Urbanismo
La uniformidad en el urbanismo de las ciudades hispanoamericanas, su exactitud en el trazado y su gran plaza mayor situada en el centro neurálgico de la vida ciudadana, es una constante desde el sur de los actuales Estados Unidos de América hasta el confín patagónico.
Fueron las ciudades de las Antillas las primeras en mostrar una traza uniforme, que luego constituyó norma urbanística en todos los núcleos fundados.
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En España fue ejemplo original de urbanismo en damero el campamento de Santa Fe, lugar establecido por los Reyes Católicos frente a la ciudad de Granada para culminar la Reconquista. Santa Fe se orientaba de acuerdo a los puntos cardinales, mientras dos calles principales cruzaban la plaza mayor; el campamento militar conformaba unas manzanas regulares, plaza central, cuatro puertas de acceso y salida a la ciudad y calles interiores estrechas. Santa Fe tuvo enorme influencia en la concepción de la nueva ciudad de Hispanoamérica, Santo Domingo de Guzmán, matriz y modelo de las que vendrían después. La siguiente ciudad que respondió al trazado reticular fue Santiago de Cuba.
La pauta cuadriculada alcanzó rango legal con las Ordenanzas de nuevas poblaciones de 1573, dictadas por Felipe II. Según las Ordenanzas, las calles debían trazarse a regla y cordel, con manzanas de igual tamaño y calles cruzándose en ángulo recto, suprimiendo una o dos cuadras para crear la plaza mayor, centro neurálgico de la ciudad. La planificación urbana española aplicó un patrón fijo a las numerosas ciudades fundadas cuya huella se mantiene. Se generalizó una fisonomía urbana diáfana, lineal y luminosa, en lugares llanos y abiertos, dando fácil camino a las caballerías y hacia los campos de labor, coadyuvando todo ello a protegerse en caso de amenaza. La ciudad hispanoamericana eliminó las revueltas y los recovecos característicos de las urbes medievales.
La ordenación a escuadra facilitaba el crecimiento urbano de manera estable, eludiendo la anarquía en la edificación futura. En realidad, los españoles impusieron para las ciudades en el Nuevo Mundo idéntico racionalismo, sencillez y sobriedad no exenta de grandeza que aparece en el monasterio de El Escorial.
La concepción urbanística hispana en América, inspirada en el estilo renacentista español, es una seña de identidad perenne.
No obstante, las condiciones topográficas y el carácter de la urbe determinaron el trazado tanto como la función. Se distinguían en Hispanoamérica entre ciudades político-administrativas, correspondientes a las capitales de los virreinatos; las agrícolas y ganaderas, el grupo más numeroso; los centros mineros, destacando Potosí y Zacatecas; las ciudades portuarias; los establecimientos militares o presidios, abundantes en el norte del virreinato de Nueva España; y los conjuntos religiosos, como los pueblos-hospital y las reducciones de los jesuitas.
En 1630 ya se habían fundado trescientos sesenta núcleos urbanos, incluidas capitales que en adelante alcanzarían renombre: México, Bogotá, Lima, Quito, Asunción, Panamá, Guatemala y Santiago de Chile.
La fundación era el título jurídico que consolidaba y daba forma legal a las posesiones de los descubridores y conquistadores en nombre del rey. Se fundaba para dominar el terreno, para establecer avanzadas y asentamientos y, en última instancia, para constituir un Cabildo que, dando validez jurídica a las conquistas las convalidaba en territorio de colonización y a los soldados en colonos. Las Ordenanzas de Felipe II dictaron normas precisas sobre el modo de fundar ciudades.
A continuación de la fundación física, incluyendo el trazado urbano, y la distribución de las tierras adyacentes, se elegía el órgano rector que era el Cabildo. El capitán que había tomado posesión en nombre del rey o la Corona de España de ese lugar, investido de autoridad nombraba entre los ya vecinos a los dos alcaldes, los regidores, el alguacil mayor y el escribano; esta nómina política, administrativa y burocrática iría creciendo a medida que se desarrollaban las ciudades.
La plaza mayor en la América española es el centro de la ciudad en todos los aspectos, a partir del cual deriva el resto de la urbe. En la plaza mayor se hallan los edificios principales —iglesia, Cabildo y palacio del gobernador— y enlazan las calles contiguas.: la función primera de las plazas mayores de América era la defensa contra los nativos, por eso se denominaban plazas de armas, y en ella se erigían la picota o el rollo de justicia y se realizaban los alardes militares.
El comercio tuvo su papel fundamental en la plaza mayor; para facilitar esa actividad se rodeaba de soportales. También fue manifiesta en la plaza mayor la reunión de los vecinos.
Las ciudades hispanas fueron el instrumento articulador del Imperio español y la plaza mayor el eje impulsor de las ciudades; con su latido constante y pulso diario, en las plazas se tejió por completo el mundo hispánico.
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Las disposiciones de los cabildos americanos atendieron primordialmente a la salubridad del asiento urbano, al suministro regular de agua potable y a la imposición de conductas cívicas para la buena convivencia vecinal.
A partir del siglo XVII adviene el interés por embellecer aquellas ciudades primigenias, elementales, que fueron creciendo en extensión, servicios y habitantes. En las grandes ciudades americanas brotaron las alamedas, los ajardinamientos, las fuentes públicas, los monumentos; y a la par se multiplicaron los funcionarios y sus misiones ejecutivas, legislativas y judiciales.
Arquitectura
El paseo por las ciudades y pueblos de Hispanoamérica refleja el estilo y las costumbres españolas. Los azulejos en las fachadas, las ventanas enrejadas, los artesonados de madera, las fachadas y paredes encaladas, los tejados de teja roja y los escudos en las casas nobiliarias, son característicos en las dos orillas. La visita a las ciudades y pueblos de Hispanoamérica ofrece un extraordinario mosaico de todos los estilos arquitectónicos peninsulares y de todos los ambientes hispánicos.
De igual manera es visible y constante la influencia autóctona de los materiales y los hábitos de vida nativos en la arquitectura.
La arquitectura civil de la primera época en el Nuevo Mundo estuvo determinada por la construcción de casi fortalezas que protegieran a los colonizadores de los indígenas aún en trance de apaciguamiento y cristianización. Cuanto más al norte mayores fueron las precauciones debido al carácter belicoso de los nativos; por eso se erigieron los presidios, establecimientos militares generalmente cerca de las misiones, que a su vez tendían a fortificarse.
Muestras notables de la arquitectura civil hispana son las casas de Diego Colón en Santo Domingo y de Hernán Cortés en Cuernavaca: el diseño de ambas aúna elementos árabes y románicos y guardan estrecha relación con edificios peninsulares. También los ayuntamientos a los dos lados del Atlántico se asemejan, puesto que el ayuntamiento de la localidad conquense de San Clemente fue tomado como modelo por Felipe II: pórticos en la parte baja y una galería balconada en la superior, un recinto porticado al nivel del suelo y un corredor en la segunda planta, abierto a la plaza.
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Casa palacio de Hernán Cortés
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Las casas coloniales de encomenderos, comerciantes o altos funcionarios, respondían a un patrón constructivo en el que confluyen los elementos múltiples de las civilizaciones españolas. A la casa se accede por el zaguán, ideado para combatir el calor; el patio, espacio donde penetra la luz y refresca la vivienda, resalta con las fuentes, las plantas, los corredores y el embaldosado; las ventanas pequeñas, las fachadas blancas, la oscuridad interior que aísla del calor y conserva el fresco, y las rejas de cerámica. El esquema se duplica con un segundo patio que estructura el alojamiento de la servidumbre y con un tercero destinado a las cuadras y los huertos; la planta baja de la vivienda se dedica a despachos y oficios, reservada la superior para salón y recámaras o habitaciones.
La vivienda de clase media responde a lo descrito, pero más reducida y modesta.
El otro gran diseño de vivienda española que pasó a América fue el de la casa norteña, de zona fría y lluviosa. Es una vivienda grande, maciza, en tonos oscuros, sin patios interiores; un recinto estudiado para retener el calor y combatir el frío.
Sin embargo, en ambos tipos de vivienda subsisten los elementos de la arquitectura civil española cual son las rejas en las ventanas, los azulejos, el uso del hierro, las tejas rojas para los techos, el empleo de madera en ventanas y techos y las celosías. También la fachada blasonada proclamando el origen noble o hidalgo de la familia, con una apariencia de corte indiano en su exuberancia barroca.
Un tipo de vivienda de expresión genuinamente popular es el español corral de vecinos que en Nueva España se llama vecindades y en el virreinato del Perú callejones y conventillos; respondiendo al esquema de la vivienda andaluza.
En la arquitectura del Suroeste de los actuales Estados Unidos, que corresponde a la zona septentrional del virreinato de Nueva España: California, Arizona, Nuevo México y Texas, se aprecia la influencia nativa en los materiales y el estilo. Y es que la arquitectura descubierta por los españoles aquí se asemejaba mucho a la de los pueblos españoles, y de ahí el apelativo de indios pueblo a los habitantes del territorio.
El adobe utilizado por los nativos en la construcción fue completado al modo español, con ladrillos de barro y paja secados al sol; el hogar o chimenea, que los nativos situaban en el centro de la estancia, los españoles lo colocaron en un rincón; se incluyó la madera en puertas, marcos de ventanas, artesonados y vigas de sustentación; se engrosaron las paredes para resistir el calor y con tal fin se introdujeron los corredores; se añadieron arcos, patios, estucos, tejas, hierros, celosías y el horno de pan; mientras que de los nativos se conservó el diseño redondeado, sin apenas ángulos rectos, en la estructura de las viviendas y el tono tostado del revestimiento. Un estilo que con el devenir de los siglos ha ido cobrando auge de California a Florida, definido como español.
La arquitectura religiosa es distintiva de la civilización española y ocupa el lugar de honor por la competencia surgida entre las órdenes religiosas establecidas en América, que poblaron el continente de catedrales, iglesias, edificios religiosos de enseñanza y práctica y conventos.
Las primeras edificaciones religiosas, erigidas con urgencia, fueron las capillas, recintos improvisados, la mayoría cobertizos de paja y barro donde entronizar las imágenes de Cristo y la Virgen, predicar a los nativos y exhortarlos al bautismo.
El siguiente paso fue el de erigir iglesias con el doble carácter evangelizador y defensivo, fortificando el espacio de culto. Eran de planta basilical para albergar el mayor número de fieles, al estilo de los primitivos templos cristianos; para después robustecer la arquitectura originando un templo-fortaleza, muy extendidos en el México del siglo XVI. Las ciudades americanas no se amurallaron, sin embargo abundaron en la Nueva España estos templos-fortalezas, uniendo lo religioso a lo defensivo.
Muestras de edificios religiosos fortificados son la iglesia de Tepeaca, con un camino de ronda que rodea su muralla; los conventos de Acolman, Ixmiquilpan, Actopan y Huejotzingo; el convento de Zacualpan, a modo de castillo; el convento de Atlizco, semejante a un recinto militar. Estos y otros monasterios e iglesias disponían de elementos arquitectónicos militares: matacanes, garitas, troneras y saeteras. El temor a los levantamientos nativos se disipó a finales del siglo XVI.
Convento de Zacualpan
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El caso de las misiones ubicadas en el norte del virreinato de Nueva España es paradigmático de la doble tarea evangelizadora y defensiva. Se construían algunas como plazas fuertes, solo hay que ver la de Valero en San Antonio de Tejas. También las misiones situadas en la frontera con Brasil hubieron de adoptar salvaguardias para protegerlas de las incursiones de los esclavistas portugueses.
Misión de Valero en San Antonio de Texas
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El edificio religioso atrajo al nativo americano igual que obraba la música y el teatro. Pero como al nativo le desagradaban los espacios cerrados, se buscó la solución de las capillas abiertas, llamadas de indios, donde el sacerdote oficiaba desde un altar cubierto, adosado a la propia iglesia o en un balcón, y la multitud asistía al culto en un gran patio exterior o atrio cercado. Hoy es posible comprobar ejemplos de esta religiosidad primitiva, abierta y popular, en Metztitlan, Tlahuelilpa, Tepeji, Cuernavaca y Coixtlahuaca.
Otra novedad novohispana fueron las capillas denominadas posas, aquellas levantadas en las cuatro esquinas del atrio: pequeños templetes construidos en piedra, ampulosamente decorados. Las capillas posas servían para que las procesiones de Semana Santa detuvieran su marcha, hicieran una parada, pues los atrios eran espacios procesionales.
La competencia entre las diferentes órdenes predicadoras motivó una gran construcción de edificios religiosos. Cada orden presentó en los edificios las características que la definían, desde el corte austero franciscano al esplendor y la magnificencia de los agustinos.
Catedral de Cuzco
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Catedral de Lima
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Las primeras construcciones religiosas fueron dirigidas por los propios frailes o personas algo entendidas sin llegar a ser profesionales. Al cabo se incorporaron los maestros titulados, siendo el mejor exponente el trujillano Francisco Becerra ya famoso en España antes de instalarse en América. Obras suyas son las catedrales de Lima y Cuzco, los conventos de Santo Domingo y San Agustín en Quito, y la dirección de la catedral de Puebla, de traza escurialense. Seguidor de Becerra fue el también trujillano Martín Casillas.
Otros arquitectos dignos de mención fueron el burgalés Claudio de Arciniega, el más importante del siglo XVI y de estilo renacentista; y el granadino Lorenzo Rodríguez, de estilo barroco, que fusionó los esquemas españoles con los aportes nativos originando el magnífico barroco hispanoamericano.
En la arquitectura virreinal española se volcó toda la capacidad artística de los reinos indianos; por encima de la que gozaron las artes pictórica y escultórica. Esta arquitectura desarrollada en el Nuevo Mundo hispano llegó a ser de mayor enjundia que la habida en la península, aun siendo esencialmente española en todos los órdenes y estilos, puesto que a partir de los mismos moldes derivaron hacia soluciones novedosas en Hispanoamérica. El diseño arquitectónico que fue implantándose en la América española respondió en líneas generales a la cristianización del continente.
Catedral de Santo Domingo
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Convento de San Agustin en Alcoman
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Hasta que Hispanoamérica consolidó su personalidad arquitectónica, que es la del barroco, los estilos vigentes fueron los heredados de España, a saber: románico, gótico, herreriano, isabelino, plateresco o mudéjar; que irrumpieron simultáneamente en el Nuevo Mundo. De ahí que pueda observarse en un mismo edificio diferentes muestras arquitectónicas, por ejemplo en la catedral de Santo Domingo con su amalgama de gótico tardío, isabelino, plateresco y mudéjar.
El estilo plateresco tiene ejemplos meritorios en el convento de San Pablo de Yuriría, la citada catedral de Santo Domingo y principalmente la iglesia de San Agustín de Acolman, que ofrece la novedosa solución de la fachada-retablo y un claustro a dos niveles. La fusión del plateresco con técnicas autóctonas destaca en la portada de la iglesia de Cuitzeo y en la casa de Francisco Montejo en Mérida, obra de arquitectura civil.
Casa de Francisco Montejo en Mérida
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El estilo mudéjar, de evidente influencia en América, fue un ascendiente para los edificios civiles y religiosos. Mudéjares son muchas cúpulas revestidas con azulejos, los pilares octogonales de la primera época, los artesonados de madera que sustituyeron a las cúpulas; estas primorosas techumbres se conservan en las ciudades de Sucre, Tunja, Bogotá o Quito, y en el templo mejicano de San Francisco de Tlaxcala. Asimismo, concretamente en la arquitectura civil, aparece el mudéjar en los revestimientos de muchas fachadas y en la capilla real de Cholula.
El diseño mudéjar se hizo presente en el arte hispanoamericano por excelencia que es el barroco, apreciable en la portada de la iglesia de San Lorenzo en Potosí.
Convento de San Francisco en Tlaxcala
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Capilla Real de Cholula
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Iglesia de San Lorenzo en Potosí
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El diseño herreriano dejó menos estela, pero notable en la testera de la catedral de México, en el claustro del convento mejicano de Guadalupe y sobre todo en las cuatro torres que rematan los cuatro ángulos de la catedral de Puebla.
A finales del siglo XVI se materializó la necesidad de erigir grandes catedrales para otorgar la relevancia debida al catolicismo. Aparecen entonces los arquitectos profesionales como Francisco Becerra, Martín Casillas o Claudio de Arciniega, con trayectoria artística en la península, que trasladaron a la arquitectura hispanoamericana los modelos netamente españoles.
Las catedrales hispanoamericanas se inspiraron en el patrón de la española catedral de Jaén, obra del arquitecto Andrés de Vandelvira; su tipo de planta rectangular con cabecera plana resurge en las catedrales mejicanas de Ciudad de México, Puebla, Mérida, Guadalajara y Oaxaca, y en las peruanas de Cuzco y Lima.
Al disponer de un amplio espacio para edificar, comprobado en el urbanismo de las ciudades, las catedrales hispanoamericanas presentaron unas naves de profundidad sensiblemente mayor a las de la península. El resultado es que el altar se situaba lejos de los fieles, muy del gusto nativo. La masa indígena posibilitó erigir el cuerpo básico de monumentos gigantescos, y sobre esa estructura se aplicaban los artesanos en zonas sensibles como las fachadas, las arquerías, las portadas y la decoración.
Arte barroco
La creatividad artística hispanoamericana está representada por el barroco.
En la literatura, en las artes y en la arquitectura se manifestó el barroquismo dando imagen al mestizaje. A través de los moldes traídos de España fueron incorporándose en la América hispana las expresiones de las diversas culturas autóctonas.
El barroco facilitó que se fusionaran el estilo arquitectónico español y el estilo decorativo exuberante y naturalista indígena.
Las grandes materializaciones del arte sacro barroco atrajeron a los nativos. Muestras palmarias de la relación entre los elementos y motivaciones figuran en las iglesias de la Compañía de Jesús en Arequipa y Quito, en la iglesia de San Lorenzo en Potosí y también en esta ciudad la fachada de la iglesia de San Bernardo. Los materiales fueron la piedra, el yeso de diversos colores, la tintura de almagre, el ladrillo con revoque blanco, el azulejo policromático y la piedra volcánica roja; y se aplicó el estípite en sustitución de la tradicional columna salomónica, convirtiéndose en una de las piezas maestras de la decoración barroca. En México son cuatro las joyas del barroco hispanoamericano: el sagrario de la catedral capitalina, el convento de Tepozotlan, Santa Prisca de Taxco y Santa Rosa de Querétaro.
Fachada de la Iglasia de la Compañía de Jesús en Arequipa
Altar mayor de la Iglesia de la Compañía de Jesús en Arequipa
Cúpula de la Iglesia de la Compañía de Jesús en Arequipa
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Sagrario de la catedral de México
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Altar del Sagrario de la catedral de México
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En el interior de los edificios religiosos prolifera la decoración barroca del Nuevo Mundo, admirable en las misiones bolivianas de Chiquitos; en la capilla del Rosario en el convento quiteño de Santo Domingo; el retablo de la iglesia de Andahuayllas, en Cuzco; el interior de la iglesia de Santo Domingo, en Oaxaca; el interior de la iglesia de Santa María de Tonantzintla en Puebla, municipio de san Andrés Cholula; las estancias internas de la iglesia de San Francisco y del convento de la Merced, ambos en Quito; el púlpito de la iglesia de San Blas y la puerta de la iglesia de la Compañía de Jesús, en Cuzco ambos; o en el santuario de Ocotlan, en Tlaxcala.
Iglesia de Santa María de Tonantzintla en Puebla
Altar mayor de la Iglesia de Santa María de Tonantzintla en Puebla
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Convento de la Merced en Quito
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La pintura y la escultura acompañaron artísticamente a la arquitectura en los retablos, en las fachadas, en los coros, en los púlpitos y en las pilas bautismales.
En pintura predominó la escuela sevillana y pintores como Francisco de Zurbarán, muy imitado en Nueva España.
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Las capitulaciones de Santa Fe