Lo vemos y lo oímos: Esto es lo que hay. Aunque no queramos mirar ni escuchar: Esto es lo que hay.
Es lo que hay y, aún peor, lo que abunda y lo que más cunde.
Finalizado el preámbulo podría concluir el artículo habiendo dejado escrito, en apenas un párrafo, en dos frases sentenciosas, todo lo que me he dispuesto a contar.
Esto es lo que hay.
No obstante, hay más. Sí, hay mucho más contenido en tan estricto y excluyente envoltorio.
La entonación, por ejemplo. Cambia sustancialmente, expresado o leído, un: ¡Esto es lo que hay!, del: ¿Esto es lo que hay?; o, ausentes los signos de puntuación, al modo aséptico, en tono comedido pero muy, muy intencionado, una octava menos que grave, carraspeando el hablante, tendiendo a lo cavernoso, pincelado de autoridad morbosa, de siniestro egotismo, actuando con gesto estudiado, la boca hacia lo fruncido, en un susurro que cala: Es lo que hay.
Carece de trascendencia el delimitar el énfasis, la agudeza oral, el entorno seleccionado o el ámbito de correspondencia entre los implicados en la emisión-recepción. Es indiferente para la interpretación sincera, cabal y valiente, el incluir los signos de admiración, los de interrogación o la nada, el vacío, la brumazón, cual acompañantes de la sentencia. Qué más da si el protagonista del intercambio noticioso es una pregunta, una respuesta o la conjunción imposible de ambas.
El alcance de la denuncia que expongo consiste en señalar el nombre —los nombres— y el cargo —los cargos— de quienes utilizan esa forma de dirigirse al público o al privado para comunicar un hecho —unos hechos.
Pongo por caso, eludiendo una exhaustiva enumeración: Una prueba de cargo contra el ejecutor (el autor es otro, otros) del aviso a los terroristas, entorpeciendo decisivamente el desmantelamiento de su aparato extorsionador; la política de protección, refrendo y sustento a las tiranías que son y surgen allende los mares y las tierras; la pautada transformación social hacia la dependencia, vulgo sumisión, absoluta del poder político, patrocinada sistemáticamente por esos poderes fácticos que a su vez controlan, o, en su defecto, se alían desde el inefable quid pro quo al controlador; el desbarajuste, inepcia, perversión y subordinación a pintorescas reciprocidades, cómo no, de la acción-inacción en el planteamiento económico con o sin crisis, con o sin recesión en el horizonte; las arteras maniobras de las formaciones políticas, cimentadoras y guardianes feroces de su sistema de partidos, para disimular, encubrir o capear los embates y los envites tanto endógenos como exógenos.
En otras palabras, la mentira, el despotismo, la vanidad y el interés privativo de los grupos dirigentes, en sus diferentes terrenos, manifestados con cínico laconismo.
Dice el político juez al mostrar a las partes una prueba inválida, manipulada, una burla: ¡Esto es lo que hay!
Dicen las acusaciones: ¿esto es lo que hay?
Digo yo: Esto es lo que hay
Dice el adscrito al omnímodo poder político, vividor, empleado, adicto, asimilado, adjudicatario de cargos o prebendas: ¡Esto es lo que hay!
Dicen los afectados que se atreven: ¿Esto es lo que hay?
Digo yo: Esto es lo que hay.
Dice el que recibe lo que no debiera pero no rechaza ni suelta, aireando el sarcasmo del fementido: Esto es lo que hay.
Yo digo lo mismo, enfrentado y desde la oposición.
Hay más, mucho más de lo que aparece, se publica o incluso rumorea. Y todo esa información oculta, desvirtuada, suprimida o eliminada, de quererlo, obliga a pensar y decidir que no sólo es esto lo que hay.
Resumiendo, es lo que hay cuando por mandato de instancias y a través de múltiples portavocías con el guión aprendido, toda explicación, ante cualquier reclamación, inicia y termina en una muletilla, o estribillo, extraordinariamente elocuente: Esto es lo que hay.