Es un paraje mágico, me dice el guía con voz que quiere transmitir una antigua veneración.
John Martin: Manfred on the Jungfraud (1837).
Hemos ascendido uno tras otro, sin intercambiar la posición y a paso de montaña, hasta una repisa desde la que se domina un majestuoso paisaje con reminiscencias bucólicas. El guía muestra en silencio, con sólo su gesto, el espléndido lienzo que se abre ante nosotros.
Me pide que preste oído a una voz antigua en su relato de la aventura. Fue hace tiempo y era previsible. Ese lugar que a nuestra mirada asoma, mítico y aislado en su grandeza, guarda fielmente la memoria de quienes en él edificaron un hogar sin paredes y la esperanza de un futuro compartido.
Sus nombres no vienen al caso, pues cualquiera, puesto en situación, puede identificarse con el deseo de aquellos enamorados que, hoy, de nuevo, reciben la discreta comprensión y un atisbo de sana envidia por parte del viajero ocasional que con intención nada oculta hasta el infinito se acerca.