Presas en la fascinación se inscriben algunas visitas a hogares que son y no son desconocidos. La mirada intrépida y errante sobre lo superfluo decorativo, también sobre lo superfluo utilitario y sobre todo aquello cuya función es obvia y transferible al gusto y a la necesidad.
Acompañado siempre el pausado recorrido, deferentemente sosegadas las extremidades, por el anfitrión o por uno de los anfitriones que suele requerir amable, nimbado de humana curiosidad con destellos de tolerable vanidad, la opinión, incluso el criterio y hasta el juicio ante esto o lo otro: “¿Le gusta? ¿Te gusta?”
Si gusta se prodiga el elogio y se avanza en la reseña histórica del objeto. Si no gusta o no se aprecia de la misma embelesada manera que dispensa el propietario, albacea o usufructuario, se acude a la educada asepsia como medio de tránsito.
Si gusta lo que encarecidamente se muestra, la sinopsis tiende a la historia y ésta al relato. Agradable pormenor que entretiene la velada en uno de sus ociosos tramos.
Luego, establecido el límite de la muestra, con una apagada claridad que es juego de ocaso todavía renuente a la luz eléctrica, la anfitriona —la recuerdo como si fuera hoy— abría a mi expectación cómplice el cofre del tiempo que encierra el pasado bueno.
“Escucha. Escuche.”
Voces de memoria impresa, de memoria gráfica, de memoria ornamental; de memoria, de evocación. Voces que cuentan sucedidos gozosos, que describen paisajes e interiores, que revelan una sinfonía concertante de melodías y colores.
“Le apetece tomar… Te apetece…”
La mirada sigue la narración afirmándola, contrastándola, otorgando el certificado de posibilidad.
La mirada retrospectiva es un puente de locuacidad íntima: habla pero no dice; ni falta que hace. Qué sabrá el hoy del ayer. Qué imaginará del mañana y a quién le importa en tan agradable compañía. Velada recoleta.
“Así es. Así fue.”
En el futuro, de llegar a él, transcurridos años o muchos años, activada la memoria un día cualquiera por cualquier circunstancia que la vida, si se vive, depara, cumpliré como gentil invitado a la retomada cita con las escenas antiguas. Sujetas a la voluntad por retenerlas. Y un suspiro idéntico al de mi anfitriona, y una expresión vibrante como la del anfitrión o los anfitriones, alcanzarán la cima de la nostalgia.
¡Qué sabe el hoy del ayer!
Ufana nostalgia de los buenos tiempos.
Nada sabe el uno del otro; ni nosotros de ellos.
“¿A qué se refiere? ¿Qué quieres decir?”
No importa.
Ha sido un placer que prolongo.
Mucho es.