste de Estados Unidos, ejerciendo aquí un papel semejante al del Camino de Santiago en España.
El Camino Real de Tierra Adentro
Cuando la corona española decide no abandonar la provincia de Nuevo México, ruinosa en todos los sentidos, sino mantenerla por razones de no desamparar a los indios ya cristianizados, el virreinato de Nueva España organiza un sistema para abastecer regularmente las misiones, presidios y ranchos del norte. Es la llamada conducta, caravana de carretas que parte cada tres años de la ciudad de México con destino a la tierra de frontera. Iniciaba el largo y dificultoso recorrido de seis meses tras la época de lluvias.
En el convoy viajaban frailes, colonos y soldados de escolta, así como múltiples artículos: plantones, semillas, muebles, instrumentos musicales, vestuario, papel, tinta, etc. A la retaguardia seguían ovejas, caballos, vacas, cerdos, cabras y el resto de muestrario de la ganadería española lista para ser trasplantada en el septentrión hispano. A la vuelta, los carros cargaban vino, productos agrícolas, pieles de bisonte, mantas y otras mercancías de Nuevo México, que eran vendidas en la famosa feria anual de Chihuahua, y más adelante acopiaban plata procedente de las minas del Paral, Guanajuato y Zacatecas.
Todo este surtido humano y material viajaba a bordo de treinta y dos sólidos carretones de cuatro ruedas tirados por bueyes, con toldos arqueados y capaces de transportar dos toneladas de carga. Los bueyes, aunque menos espantadizos que las mulas, eran más lentos y se desenvolvían peor en terrenos lodosos y en fuertes pendientes, lo que hizo que paulatinamente los trenes de carros fueran reemplazados por recuas de mulas manejadas por arrieros que redujeron el tiempo de viaje a cuatro meses.
Muchas eran las incertidumbres que enfrentaban los viajeros. Las crecidas de los ríos, como las del Nazas, podían forzar semanas de espera en las orillas hasta poder vadearlos. En el otro extremo aparecían las sequías prolongadas, que hacían sufrir lo indecible a hombres y animales.
Lo más temido era la travesía de la llamada Jornada del Muerto, más allá de El Paso, cien kilómetros sin un solo ojo de agua donde aprovisionarse. También se sentían amedrentados ante las dunas de Samalayuca, arenas móviles que obligaban a dar un gran rodeo a la caravana. Eran tantos los inconvenientes como los temores, y tantas las presentes decepciones como las supuestas riquezas que esperaban allá lejos.
Con todo, confrontando los deseos con los recelos, el mayor de los peligros era el de los asaltos. Había bandas especializadas que desde México a Querétaro acechaban la caravana, repleta de valiosos artículos. Y, sobre todo, a partir de Zacatecas, la mayor amenaza fueron los ataques indios, más frecuentes a medida que se progresaba hacia el Norte. Su objetivo principal eran los caballos, pero no desdeñaban otras rapiñas e incluso mujeres y niños. Las tropas de los presidios hacían relevos para dotar al convoy de una protección adicional, y cuando la caravana se adentraba en las áreas más comprometidas, para pasar la noche los carros formaban un círculo con las personas y los animales dentro.
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Siguiendo los estudios históricos de los investigadores Fernando Martínez Láinez, Carlos Canales Torres y Borja Cardelús, para completar en tiempo y circunstancias la historia del acontecimiento hay que remontarse al año 1550, cuando el rey emperador Carlos I dicta instrucciones para que no se realizase ninguna conquista o exploración hasta que un organismo especial instituido en cada Audiencia examinase si las conquistas se podían hacer “sin injusticias a los indígenas que viviesen en esas tierras”. Ante tal imposición, el virrey de Nueva España, Álvaro de Zúñiga, marqués de Villamanrique, ordenó que se explorase y colonizase Nuevo México de acuerdo a estos principios, mantenidos también por el rey Felipe II.
El primer proyecto serio para colonizar las tierras al norte de Chihuahua fue el de Gaspar Castaño de Sousa (o Sosa), en 1580 y el segundo el de Cristóbal Martín, en 1583. Hubo otras propuestas de expedición como la de Hernán Gallegos, la de Francisco Díaz de Vargas, y solicitudes colonizadoras como la de Francisco de Urdiñola, conquistador de Nueva Vizcaya, y la de Juan Bautista de Lomas y Colmenares.
La Corona española, resuelta a la colonización de Nuevo México, en el septentrión del continente americano, apenas un siglo antes descubierto, y a que se hiciera conforme a las ordenanzas de 1573, abrió la oferta de candidatos con la condición de que el peso financiero habría de ser asumido por ellos; lo que limitaba la posibilidad a los hombres más ricos de Nueva España.
Hubo varios aspirantes, pero la elección recayó en Juan de Oñate, hijo de Cristóbal de Oñate, uno de los descubridores de las minas de Zacatecas, casado con Isabel Tolosa Cortés Moctezuma, nieta del conquistador de México y bisnieta del emperador azteca.
Juan de Oñate
Recibió el permiso real en septiembre de 1595, pero a partir de ahí comenzó un martirio burocrático causado por los envidiosos funcionarios del virreinato, celosos de que Oñate pudiera unir la gloria a su enorme fortuna. El contrato estipulaba que Oñate debía financiar una expedición colonizadora, para descubrir y poblar “con toda paz, amistad y cristiandad”, compuesta de 200 hombres bien armados y equipados, con sus familias, cinco sacerdotes y un lego; 1.000 reses (cabezas de vacuno), 3.000 ovejas churras, 1.000 carneros, 150 potros y 150 yeguas, además de caballos para los expedicionarios; equipos, aperos, mobiliario, herramientas y material de repuesto para las carretas, los vehículos de ruedas y las cabalgaduras; a lo que se sumaba un transporte de harina de trigo, maíz, carne en salazón, galletas, aves de corral, frutos secos, útiles corrientes para la administración de la comitiva: papel, tinta; y un surtido de medicinas. A cambio de ello recibía el título de Gobernador, Adelantado y Capitán General de Nuevo México, por dos generaciones, con derecho a otorgar encomiendas y repartimientos de indios. Algo muy importante para convencer a los indecisos: los nuevos colonos tendrían la condición de hidalgos.
Correspondía al virrey el suministro de las municiones, tres mil libras de pólvora, y los cañones, más de diez mil proyectiles de arcabuz.
Cuando parecía que todo estaba listo, el virrey Luis de Velasco, mentor de Oñate, fue nombrado virrey del Perú, sustituyéndole Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, que impuso un retraso considerable a la partida. El nuevo virrey tenía un candidato propio, y le contrariaban los lógicos deseos de Oñate de prescindir de la Administración del virreinato y entenderse directamente con el rey.
El propio Felipe II tuvo que despachar la orden de salida de la expedición, pero los funcionarios virreinales forzaron una nueva inspección, para desesperación de Oñate, varado en Santa Bárbara, en Chihuahua, con su gente, y que veía como mermaban sus fondos y desertaban los hombres. Esta última inspección fue hostil, y los mezquinos burócratas a punto estuvieron de conseguir su propósito de desbaratar la partida. Pero el corajudo Oñate al fin pudo dar la orden de marcha el 26 de enero de 1598, más de dos años después de obtener el permiso.
La larga caravana de hombres, animales y carretas (83 carros tirados por bueyes) ocupaba una legua, y en ella viajaban sus dos sobrinos, los Zaldívar y Gaspar de Villagrá, que cantaría la épica del viaje en un largo poema de pocas cualidades literarias pero de enorme interés histórico.
Con el fin de evitar errores, Vicente de Zaldívar, sobrino de Oñate, partió en vanguardia con 17 hombres para abrir camino y destruir obstáculos que pudieran perjudicar a la expedición.
En febrero, fray Diego Márquez, el franciscano que acompañaba a la expedición, había decidido regresar a México, y el capitán Farfán, que le acompañó en su retorno, se incorporó de nuevo a la expedición acompañado de dos padres y ocho hermanos franciscanos que se unieron al grupo principal el 3 de marzo y serían los responsables de la evangelización de Nuevo México.
Avanzando hacia el Norte, pararon junto a un río al que llamaron Jueves Santo y donde acamparon en Semana Santa.
Cuando Oñate salió de Santa Barbara (actual Chihuahua), esta localidad era hasta entonces la más septentrional de Nueva España, y final de uno de los cuatro caminos del virreinato. Todos los caminos nacían en México: el primero iba hasta Veracruz, al Sureste, el segundo llegaba a Acapulco, al Suroeste, el tercero a Guatemala, al Sur y el cuarto, el de Durango, era el citado que finalizaba en Santa Bárbara. Más allá se perfilaba el Río Grande y un territorio por descubrir.
La partida del Adelantado Oñate, con sus 83 carros y 7.000 cabezas de ganado, al fin tuvo efecto.
Oñate desechó el itinerario seguido por sus predecesores y eligió un atajo a través de las dunas de Samalayuca, arenas móviles que obligaba a dar un gran rodeo para evitar su peligro, que no obstante llevó a la caravana por una ruta más directa hasta El Paso, señalando el trazado de lo que sería el Camino Real de Tierra Adentro.
Antes de llegar al Río Grande hubo que atravesar el río de las Conchas, para lo que fue preciso construir un puente disponiendo 24 ruedas de las carretas atadas con amarras, remontando a continuación hasta el Río Grande, alcanzado el 20 de abril y cruzado el día de la Ascensión. En la orilla norte, actual ciudad de El Paso, levantaron una capilla que a las tres semanas ya estaba lista para la celebración de la primera misa. El 8 de septiembre de 1598 fue el día señalado para dar gracias por la suerte que hasta el momento acompañaba a los expedicionarios. El superior de los franciscanos, fray Alonso Martínez, ofició la misa y fray Cristóbal de Salazar dio el sermón. Al cabo, Juan de Oñate celebró una ceremonia con carácter oficial en la que tomó posesión de Nuevo México en nombre de España y de su rey Felipe II. Ese fue el primer Día de Acción de Gracias de la historia de los Estados Unidos, que antecede en 23 años al de los Padres Peregrinos de Plymouth. Hubo banquete, baile, juegos y se representó una obra de teatro compuesta por Marcos Farfán, con tema evangelizador; probablemente fue la primera representación teatral, propiamente dicha, de la historia de los Estados Unidos.
Reemprendida la marcha hacia el Norte, siguiendo el curso del Río Grande, la caravana atravesó la Jornada del muerto, una extensión desértica sin un ojo de agua en más de cien kilómetros donde aprovisionarse los humanos y abrevar los animales. Superada la terrible prueba, la caravana arribó atravesó la terrible jornada del muerto y arribó a los valles de Nuevo México, como oasis anclados en el desierto, y llegó fatigosamente al poblado indio de Teipana, donde recibió ayuda en alimento y hospitalidad de los indígenas, por lo que Oñate bautizó el lugar con el nombre de Socorro; las millas recorridas desde El Paso eran ochenta, ciento veinte kilómetros. En las cercanías de esta población se localiza el Museo del Camino Real de Tierra Adentro.
Repuestos en parte de las penalidades pasadas, la ruta siguió camino septentrional hasta Santo Domingo Pueblo, desde donde Oñate decidió enviar mensajeros a las poblaciones vecinas anunciando su llegada, quiénes eran y la ocasión del encuentro. La toma de contacto con los indígenas fue amistosa y de común acuerdo exploradores y autóctonos quedó fundada, al norte de Santo Domingo, la población de San Juan de los Caballeros, tanto por la condición de hidalgos ganada por todos los colonos como por la hospitalidad indígena. Pronto el núcleo de la colonia se trasladaría a un valle próximo pero más amplio, en la confluencia de los ríos Chana y Grande, fundándose San Gabriel, el 18 de agosto de 1598 (la segunda ciudad fundada en los actuales Estados Unidos, tras San Agustín de la Florida), capital durante diez años hasta la fundación de Santa Fe en entre 1607 y 1610 (Villa Real de la Santa Fe de San Francisco de Asís); desde entonces capital de Nuevo México.
En las proximidades de San Gabriel estableció la caravana su campamento de invierno hasta decidir por dónde proseguir la ruta; el invierno de 1598-99.
Era obvio que la pobreza de San Gabriel no podía ser el destino de una expedición tan amplia y costosa. Hubo conatos de revuelta, sofocados enérgicamente por Oñate y sus fieles, así como una deserción de cuatro soldados. Oñate designó a Gaspar Pérez de Villagrá, soldado y poeta, héroe de la historia de Nuevo México al cabo, para dar con ellos y traerlos de vuelta para ser juzgados. Tras una persecución épica por kilómetros de territorio indómito y desconocido, detuvo a dos que fueron condenados a muerte y ejecutados en San Gabriel.
Pero el malestar persistía y también las dudas sobre la conveniencia del proyecto. Por lo que Oñate, a imitación de su predecesor Pedro Castañeda de Nájera, quien refería maravillas a descubrir en aquellos lugares nuevos, se animó a buscar el atractivo de nuevas y mejores tierras, metales preciosos y perlas, para el asentamiento y la colonización.
Asentados provisionalmente en el lugar los nuevos residentes, Oñate envió comisionados a México en busca de refuerzos colonizadores y, a la vez, despachaba a sus oficiales para reconocer los confines y las posibilidades de la provincia. Vicente Zaldívar exploraba hacia el Este, teniendo el encuentro con los indios de Acoma, y él, al igual que otros predecesores, se dejó seducir por los cantos de sirena de la Gran Quivira (asentamiento indígena mencionado por Francisco Vázquez de Coronado del que no se ha vuelto a tener noticia, desde el que inició travesía descubridora hacia el Gran Cañón del Colorado García López de Cárdenas, primer europeo en documentar el paraje). Atravesó las montañas Manzano y, bajo la guía de José, el indio superviviente de la desgraciada expedición de Leyva de Bonilla, se internó a través de Oklahoma en las llanuras de los cíbolos, los búfalos de las praderas, dirigiéndose hacia el Sur después para alcanzar la actual Texas sin hallar cosa que se pareciese a la deslumbrante ciudad de los sueños de tantos conquistadores, la que inútilmente persiguieran Coronado, Castaño o Chamuscado.
Era el turno aventurero de Oñate, dirección al Oeste, con la idea de llegar al océano Pacífico. Cruzó el territorio de Arizona, encontró el río Colorado y siguió su curso, llegando hasta su desembocadura en el extremo del Mar de Cortés, lo que consideró un hallazgo geográfico prometedor como posible puerto para el abastecimiento de Nuevo México. A la vuelta, en el lugar llamado El Morro, en el occidente de Nuevo México, dejó impresa en una piedra una famosa inscripción: “Por aquí pasó el Adelantado don Juan de Oñate, al descubrimiento del Mar del Sur, a 16 de abril de 1605”. Cuando regresó a San Gabriel no traía plata ni perlas en las alforjas, pero sí un montón de narraciones fabulosas, contadas por los indios de aquellos páramos: gentes que caminaban sobre un solo pie; otros que se alimentaban con el solo olor del alimento, sin dejar excrementos; tribus cuyos miembros tenían una enorme oreja con la que se envolvían al dormir. Una buena colección de fantasías con las que esperaba ganar el apoyo de las autoridades virreinales. Pero después de seis años de asentamiento de la colonia, no eran precisamente leyendas fantásticas lo que el virrey deseaba oír.
Cinco meses duró la ausencia de Oñate de la base de San Gabriel, tiempo suficiente como para que los colonizadores, desalentados por no hallar las riquezas que esperaban, abandonaran en gran medida el poblado y regresaran a la seguridad de México. Oñate se había dado cuenta de la magnitud de las distancias, imposibles de afrontar con medios precarios y aún menos con urgencias. Desistió de llegar al océano de poniente en aquella ocasión, coincidiendo en el camino de regreso con su sobrino Juan Zaldívar, conviniendo ambos en intentarlo de nuevo en breve. Pero no sería posible a causa de un acontecimiento que la historia conoce como La Guerra de la Roca.
La vía que abrió Juan de Oñate, colonizador de gran valor y talento, constituye una de las principales vías culturales de los Estados Unidos, pues en la práctica las comunicaciones entre El Paso y Santa Fe trazan aquel primer Camino Real de tierra adentro. Durante siglos, este camino supuso la mayor vía de intercambio cultural y de mercancías, gracias a la cual las comunidades indígenas del Suroeste de los Estados Unidos de América mantuvieron sus tradiciones, consiguiendo una mejora sustancial en sus condiciones de vida que ha permitido su supervivencia hasta el presente.