El caso había quedado en tablas. Otro empate. Menos trabajo para el órgano judicial y una minuta aceptable para el letrado dadas las circunstancias.
Es lo mejor, se dijo. Solo en casa.
Junto al duplicado del recibo por la cantidad percibida y la carta con la copia de las estipulaciones del pacto, destacaba sobre la mesa del comedor una botella de gaseosa por abrir y una copa de fino cristal.
Su conciencia ya no le reprochaba como en otro tiempo, le dejaba actuar sin amenaza de conducirle al banquillo de los acusados. Pero a cambio de un silencio cómplice le huroneaba sañudamente las paredes del estómago. Los brindis por los empates debían ser comedidos y las celebraciones recatadas, a diferencia de entonces, cuando cada acuerdo era apostillado por unos satisfactorios días de hotel en buena compañía.