Mi afán investigador es vocacional. Se mire por donde se mire, es un magnífico propósito que sólo admite una interpretación.
Aspiro a descubrir la otra parte de todo aquello que preside los actos humanos, la cara oculta de una realidad tangible aunque a posta velada. Dedico el esfuerzo que puedo, mis posibilidades como humano son limitadas, a resolver los enigmas sucesivos que, de modo intuitivo, conducen de lo pequeño a lo grande, de la tendencia al magisterio y de la sospecha a la certidumbre. Es una tarea edificante.
André Masson: El laberinto, 1938. Colección particular, Roma.
Y un desafío.
El de nadar contracorriente y el de sumergirse en aguas profundas, agitadas y oscuras, sin otra ayuda que la del libre albedrío, el más valioso y propio de los guías, y el convencimiento de actuar con los cinco sentidos a pleno rendimiento para escapar de la faramalla y la farfolla.
La necesidad obliga.
Llegará al grado de insoportable la presión, está al caer primero el anuncio, un tanto edulcorado, y después la sentencia, cumpliendo fases exentas de indulto.
No hay nada improbable ni ajeno al descuido o a la confianza ciega en la redención de las conductas. En el laboratorio de la unicidad y el igualitarismo la ideología modela los objetivos y a éstos no los varía nada, salvo su afortunada destrucción por un error de cálculo, a veces pasa, o por una determinación a prueba de miedo. Estas lacras tendentes a la devastación de la esencia y la trascendencia, al igual que las catástrofes naturales, son cíclicas y se ceban en regiones del planeta donde el caldo de cultivo borbotea en su caldero.
Males evitables pero incombustibles. El pulso no cede, la razón avisa: el terreno está abonado y una vez hecha la siembra el tiempo de la cosecha es un puro trámite, con entrada y salida por la misma boca riente, el acceso al paraíso mortal.