Ha llegado la hora.
Suspiro y anhelo.
El instante supremo que a cada uno pone en su lugar.
En el suelo y bajo tierra.
Leonardo Alenza: Suicio romántico (1839).
—Empiezo yo, sigue tú.
—Empieza tú, sigo yo.
Un dispendio de útiles acompaña cual cortejo trascendente la penúltima decisión.
—Elige.
—Decide.
Los medios rápidos a un lado, los que postergan la agonía a un triunfo de la voluntad al otro; contundentes todos, domésticos, gloriosos.
La intensidad del desenlace bien merece una elegía.
—Leamos.
—Leímos.
Un recitado sentido, de inspiración excelsa, postrera, definida en su límite a las puertas del hogar eterno, morada espiritual de luctuoso aspecto.
—Así se va la vida.
—Así la muerte viene.
En acogida onerosa, a cambio de un idilio loado en voz mística y tañido en son de réquiem.
—La vida es nuestra.
—Nuestra la muerte.
De gala lucen ambos, pareja en sacrificio, a una sublime entrega encomendados, supóngase que en auspicio del libre albedrío.
—Yo a tus pies.
—Tú en mis manos.
La obra póstuma y su lauro, solemnes, testigos de cargo, vueltos de cara al cielo implorando la benevolente intercesión de la autoridad suprema.
—Voy yo y tú después.
—Ve tú y yo al cabo.
Que el orden justifica la prioridad en el designio.