La satisfacción de complacer desliza en los sentidos una estela aromática. Es la flor de loto, talismán en el que irradia el Sol; es la planta del papiro con la que se trenzan los cestos; el aciano, el jazmín y la mandrágora son perfumes que armonizan el fervoroso ritual.
Portadora de ofrendas, procedente de Assiut, XII Dinastía, hacia 1800 a.C.
Donosura en el andar, gracioso el talle. La flor de la canela fue después, encantadora, entrañable, con sucesivas versiones la letra; antes, en tiempos que parecen remotos a la percepción humana, cantó el poeta a la flor del loto azul. Despierta al amanecer la flor de la devoción, se abre y guía la cadencia vivificante del astro regio hasta el purpurado crepúsculo, también fragante, recoleto el altar con los presentes alineados al círculo de la magia.
Del hogar al templo circula una corriente de místico entusiasmo, anónimas las portadoras de ofrendas, elegantes y esbeltas, animadas de un placer servil que gana la recompensa.
Portadora de ofrendas, proveniente de la tumba 280 de Tebas, XI Dinastía, hacia 2020 a.C.
Se da lo que se tiene y unas pizcas de voluntad diestramente espolvoreadas. Las porta ofrendas trasladan las dádivas que permiten el sustento cotidiano: pan, cerveza, frutos, productos de la granja, del huerto, del suelo cultivado, caza y pesca. Es un trueque ancestral: lo mío por lo tuyo y todos contentos y en paz.