Hace la mujer balance privado de lo que fueron sus bienes. Atesorados en un cofre de mano, tomados con delicada nostalgia en el episodio de la despedida, la mujer revela su condición humana en un marco íntimo; es ella consigo misma y una testigo, de suma confianza, que acompaña el último tránsito sumisa, fiel y obediente.
“Esto…, esto… ya no.”
Estela funeraria griega: Hegeso se despide de sus joyas (h. 410 a.C.).
Recuerda la mujer su historia. En sus facciones se muestra la concentración del inventario final, aunque apenas se atisba la huella de la aflicción. Puede más la incertidumbre del nuevo destino —“¿Qué va a ser de mí?”— y el dolor por la ausencia —“¿Cuánto dejo?”—, que el vértigo ante el abismo.
Piensa que lo inevitable ya ha llegado y no cabe si no una resignada aceptación, y partir con el espíritu, único equipaje, pues lo material no cruza la frontera.
“Me llevo lo que he sentido… Es mío para siempre.”
La mujer se pregunta si es posible llevarse, más allá de lo conocido, otra cosa que aquello sinceramente sentido. Le conmueve la pregunta, guarda silencio y contempla la memoria de su pasado.