Ven, dijo a su memoria un hombre que dichoso contemplaba su pasado.
Recréate conmigo en la historia sin precedentes, le pidió a su conciencia entre un suspiro y un prolongado parpadeo.
Lo que fue me pertenece, afirma; y sigue.
John Constable: El campo de trigo (1826).
Era un niño con hambre de vida. Cumplía las obligaciones impuestas a su edad y condición, a la época que le enmarcaba, con el espíritu bullente y curioso. Acompañado en su tarea por los seres mágicos que aceptan la mano y la voz del hombre cuando ambas son caricia y respeto; también custodiado por los humildes seres que la creación dispuso para el servicio inquebrantable al digno amo.
Los seres mágicos alfombraban la tierra de verde muelle y enseñoreaban el paisaje con la fronda desplegada, elegante, didáctica.
Soy así como era, dijo a su conciencia; y quiero estar con quien estaba y hacer lo que hacía.