La libertad de contratación, llevada al acuerdo con uno de los dos negociadores sublimes sobre los que la humanidad guarda memoria y culto versátil, depara situaciones exclusivas; también pintorescas con inclusiones dramáticas. Este negociador con el que el trato es poco menos que clandestino, que por viejo le viene la sabiduría, que tararea el estribillo de su canción preferida: Todo tiene su precio, ofrece privilegios y tentaciones a la carta, inmediatos en el uso y disfrute y con plazo de amortización eterno si el aval es solvente.
La eternidad no puede ser más larga que un trance amargo, que un desespero enquistado, se piensa en caso de apuro. ¡Venga ya la solución que lo que cuenta es el presente!
Es una transacción sin paliativos a posteriori, recuerda la parte ofertante, con la satisfacción garantizada durante el tiempo estipulado.
Mariano Fortuny: Fantasía de Fausto (1866)
Qué fugaces son los momentos de dicha excelsa, se pronuncia entre suspiros.
¡Venga ese trato y no se hable más!
El demandante del privilegio o privilegios, puestos a pedir que el favor vaya acompañado, vende lo que tiene a mano con ese alto valor que asegura la entrega y con ella el goce. Un trato es un trato.
Al diablo se le pone buena cara y se le invita a una audición. La partida ha concluido con el resto cambiando de manos, entiéndase voluntad; y allá quede cada cual con lo suyo mientras el plazo lo determine.