La vida no es una ni igual para todas las criaturas que pueblan el planeta Tierra y su acogedora atmósfera. Hay vidas de varias clases cuya enumeración resultaría prolija y, a buen seguro, redundante para las conciencias y los intelectos que así puedan considerarse y no mero producto de la adición a la silueta antropomorfa. No obstante, pemítaseme el atrevimiento, clasificaré en dos los tipos de vida, o, y es equivalente, los tipos que viven una y otra vida: las (los) que tienden a la plenitud y las (los) que tienden a la vacuidad.
Cuál de ambas es más frecuente salta a la vista del que quiere ver y mirar. Quedándome en el concepto de vida, que integra el de los seres vivos-vivientes-vividores, decido que la primera, esa que tiende a la plenitud, escasea; mientras que la segunda, esa que tiende a la vaciedad, abunda.
Sin incurrir en presupuestos filosóficos, que a veces más que explicar complican el entendimiento, opino que la vida considerada en sí misma, exenta de sensaciones, desprendida de sentimientos, carente de reflexiones sinceras y profundas, se queda en anécdota; dicho de otra manera, no llega a convalidarse en categoría; dicho con mayúscula claridad, la vida aislada de espíritu es una historia contada por un indebido presuntuoso expendedor obsceno de vana palabrería con propósito de engaño.
Cuántos cuerpos con fisonomía humana atestiguan cotidianamente como aspiración sublime, e irrenunciable a costa de lo que sea, el disponer de todo sin esfuerzo; en lenguaje coloquial, el tener sin hacer. Claro que esa inacción no es como se pinta sino, y ejemplos sobran, que deriva en actuar demoliendo o acompañando necesariamente la tarea destructiva. Escribe Camilo José Cela a esta sazón: “Que la holganza cría holganza y la pregonada vocación del holgazán es pedir más jornal y menos jornada; por eso los países van de cabeza, aunque eso no suela importarle demasiado a nadie.” A lo que, modesta y respetuosamente, añado: el arribista, vulgo vividor, a cambio de bulla y desmán, disciplinas sociales de nulo currículum académico, por los cauces previstos obtiene el favor de patrocinadores munificentes cuya ambición en la vida es controlar y dirigir la del resto de los congéneres.
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La vida, por lo general, acaba siendo breve. Quien más, quien menos, suplicaría una prórroga sine díe cuando acecha el desenlace. Hay vidas que pasan volando, que siendo ajenas se añoran y bendicen; hay otras, ajenas también, a las que no hay manera de ver el cierre.
Metafóricamente, un instante es una vida y viceversa. Si la vida es un instante, cuán largo es el de algunos, cuán gravoso, cuán aniquilador para cuerpos, almas, loables iniciativas y haciendas. Cuán breve, en cambio, el de algunos bien distintos de los anteriores; son sus vidas plétoras de gratificantes acciones a las que ha faltado tiempo; a las que ha faltado ese tiempo que a las vidas repelentes sobra.
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Me gustaría, a sabiendas que es demasiado pedir, que muchos de los vivos dejaran su postración equivalente a una muerte en vida, un pasar adocenado con pena y sin gloria; porque llegado el trance de tomar partido, si por fin asoma la dignidad, aun teñida de utilitarismo, de lo perdido se recupera un tanto nada desdeñable; más vale empezar poco y tarde que mal o nunca.
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Para mí la vida tiene un sentido máximo o principal: el de elegir, el de poder y saber elegir. Cuesta, es verdad; pero resulta plenamente satisfactorio.