Sentencias canallas.
Hay fechas que no se olvidan, entre otros motivos porque no existe el deseo de arrojarlas fuera de la memoria a causa de un desahucio pactado, legítimo y oportuno, o de una renuncia a conservar vigentes y didácticos ciertos episodios que en poco o en nada sirven al propósito de vivir.
—¿Para qué cargar con lastres innecesarios?
—Es verdad, qué tontería eso de acumular desechos, rémoras que coartan el paso y las ideas.
—Lo que yo digo.
En cambio, otras fechas cuentan y mucho sobre lo que pasó y lo que dejó de ser. Aunque, quizá, habría que decir que esas fechas controvertidas, silenciadas o difuminadas en ámbitos de decisión manifiesta y, contra viento y marea, reivindicadas por un grupo humano fluctuante, valeroso y desconcertado, al margen de la oficialidad institucionalizada, lo que enseñan es el punto exacto desde el que dio inicio una nueva etapa y se puso fin a una etapa que para los propósitos ulteriores y bien trazados de los que pueden cambiar símbolos y voluntades, sin riesgo de condena o contestación cívica de peso a corto o medio plazo, era molesta, un obstáculo, un estorbo a sacudirse y un testimonio a extinguir.
Felio mira y escucha. En el atardecer que avanza la primavera, azuleando el cielo y con el aire renovado en franco acceso a la cámara de los prodigios -que así define el viajero impenitente al cuerpo humano de la cabeza a los pies-, el canto de los pájaros urbanos de vuelo corto y rápido, de aguda visión e instinto a prueba de bombas, armoniza con el sentimiento de que la mayor y la mejor oposición al silencio pervertido y al oscurantismo concertado es seguir en movimiento hacia la meta.
—Flexible como rama de fresno para que las inclemencias no quiebren el espíritu emprendedor, convencido de la ruta cual ave migratoria.
—Es una forma poética de expresar el firme propósito y la decidida voluntad de llegar donde a uno le esperan sin medir el tiempo.
A resguardo y bien situados, los ideólogos de la alevosía delinean y esgrimen por riguroso turno de conveniencia. Perdido el miedo al señalamiento y embadurnados de impunidad, siguen a tiro de mirada y a golpe de denuncia, acusando al prójimo rebelde de conspirar, de reproducir vez tras vez el mismo drama alentando una memoria percutora.
—Digo yo que todo atentado terrorista implica una conspiración.
—Eso parece —acompasa Felio.
—Es evidente, digo yo, que son autores y únicos conspiradores quienes del crimen se valen y benefician.
—Lo mismo digo, por evidente y juicioso.
Pleitos tengas y los ganes, advierte la sabia voz del jurista avezado. No por cumplir los preceptos o adecuarse al canon procesal, la razón cae del lado debido; hay factores que modifican las conductas de los juzgadores y que antes alteraron las de los legisladores. Pero, por si acaso, recomienda la prudencia, ni usted ni yo destruyamos pruebas para impedir la investigación de un delito; tampoco, y no vale acogerse al ímpetu de la dignidad, ocultemos o falseemos las pruebas que conducen al esclarecimiento de la verdad. Tales cometidos están patentados; y a ese registro, incluso para asfixiarlo en el humo del fuego purificador, no tiene entrada cualquiera.
Por fortuna para el observador de acontecimientos, a la noche le sucede el día y es como si todo renaciera. Una ilusión.