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Pactos de poder excluyente


Sin medios imposible llegar, ver y vencer. Salvo que no haga falta dinero para hacer y deshacer o, expresado de otra manera, se disponga de dinero sin un límite previsto ni obligatoriedad en la devolución contante y sonante.


No hay don sin din es un dicho que trasciende épocas con su carga de mordaz señalamiento. Podemos criticar cuanto queramos la supeditación al dinero y el afán acaparador del papel moneda en la sociedad, pero eso no va a excluir la certeza del asunto y lo que conlleva. Sin dinero cuesta hasta respirar; sin dinero a duras penas se siente si no vacío; sin dinero se sobrevive a la espera de un desenlace supuesto, temido o, en la fase resolutiva, buscado. Sin dinero los únicos colores en el mundo son los correspondientes a la gama del gris.
Sin medios cuantificables es imposible llegar, ver y vencer. Salvo que no haga falta dinero para hacer y deshacer o, expresado de otra manera, se disponga de dinero sin un límite previsto ni obligatoriedad en la evolución contante y sonante.
Una salvedad merecedora de comentario.
Las organizaciones políticas necesitan dinero para subsistir, comprar voluntades, devolver favores, instaurar un sistema de actuación imperativa y expandirse por cuenta propia o ajena (entiéndase este último supuesto como la dirección foránea de estrategias y objetivos). Un dinero que entregan a las siglas destinatarias las partidas del Presupuesto General del Estado asignadas a ciertos fines y las entidades financieras a modo de créditos y préstamos, cuya devolución, aun siendo acordada, es papel mojado para los que en un plazo aceptable convalidan el dinero recibido por actividades aún más lucrativas para el mecenazgo nacional, internacional y multinacional). Cumple el acuerdo secreto -que acaba siendo público por su vergonzosa notoriedad- un ritual de conversión prodigioso, al alcance de una selecta minoría: el dinero pasa de unas cámaras o cuentas o contenedores a otros y fin de la historia; así de simple y hasta la remesa siguiente.
Perverso este quid pro quo del dinero del depositante e inversor prestado. Desconocemos el número de clientes bancarios que acepta esta transacción en especie -es una forma de indicarlo-, dando por bueno que el mutuo frotar de espalda y consiguiente pacto de silencio encubre otras actividades que, a lo mejor, a los accionistas de las entidades financieras sirve y, seguro, vale a los vinculados a la política al uso.
Los políticos pagan sus deudas dinerarias con favores; el común de los mortales las pagamos con el objeto reclamado: dinero de curso legal o, de no poder satisfacer lo obtenido previo contrato, con los bienes adquiridos o con los bienes que avalaron el negocio económico; así de sencillo.
Si todos somos iguales ante la ley en el papel de magna encuadernación, por qué unos la eluden sin pestañear, avalados y con descaro. Otra pregunta retórica: qué interés sublime encarnan las formaciones políticas y las entidades financieras inficionadas de poder político para actuar al margen de las básicas normas de convivencia en una sociedad a la que se supone madurez, capacidad crítica y libertad en sus integrantes, a la sazón los que sostienen el tinglado.
Exigimos el conocimiento de los movimientos de caja de las formaciones políticas y de las entidades financieras infiltradas por la humosa marea de la política parda, la cotidiana, nadie se engañe. Como suministradores de ese recurso vital a unas y otras, demandamos transparencia y sinceridad -un imposible- y el cese del pernicioso juego de contraprestaciones que denigra a la sociedad que lo soporta y que denuncia, señala y reprueba; una sociedad de mínimos, de porciones tasadas y con apenas repercusión mediática sus protestas, a fuer de ser sinceros.
Si una persona, que es lo más importante, debe pagar sus deudas, que es algo imprescindible, proceda de la misma manera un conjunto de personas agrupadas en una formación política o en una entidad financiera cuyo consejo de administración desborde asignados de los partidos políticos y sindicatos nutridos por la política presupuestaria, dirigiendo ambas. Póngase fin al intercambio de favores, de concesiones, de ayudas y de prescripciones entre políticos, sindicalistas de la política intervenida y subvencionada vía Estados narcoterroristas y teocracias de perpetuado cuño degolla infieles, y financieros extraños al sacrificado mundo de la empresa registrada en la libre competencia. Póngase fin a los consejeros en nómina desaforada, pacto de bastardía, influencias bajo cuerda, vía de escape a las intrincadas, laberínticas y concurridas cloacas del Estado. Tornen los esfuerzos en salvar a los emprendedores particulares, a los pequeños y medianos empresarios, a los autónomos, a los profesionales liberales, a las personas diligentes que pagan lo que deben y a esos grandes empresarios que lo son por sus méritos y trayectoria en el respectivo sector. Fluya el crédito a quienes lo merezcan y las viviendas acumuladas para no bloquear el sector inmobiliario por parte de las entidades financieras, devuelvan con intereses de demora lo tomado las formaciones políticas y ambas permitan el renacer de la sociedad dejando de robar, dejando de imponer y dejando de someter.
Tal para cual a costa de las personas honradas.

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