En esto de ser preguntado y responder me avala alguna experiencia. Tiempo ha que mis palabras, escritas o habladas, circulan por los diversos ámbitos de la comunicación pública, satisfaciendo las peticiones que desde cualquier procedencia, siempre que el ánimo de los entrevistadores sea el estricto de la propuesta aceptada, me han sido remitidas.
También, aunque circunscrita a la esfera privada, he ejercido la noble y pedagógica tarea de formular cuestiones para obtener la correspondiente información en la medida exigente del planteamiento y, llegado el caso, publicarla a partir del acuerdo entre las partes.
No concibo la comunicación sin reciprocidad. Mientras unos hablan, otros escuchan; y viceversa al cabo, es lo deseable.
Quiero saber. Me gusta aprender para aplicar ese conocimiento alrededor, y que llegue lo más lejos posible pues, en los casos elegidos, viene de muy lejos y merece la difusión que el empeño le concede.
Para saber hay que averiguar, hay que preguntar, hay que comprometerse de manera sincera y leal con las respuestas.
A través de la libre expresión, mejor si es sincera, concisa en el grado adecuado inteligible, se llega a conocer las diferentes causas o los diversos motivos que han determinado la actuación del preguntado. Por este sencillo método, de eficacia probada, importantes voces han quedado registradas en el voluminoso libro de la historia para los buscadores de la ciencia y la letra.