La racionalidad a la espalda avisa que los aparecidos son cosa del desvarío.
Las horas oscuras suelen traer visiones que el común de los mortales interpreta como pesadillas, simples aunque molestos malos sueños producto de variadas circunstancias, más que como augurios. A saber dónde está la verdad.
Claro que uno tras haber vivido un sueño que asusta es libre de pensar lo que guste. Por ejemplo, que somos carne de cañón; por ejemplo, que somos objeto de burla; por ejemplo, que pese a las apariencias no somos nada.
Francisco de Goya y Lucientes: Vuelo de brujos (1797-98).
Seamos o no seamos, el miedo ha quedado dentro y acompañado del recelo. Porque a lo mejor eso que parece imposible, una diablura de la imaginación, puede que únicamente sea improbable; con lo que de la ficción a la realidad ya se dibuja un puente.
Mira tú por donde si al cabo los fantasmas y las brujas y las apariciones y los espíritus son dados a los juegos que todos hemos jugado vivos y coleando en diferentes etapas.
De ser así, habrá que pensar muy despiertos, bien espabilados, que esos seres que son y no son llevan ventaja; es decir, que ven lo que no vemos, que saben lo que no sabemos y que se dejan ver cuando una indigestión, un desasosiego, demasiados deseos insatisfechos y otras aspiraciones en revuelta, permiten su paso para cobrar protagonismo.
A lo mejor alguno de esos seres mitificados por la falta de constatación, bien informado y con estilo comunicador, trae noticias de ese más allá bullicioso y chancero.