Adivíname sin pronunciar palabra. Mi estricta confidencia es una incitación a la despedida.
Adivinadme sin estorbar a la hora del recogimiento. Llueve, también la lluvia es viento; la danza del viento es llama que llama. Dentro estoy yo, estoy dentro. Estoy. Cuelgo de mis raíces. Soy un adorado peluche, sílfide protectora de la infancia, que ata la lengua a su experiencia.
Solicito a la más alta instancia que la fantasía me invada.
Haceros a un lado, dejad paso a esta confesión sincera y serena. Necesito espacio para buscarme y un lugar, donde sea, para envolverme con el manto de mi memoria.
Heinrich Füssli (o Fuseli): El silencio (1799).
Puedes creer que te ignoro o que soy víctima de la ignorancia que he cultivado un día y otro, y otro día que también cargo a mi espalda, cuyo peso, gran peso, empuja mi cabeza al regazo. Soy ignorante de mi ignorancia. Elijo el olvido. Hazme sitio fuera de la provocativa imaginación.
Yo os nombro con la boca tapada. Atesoro una larga serie de reproches y halagos, intercambiados, mientras la conciencia ajena, tal vez la mía os imita, debate sobre qué oculta mi levedad.
¿Sonríe, llora, medita? ¿Sonrío? ¿Lloro? ¿Medito?
Siento el peso de la gravedad. ¿Me abruma?