Desde mi atalaya veo pasar casi todo lo que a ella se asoma.
María Luisa Villalba: Crisis.
Han sido miles los sonidos que han deambulado por el tramo de calle que atisbo a diario; miles los vehículos circulando en el sentido de la marcha permitido, alguno, al que no supongo intención, ha incumplido la norma y el civismo. Un civismo no pocas veces roto por acciones descorteses, deshonestas, obscenas e innecesarias.
Muchos han sido los paisajes vistos, y vividos, desde mi limitado otero; tantos como las voces que los contaban cual ráfagas de un aire a veces viento a veces calma chicha.
Desesperante uniformidad me han reportado las predecibles horas del pasado contempladas ahora, enjuiciadas sin justicia. Mis ojos, acostumbrados a ver la misma parcela de mundo, forman parte del estricto, mate, mobiliario; condenados a vagar en la estrechez de un pasillo de ida y vuelta metódica. Ellos registran para mí el andar cansino, avejentado, de un proceso irreversible. Llegará antes o después, con o sin compañía. ¿Apoyaré mi brazo en ese otro? Es una interrogación proscrita.
Desde mi atalaya, a veces triste, a veces dichosa, observo casi todo lo que transita o permanece a distancia visual. Asuntos mundanos y escaparates renovados de tanto en tanto. Nunca fue todo visible, cierto, pues no recuerdo haberme visto mirando mientras me invadía la satisfacción, el pesar o la nostalgia y poder contarlo.